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Tal y como hemos figurado en nuestras entregas anteriores, los primeros caballo que heredaron con sus cascos tierras americanas, los llevó Cristóbal Colón, en su segunda expedición colonizadora a “Santo Domingo”. Según se cuenta, fueron 25 ejemplares de poca calidad (además de cabalgaduras de propiedad particular), porque el Almirante fue engañado en Sevilla. Cuando los vió antes de partir, se trataba de ejemplares de buena clase, más por estar enfermo en el momento de embarcarlos, no pudo ver que se los habían cambiados. Sea como fuere, con aquellos o con los que sucesivamente se enviaron de España en posteriores travesías, la cría caballar adquirió un impulso extraordinario en La Española (Santo Domingo), especialmente después del decreto de 1507 del rey Fernando, por medio del cual prohibió la salida equinos de la península ibérica. Los caballos, en unión con otros animales, fueron considerados desde un principio como indispensables para el transporte y trabajo, mantener el predominio en zonas ocupadas y afrontar con éxito las luchas que se sucedían en la conquista. Ello no obstante, ante la dificultades de la navegación en la que se producían calma o debían soportarse tremendos temporales.