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Tras guardar unos momentos, Archer envió a la pelea a “Bend Or”. Levantó entonces el brazo con toda energía y dejó caer el látigo. Se resintió agudamente. Una punzada de dolor lo atravesó como una daga. Su brazo estaba inútil, no respondía a sus urgentes requerimientos. Instantáneamente su mano buena empezó a trabajar con un ritmo bávaro, desesperado. Cada brazada de “Bend Or” lo hacía ganar terreno y bajo su hábil dirección, a unos cincuenta metros de la línea de la sentencia estaba casi a la par con Robert The Devil, al que hasta ese momento. Rossister había corrido como un maestro. Pero cuando vio a Archer a su lado, al decir de los presentes “lo miró con ojos desorbitados de ansiosa incredulidad tal como mira el pajarillo a la serpiente”, Rosistter pareció paralizarse.