Identidad y memoria

Identidad y memoria

Las palabras sacrificadas por las restricciones de diagramación y prisa, claman. Quieren publicidad. El recorte para acatar el número de caracteres exigidos, afecta decires, exilian ideas. El entusiasmo de Soledad Álvarez, Premio Nacional de Poesía, directora de la revista País Cultural -Ministerio de Cultura- motivó una glosa de “Los Dominicanos”. El texto es un compendio de 38 reportajes de Ángela Peña, publicados en este periódico-2000- y editados por el Archivo General de la Nación. Peña persigue razones para comprender la identidad nacional, o sentirla, como afirma Manuel Rueda.
Los límites confinaron párrafos. Decenas de frases quedaron sin amparo. El espacio para darle cabida a los comentarios truncos, difundir el resultado de la pesquisa de la galardonada periodista, era este. Sin embargo, luego de desvelos sucesivos, se impuso el respeto a la primicia y primacía. El comentario, hilvanado con las sílabas huérfanas, se posterga hasta marzo, cuando circule el número correspondiente de la revista. Entonces continuará la exposición de la pugna que divide y conturba. La pendencia entre pesimistas, optimistas, realistas y mendaces apologistas de la nada. La reiteración de la descalificación para convertirnos en parias y avalar gozosos, con la impronta de la traición, la proclama de Américo Lugo, que describe este pueblo: “semisalvaje, apático, belicoso cruel, desinteresado. Organismo creado por el azar de la conquista con fragmentos de tres razas inferiores o gastadas”. Mientras llega marzo, y a propósito de identidad, una provocación a los memoriosos de Puerto Plata. Munícipes amantes de los tesoros intangibles de una comarca con proceratos inmarcesibles, hazañas insuperables. Aquellos que conservan el murmullo de anacahuitas y caoba, la visión de espuma, carolinas y magnolias. Porque la identidad provinciana también define, urge armonizar el relato municipal. El recuento de historias, el repaso de calles y personajes. El cotejo de referencias pasadas, congrega. Cualquier evocación, el asalto de algún suceso a la memoria, entusiasma, también angustia, cuando nadie valida. De inmediato el silencio, la preocupación, por la posible confusión entre realidad y ficción. Salva la memoria, no castiga. El andar y desandar recuerdos, resguarda. A veces, la constatación pervierte y la comparación destroza la fantasía. La casa imaginada enorme, era pequeña; el hombre, considerado probo, no lo era; la anciana venerada como pía, disoluta. El loco callejero, adicto; el pordiosero, estafador; el haragán, perseguido político; el filántropo del pueblo, espía. La confrontación de la información, del testimonio, propicia la ratificación o el desmentido, evita la divulgación de inexactitudes.
La restauración de un sector de la ciudad costera, designado como Centro Histórico, amerita una relatoría veraz. Existe una narración de la barriada, de los arreglos, pausas y obstáculos, para la realización de la obra, plagado de imprecisiones. Omisiones, que la excusa de la pertenencia a una generación distinta, no justifica. Mal de muchos, sin consuelo.
Cuando comenzó la era del despegue turístico en el pueblo, con la llegada del Boheme, los guías improvisaban historietas fascinantes. Para algunos, plagadas de humor, para otros, deplorables. Transformaron la parroquia del pueblo en Catedral primada, el cañón de “El pie del Fuerte” en reducto de batallas imposibles, los coches tirados por cansados caballos, en quitrines pertenecientes a una nobleza inexistente. Estafa de astutos buscavidas. La joven relatoría debe saber que antes de los adoquines recién pulidos, la Logia Restauración se erigía imponente y el embalse del río Guayubín, con su eco, era recreo para la muchachada, guarida para delincuentes y amores imposibles. Antes de existir el malecón, el lugar estaba ocupado por inmuebles, unos de hermosura inigualable, otros, estampa de la carencia. Antes de chiringuitos y disco terrazas, estaba el liceo, su dirección acogía la diversidad de clases sociales y convertía la rectitud, trabajo y moralidad, en enseñanza valiente. Antes de la confusión y el desplome, estaba la Iglesia Episcopal, La Unión, el cuartel de los Bomberos, el Correo, la Fortaleza, la Clínica de Panchito. Emblemáticos guardianes de las crónicas provincianas desaparecieron. El relevo tiene que rebatir equívocos. La memoria preserva la identidad.

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