Mohamed El-Erian.
El 6 de enero, el Promedio Industrial Dow Jones (DJIA) se acercó de manera tentadora a 20.000, un nivel récord que está siendo observado con mucha atención (y publicitado) por los medios financieros. En un momento de la sesión bursátil, estuvo a menos de 0,37 punto, es decir 0,0002 por ciento.
La mayoría coincide en que alcanzar este hito solo es cuestión de tiempo. La significación a más largo plazo se presta, empero, a un mayor debate.
Comencemos por reconocer que el DJIA dista de ser amplio en lo que se refiere a contenido analítico. El índice cubre una serie muy restringida de acciones y, por ende, carece de representación. Su metodología de cálculo también es problemática, dado que pone demasiado énfasis en el precio absoluto de la acción en lugar de la capitalización de mercado. Por consiguiente, unos pocos nombres pueden mover de manera significativa el índice –como ha sucedido recientemente con Goldman Sachs y JPMorgan Chase, que representan una parte considerable del movimiento en alza desde comienzos de noviembre-.
De todos modos, el Dow aparece siempre muy mencionado en la información de primera plana sobre el desempeño del mercado bursátil. Además, no es el único que en Estados Unidos coquetea con niveles récords. El Standard & Poor’s 500 y el Nasdaq, más representativos, se hallan en máximos históricos, o muy cerca. Por lo tanto, determinar las derivaciones del despliegue publicitario acerca de que el Dow llegue a 20.000 se reduce a evaluar el volumen de las señales, la influencia sobre la inversión y los comportamientos empresariales y las consecuencias para la gobernabilidad económica.
No debemos tener dudas en cuanto a la importancia que se le dará como señal. El Dow 20.000 será material de primera plana tanto en los diarios de interés general como en los financieros y será tema de análisis de tendencias en los medios sociales. Se publicarán fotos de gorras y banderines alusivos. Y la mayoría de los profesionales del mercado recordarán dónde estaban cuando se alcanzó este hito.
Muchos esperan que actúe como catalizador de una mayor participación del público en general –y de los ‘millennials’ en particular– en la tenencia de acciones. Después de todo, un mayor número de inversores es lo que más contribuye a un mercado fundamentalmente saludable y menos volátil. El problema es que posiblemente hagan falta muchos más titulares y numerosos “me gusta” en los medios sociales para que esto ocurra.
En el nivel más fundamental, es poco lo que hace el Dow 20.000 por reducir la desconfianza general hacia el establishment financiero que se intensificó con la crisis financiera mundial de 2008 y su período inmediatamente posterior. Todavía son demasiados los que piensan que los mercados financieros son “manipulados” para beneficiar a “personas con información privilegiada”.