Hispaniola Saga: lo bello es siempre extraño

Hispaniola Saga: lo bello es siempre extraño

Marianne de Tolentino

Hay pocos artistas cuyas obras provocan simultáneamente el deseo de mirar y la oportunidad de pensar. Esa feliz coyuntura sucede a cada exposición de Edouard Duval-Carrié… más aun con cada creación –¡fuera una sola!– del más internacional, caribeño y vernáculo maestro oriundo de Puerto Príncipe.

Adquiere hasta un valor real-simbólico: cuando una instalación –multicolor, refinada, romántica– de Edouard Duval-Carrié acogía, desde afuera, a los visitantes de la magna colectiva secular haitiana en París, su “Puerta de Haití” –así se llamaba–, ciertamente invitaba a entrar.

Ocurre el mismo fenómeno, actualmente, con “Hispaniola Saga”, en Lyle O’Reitzel, en mayor escala y con una fruición que perdura discrecionalmente, pues, aquí, Edouard Duval-Carrié nos brinda una muestra individual de dieciocho pinturas, dos dibujos y una escultura.

Lo bello es siempre extraño. La conmoción se produce, inmediata y frontal, ante aquel misterioso “Árbol de encaje púrpura”, susceptible de iluminarse, muy curiosa y brillante evocación autobiográfica, dotada de raíces que caminan…
Indudablemente, “lo bello es siempre extraño”… y aquí especialmente.

Recordamos al instante esta frase del poeta Charles Baudelaire, “le beau est toujours bizarre”, un calificativo que, en francés, refiere a un necesario componente extraño en todo lo que es exquisito… No cabe duda de que, en la pintura de Duval-Carrié, armonizan, coexisten, fusionan la belleza y la extrañeza. Cuando a la mente del contemplador se impusiera esta imagen poética, nos luciría algo coherente, pues el artista tiene además una inmensa cultura en las artes plásticas y literarias, de ayer como de hoy.

Ahora bien, de igual modo, no hay un pintor más identificado con su lar natal, con Haití y con República Dominicana, quien ama a sus tierras y sufre sus quebrantos. Así lo evoca e invoca el segundo gran cuadro de la muestra, “Hispaniola Saga”, a la vez terrible y deslumbrante de humor, que ha dado su título a la presente exposición.
Vemos al haitiano, devorado por las llamas, entre árboles miserables, en el medio el río Masacre, y al dominicano, fiero y saludable, entre palmas lujuriantes.

El contraste se repite en dos viñetas que no necesitan leyenda: la marchanta, típicamente acuclillada con sus bananas, del otro lado la camionada, harto repleta de plátanos…

A Edouard Duval-Carrié le duele su país. Él plasma la feroz dictadura de los Duvalier y secuaces, en una escena tremebunda y cáustica, otra obra principal cuya excelencia pictórica fascina y cuyo potencial satírico estremece. Si prolongamos la mirada, notaremos que el muro palaciego se agrieta…

En fin, la obsesión de la desgracia, nacional y caribeña, se va repitiendo: así un “boat-people”, alegoría de siglos de historia, con su árbol metamórfico de la abundancia, nos hace navegar entre sobrecarga y pobladores ancestrales, seducción y avatares. ¡Cuán hermoso es el canto del color e incierto el destino de “la travesía”!

Ahora bien, aparentemente inofensiva, otra embarcación, pequeñita, con pasajeros ilusos y acechados por tiburones, horada una esplendorosa y flamante decoración barroca. Ilustrando el mismo tema dentro de la actualidad, el barquito se escapa del palmar hacia los rascacielos. La desventura de los migrantes no cesa de preocupar al pintor…

De paisanos a paisajes. Sin embargo, hay lienzos casi apacibles y embriagadores. El testimonio, metafórico se convierte en paisajismo que conserva los encantos de la naturaleza tropical en efervescencia. Brota el caudal mítico de una criatura, infinitamente bella e inmersa en la naturaleza: de título casi intraducible (“Nightshade Lily”), el pensamiento se transmite por la figura mística, el ritmo verdeante, la efusión vegetal… Más allá, otra pintura, modulada, barroquizante, entre materias ricas, técnicas mixtas y perfeccionismo admirable, hace florecer un tronco roto. ¿Es que cabe todavía alguna esperanza? La serie de las “Máscaras”, aunque lucen asustadas, propicia un mensaje más sosegado, más introspectivo, más inofensivo.

Como lo ha hecho desde hace muchos años, este creador singular continúa ampliando una definición plástica que él maneja magistralmente, tal vez más refinada aun… y agresivamente bella, en varias de estas obras. Luego, siguiendo su tradición de un constructivismo particular, Edouard Duval-Carrié concibe, labra, ornamenta marcos interiores, como parte de la obra y una segunda intención, más allá de la estética. No podemos concluir sin mencionar a Edward Sullivan, renombrado catedrático e historiador, profundo conocedor del arte caribeño. Él ha escrito para el catálogo un texto geopolítico enjundioso, que tanto como el arte –y tal vez más–, sitúa la isla, sus dos naciones, sus suertes distintivas: las palabras destacan las cualidades de la exposición y asumen una vertiente ideológica. De ello, no hay duda… se trata de otra mirada.

A veces, los amantes de la pintura no entran a una galería tan fácilmente como al museo, y no obstante la acogida suele ser allí placentera y abierta, como sucede en Lyle O’Reitzel.

La “Hispaniola Saga” de Edouard Duval-Carrié es un ejemplo del mejor arte caribeño, comprometido y hermoso, que prácticamente no tenemos la dicha de disfrutar… desde que Santo Domingo se ha apartado de su bienal del Caribe.

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