Horror y pena

Horror y pena

De modo instintivo he rehuido desde la niñez las noticias deprimentes. Recuerdo la década de los años cincuenta del pasado siglo, en plena Era de Trujillo, cuando las ondas hertzianas criollas se transmitían mayormente a través de La Voz Dominicana. Solía interrumpirse la programación regular para insertar una cuña que decía: Nota luctuosa; ha fallecido en esta ciudad el Señor xxx. Su esposa, hoy viuda xxx, sus hijos y demás familiares invitan al acto del sepelio que se llevará a cabo en el cementerio Nacional de la Avenida Tiradentes.

Intencionalmente bajaba el volumen del receptor de radio para no escuchar el parte necrológico, al tiempo que mi madre ordenaba con énfasis: ¡súbele el volumen al radio que no se oye bien! Ya cuando podía leer y escribir, hojeaba los páginas de El Caribe con rapidez para detenerme y disfrutar la de los muñequitos. Mi vida de adulto mayor ha cambiado forzosamente ese instinto selectivo. Las tragedias del mundo llenan los titulares de los diarios, la pantalla chica, las redes sociales y cuantas fuentes informáticas uno pueda imaginarse. Querámoslo o no, hechos desagradables se generan continuamente a montones por doquiera en esta globalizada sociedad. ¿Cómo evadir una primera plana donde se lee? Hombre mata a puñaladas hijo de 17 días de nacido e intenta suicidarse.

¿Cómo no indignarse al enterarnos que un avión civil de Malasia fue derribado en Ucrania, pereciendo en el acto sus 298 ocupantes? ¿Podemos dormir tranquilos cuando sabemos que producto del conflicto palestino-israelí han caído víctimas de las bombas y la metralla más de cuatrocientos niños, sumando cerca de dos mil los civiles asesinados? ¿Es correcto, cerrar los ojos, taparnos los oídos y embotar nuestra conciencia con la tonta excusa de que si no es conmigo no me meto? Solo dos citas me bastan para rehusar la pasividad ante estos horrendos y espeluznantes sucesos.

La primera de la cuestionada autoría del dramaturgo alemán Bertolt Brecht y que reza de la manera siguiente: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”. La segunda cita es de John Donne, poeta británico del siglo XVII quien nos legó este bello pensamiento: «Nadie es una isla completa en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas porque están doblando por ti».

Ante el horror y la pena de hoy, reafirmemos la fe en la creencia de que un mundo futuro de paz, amor, bienestar colectivo y equidad es posible. Por tan humano propósito vale luchar toda la vida.

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