Hipólito Mejía ante la Historia (II)

Hipólito Mejía ante la Historia (II)

Hipólito actúa, conscientemente, contra los estereotipos que tanto dañan a una sociedad con escasos referentes locales de respeto a la diferencia.

¿Usted ha visto algo más caricaturesco y ridículo que un Presidente de la República del siglo XIX, luego Trujillo y algunos de sus cortesanos, con bicornios? ¿Ha visto cuadros de escenas de guerra en las que nuestros combatientes, que fueron descalzos a la guerra, aparecen vestidos como soldados europeos?

Lo grave es que ese personaje está estereotipado en el imaginario nacional como un Presidente. Somos hijos del espejismo, el allante, la promesa demagógica: les voy a hacer. Así vestimos, así pensamos, así actuamos.

Héctor Incháustegui Cabral en “El pozo muerto” explica su profesión de fe trujillista bajo el argumento de que los intelectuales europeos admiraban y loaban a Franco, Mussolini y Hitler. Así, por imitación, actuaron como los niños embrujados por la música del flautista de Hamelin.

Juan Bosch rompió con el paradigma y decidió recibir el poder, en los bajos del edificio del Congreso Nacional, vestido con un traje blanco, como manda el clima.

La noche del excelente concierto ofrecido por Pau Casals, el Presidente Bosch asistió vestido de blanco al espectáculo ofrecido en el Palacio de Bellas Artes. Para la cretinada criolla Bosch había roto el protocolo que manda ropa oscura para la noche. Fue objeto de grandes críticas por parte de una derecha ignara cuya misión ha sido frenar y mal orientar el país.

Este pueblo sabe lo que quiere y tiene sus preferencias que son desviadas y manipuladas por orientadores que redirigen hacia lugares equivocados sus buenas intenciones.

Aquí tenemos tres formas de pronunciar la palabra miel: miei, para el cibaeño, mier, para el sureño, y miel ahora para la mayoría.

Durante la campaña electoral del 2000 el candidato Hipólito Mejía habló con su característica campechanía, con el lenguaje del pueblo, con refranes, dichos y ocurrencias de los que usamos todo el día en todos los lugares.

Al pueblo le gustó ese candidato que se parecía a él, ese candidato que hablaba y actuaba en dominicano, como cualquier hijo de vecino. Nadie cuestionaba su habla, todos celebraban los chistes, la humanización en el uso del lenguaje y el desenfado con el cual explicaba sus posiciones, sus propuestas, su esperanza de que entre todos construyéramos un país mejor, pero para todos.

Hipólito creó un estilo de hacer política sin ostentación verbal, con propuestas entendibles, con profundo apego al respeto a los demás, con un gran amor a la democracia.

Los estereotipados seguidores del saco y la corbata combaten la sencillez del lenguaje pero no pueden cuestionar la seriedad, honestidad personal y política de Hipólito Mejía. No disminuyen su grandeza. Recordemos, que ni robó, ni mató.

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