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Europeos y norteamericanos avecinados en nuestro medio, jugaban fútbol, soccer, béisbol o básquetbol, asimismo practicaron el polo, el salto a caballo, y propiciaron las carreras a la usanza inglesa, al lado de las “parejeras”, campiranas. Ya dijimos que en la época de la conquista española, nuestros indígenas, observaban azorados en avance de extraños jinetes dotados con formidables armaduras y transportados por “monstruos” nunca vistos.
Lógicamente los transformaron en deidades, como sucedió en otras muchas partes.
En la prolongada etapa y en no pocos dominios castellanos, los naturales tenían prohibido montar a caballo, o lo hacían mediante permisos excepcionales.
La desobediencia se castigaba severamente, incluso con la pena de muerte. Por eso, cuando alcanzaron la vida independiente, también conquistaron –literalmente- el pleno derecho de montar a caballo. Y a caballo lograron su gesta Simón Bolívar y tantos otros valientes.
A caballo aprendieron a ser libre. Una vez encima del noble equino, indígenas, criollos y mestizos se tornaron en formidables equitadores. Los seguidores de la hípica muestran interés por este tema en la columna.