Hulda Guzmán, “In Joy”: alegría y alegoría de la vida

Hulda Guzmán, “In Joy”: alegría y alegoría de la vida

A veces una exposición personal tiene la facultad de reivindicar a la injusticia infligida por una manifestación colectiva a categorías nacionales históricas, y detener su peligro de desorientación al arte joven, alejándole de la pintura. Ello sucede poco tiempo después de la última bienal y su golpeo de la expresión pictórica.

En estos días, una magnífica individual puede considerarse un real acontecimiento, demostrando cómo enlazar el gran espectáculo de la naturaleza y la puesta en escena de personajes, la tradición y el atrevimiento dentro de la tradición… Hay dibujo, color, luz, lirismo, libertad, atmósfera.

Su heroína y expositora es Hulda Guzmán, cuya personalidad singular e importancia artística ha ido ascendiendo en pocos años, gracias a la transformación y la permanencia conjugadas de su estilo, en cierne desde su premiación en una bienal anterior, y anunciado en dos concursos de León Jimenes, valiéndole los dos premios del público y en el siguiente un premio mayor. Presenciamos, pues, un nuevo enfoque de la belleza, una carta de colores suntuosos, una interpretación esmerada e insólita de formas precisas… las cuales no descartan la academia, el realismo y la miniatura aun, que sea en dimensiones de mural o en una poesía de ilustración. Esas cualidades son claves para la muy amplia comunicación estética y algo excepcional en un(a) artista joven.

La exposición. “In Joy”, título perfecto de una exposición desbordante de encanto y voluptuosidad, también podría llamarse “enjoy”… o sea “disfrute”. Se despliega en la segunda planta de una casa antigua del centro de la ciudad, hermosamente restaurada y acondicionada para recibir la muestra –o así lo parece–, en aquel dédalo de habitaciones donde los cuadros suscitan alternadamente la sorpresa y la seducción.

Lyle O’Reitzel no se equivocó, prefiriendo a su galería ese marco impactante que integra los tiempos de hoy y de ayer, en eco a la pintura de Hulda Guzmán que sumerge su contemporaneidad en referencias seculares.

La artista obviamente maneja con igual facilidad las escenas colectivas y los duos amorosos, el entorno y la gente. Nos impresiona su facultad de intercomunicación temática con el universo y la vida, donde casi siempre la naturaleza será el protagonista principal. Con un dibujo seguro y refinado, con una paleta variada –de sobria a esplendorosa– ella alcanza dimensiones mágicas, dando una sensación de coherencia y monumentalidad. Creemos percibir la influencia del medio natural donde se sitúa la casa familiar en el paraje de El Limón, territorio ecológico todavía ajeno a la destrucción. En los escenarios de Hulda Guzmán el paisaje es el decorado natural y mucho más, poderoso y feliz, cargado siempre de emociones. El agua –mar, río, piscina aun–, la topografía –montes, cerros, planicie, panoramas–, la vegetación –troncos, follajes, jardines, exuberancia floral–, el cielo –luna, nubosidades, azules, de día y de noche– se suceden y a veces confluyen, generando acordes cromáticos perfectos, desde la casi austeridad hasta una intensidad embriagante. Obviamente, la pintora no planta su caballete en el campo o la playa, a la usanza de los impresionistas, sino que retiene esas visiones diurnas y crepusculares en el caudal de su memoria –sensorial e intelectual– … luego las devuelve al papel, al lienzo o a la madera, con brío y atmósfera en su clímax.

Es entonces cuando nos percatamos –aunque la habíamos notado antes– de la influencia de la visión oriental en la obra de Hulda Guzmán, ciertamente una estudiosa del arte, la pintura y la iconografía del Japón en particular. Para un artista y sus imágenes, la cultura juega un papel determinante: aquí, el mundo dominicano y circundante, omnipresente, se une a la simbología y la significación de las remotas tierras orientales, y el resultado de esa dualidad culmina en un microcosmos real-maravilloso. Debemos mencionar además otro aporte reciente al material y las texturas: Hulda pinta sobre madera, aprovecha extraordinariamente el diseño de las vetas y venas de la plancha –a menudo dejada al natural–, las metamorfosea luego en los flancos de un monte, la turbulencia de un cielo o la elipse de una alfombra en el piso. ¡El efecto es exquisito, tan natural y aparentemente espontáneo!

Ahora bien, Hulda Guzmán elige, con toda probabilidad, sus impecables tablas leñosas… como los grabadistas japoneses escogían sus bloques de madera con infinito cuidado, para la impresión de sus estampas. Pero otra referencia se nos sugiere al respecto del Ukiyoe y la xilografía de Edo: las escenas eróticas., que llamaban “imágenes de primavera”, entonces plasmadas con gran libertad. Nuestra artista elabora ese erotismo de parejas, sin el “surrealismo anatómico” oriental, e integra a los amantes y pequeños personajes en el contexto de un interior abierto sobre el exterior y el paisaje. La intercomunicación del sujeto y el objeto, el ser humano y la naturaleza, se manifiesta, y tal vez se interprete, a la manera oriental, como formando parte de la vida. ¿No se obsequiaban a los recién casados? Evidentemente, no se trata del mismo concepto ni de la misma época, pero el recuerdo del “shunga” –era su nombre– perdura en esta parte de la exposición. Atrevida, sí, pero amena y fina, discreta y contemporánea. Los retratos, neoexpresionistas, en especial el autorretrato de Hulda, son interesantes, de muy buena factura y expresión, pero no (pre)dominan en este conjunto pictórico. Y mucho más habría que comentar acerca de “In Joy”, exposición sobresaliente en este fin de año, pero Hulda Guzmán, que trabaja y crea muchísimo, propiciará pronto otras oportunidades de escribir.

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