Homosexualidad, prostitución, terapia y educación sexual

Homosexualidad, prostitución, terapia y educación sexual

En Macondo, cuando los muchachos clase media cumplían los 16, los papás solían enviarlos a prostitutas conocidas para que los desfogasen y entrenaran en las artes amatorias. La costumbre era europea, y era motivo de orgullo para los jóvenes narrar esas primeras experiencias y aprendizajes. A menudo la primera experiencia se tenía con las mucamas. En las clases bajas y en el campo, los varones se iniciaban más temprano. Los clase medias realizaban un aprendizaje paralelo en cuanto al galanteo de las señoritas de su propia clase, que consistía en aprender piropos y frases corteses y galantes, cómo invitarlas a bailar o solicitarles correspondencia epistolar, o una relación formal. No había mucho para dónde desviarse, pues tanto los padres como la comunidad vigilaban esas conductas y desviaciones, como la homosexualidad, rara vez ocurrían.

Pero siempre hubo niños mimados, aniñados a los que se les hacía difícil iniciar lo que creo conveniente llamar el “proceso de virilización”.

Recientemente, por Nat-Geo, unos especialistas en terapia sexual, doctorados y acreditados oficialmente, en California, ayudaban a adultos de más de 40 que tenían dificultad para relacionarse sexualmente con personas de otro sexo. Como lo testifican destacados psiquiatras, estos jóvenes, como igualmente personas homosexuales, han sido víctimas de abuso en su infancia o adolescencia, o han tenido relaciones defectuosas con sus padres. Este es precisamente el campo de la terapia sexual y la psicológica individual. Decía Adler que toda psiconeurosis tiene su origen en esos primeros años de vida hogareña. Y es, desde luego, el campo en donde una correcta educación sexual temprana es más importante. Los niños deben ser educados para la vida normal, según el diseño fundamental de la pareja de sexos distintos y complementarios; para evitar las desviaciones perversas que luego hacen la vida más difícil, u obligan a ajustes societales perniciosos. Ser varón o hembra heterosexuales es un producto cultural, sobre la base, obviamente, de la propia naturaleza individual. Cuando el aprendizaje no transcurre con normalidad, esto es, de acuerdo a los patrones programados por la naturaleza y la cultura, la terapia psicológica y la educación sexual tempranas pueden corregir el asunto, y evitar problemas de desviaciones.

Las experiencias traumáticas que hacen que un niño tenga dificultad de identificarse con el rol del papá-varón, por ejemplo, lo hacen más propenso a gustar de los juegos menos agresivos y competitivos entre varones. La experiencia de rechazo y maltrato, lo hacen desconfiado y proclive a la minusvaloración propia, y tímido ante otras personas de las cuales, precisamente, más anhela su afecto. Por lo cual a menudo se hace propenso a que alguien venga y lo conquiste, corrientemente otros jóvenes ya iniciados en la homosexualidad.

Por más varón que se nazca, a ser varón se aprende, igualmente en el caso de la hembra: ser mujer es fruto de un aprendizaje. En ambos casos, el proceso puede ser difícil, laborioso, rudo y doloroso. Cargado de desprecios, engaños y desilusiones. Escuche usted los miles de boleros y bachatas de hombres y mujeres frustrados en “el amor”.

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