Importancia de la máquina de moler carne
y del Gobierno de la Mañana

Importancia de la máquina de moler carne<br/>y del Gobierno de la Mañana

POR MIGUEL D. MENA
En 1977 Máximo Eurípides Cabral se sentaba en la primera fila de 3ª del Liceo Fabio A. Mota de Los Mina. Él era el estudiante más destacado del curso. En 1989 Melton Pineda era reportero de Uno más Uno, un espacio ya tradicional dentro de los mañaneros televisivos.

Sólo dos veces pude dirigirle la palabra, ya que nunca nos pudimos poner de acuerdo en torno a cuestiones de sintaxis en sus reportes, a pesar de que yo era el encargado de producción del mismo. ¡Como de todos modos el texto iba a ser leído por televisión, no importaba!

En 1989 Máximo ya no era Máximo, sino simplemente Euri, Euri Cabral. En aquél decenio de los ochenta lo ví en la UASD estudiando Economía, en las movilizaciones, sabiendo luego que había pasado por Libia, Nicaragua y cantidad de congresos estudiantiles internacionales.

Desde aquellos años hasta ahora el lector sospechará cuánto habrá llovido. Las aguas de la vida han llevado a Cabral y a Pineda a un barco llamado “El Gobierno de la Mañana”.

Debo confesar que no me he montado en carro público ni he visitado negocios de fotocopiadora o bancas de apuestas o negocios chinos de cualquier tipo o colmadones donde deje de oírse esa emisión.

Todo mundo habla de “La enciclopedia humana”, como si te contaran de un tío que acaba de llegar de Barahona con un racimo de plátanos.

Cada quien subraya la frescura de éste, la inteligencia de aquél, de si es vargas-maldonista o danilista o reeleccionista o aguilucho o lo que sea.

La vieja intelligentsia no deja de sorprenderse de semejante clímax mañanero, y lo que es peor: no deja de sustraerse al encanto de algunas malas palabrillas, los gritos, las apuestas galleras, las clasecitas sobre los Borgia o Sir Winston Churchill, el aderezo de cualquier cosa sacada de “sabía usted que…” o de wikipedia o de cualquier viejo número Life o Reader Diges»»t en su sección de frases célebres, o de Cultura con Sabrosura, la pronto reacción de cualquier funcionario que requieran esos gobernantes mañaneros ante la más mínima exigencia de los que fueron gobernantes o quisieran volver a serlo.

Es evidente la genialidad del marketing de tales gobernadores, su capacidad de apostar y de ganar siempre, porque simplemente logran lo impensable: apostar a todos y dejarles a cada quien el gusanito del triunfo, del quítame-esta-paja, de navegar en el mismo barco y aterrizar con cierta vocación Francis Drake en cualquier puerto.

La política de este siglo XXI comienza marcada por estos cientos de minuto de gobierno radial. Aquí no hay ideas, conceptos, diálogos. El pensamiento produce cáncer, te aconsejan, y lo peor, empobrece.

Ya Euri no es Máximo Eurípides y la vida ya no aconseja pasear por aquellas polvorientas calles de Los Mina, ni de hacer aquél recorrido desde el final de la Av. Venezuela hasta su casa de entonces, a la altura en que la Sabana Larga se divide en dos.

Don Álvaro, por su parte, predica sobre la importancia de Maquiavelo y confiesa a los cuatro vientos que para él “El príncipe” puede llegar a ser más importante, incluso, que el libro “Cómo ganar amigos”.

Todo mundo tiene sus chines de gloria en estos programas. Los problemas de educación, de agricultura y de obras públicas se resuelven en la medida en que alguien puede gritar más que otro, mientras la voz de Don Álvaro (nada que ver con “Don Álvaro a la fuerza”), alejado del micrófono, opera al final de las discusiones como sobre algún oráculo de Delfos que con un machetazo de cinco palabras resuelve cualquier misterio.

Para los políticos de este y aquél banco, aclarar lo que sea en este gobierno mediático a veces tiene más importancia que el enfrentarse a su propia militancia, a los electores, a los ciudadanos comunes, al mundo, a la época.

El Gobierno opera como un culto de alguna iglesia fundamentalista en la que el Espíritu Santo sí te lleva a hablar en lenguas y caer demolido por cualquier idea que logre los mayores decibeles.

Con El Gobierno de la mañana todos salimos reducidos: las ideas, porque no expresan un pensamiento; los políticos, porque se comportan más como vendedores de mercado que como seres que representen un ideal o una propuesta formal de gobierno o gestión o manejo o administración; el ciudadano común, porque entonces asume que palabras inusuales e indebidas por su descarga de agresividad, sí pueden utilizarse como moneda común a la hora de hablar o conversar, dificultando a sí la posibilidad dialógica, y con ello, la ampliación de los contenidos democráticos de nuestra sociedad.

Estamos frente a una maquinaria que diluye aquello que los antropólogos funcionalistas norteamericanos llamaban “baja cultura” y que Mijaíl Bajtín denominara a su vez como “cultura popular”, en sus estudios sobre el mundo carnavalesco de Rabelais: el habla más simple de la gente común es el habla más compleja del dirigente, el político o el empresario.

Si ante el electorado toma cuerpo la idea de que los partidos han desaparecido en tanto instancias de propuestas económicas y sociales particulares, en el Gobierno de la Mañana se corporiza el supuesto de que la política es el negocio, el feudo de este y/o el alambre de púas de aquél. Al escucharlo, no pueden pasar dos minutos de explicación o de razonamiento, que no sea dilapidado por el manotazo de que se habla más de una figura o persona que de una propuesta, como si se estuviese permanentemente frente a una horca o una apuesta hípica.

La magia que desata esta emisión contrasta con la práctica desaparición de la vieja intelligentsia, la que tendrá que contentarse con que Juan Bolívar los invite a Uno mas Uno o a Jornada Extra, si no es que Nuria los pesca de manera desprevenida y entonces hay que ponerse a competir con los misterios de Paulo Coelho y cualquier denuncia porque haya desaparecido el rinse del salón de belleza.

De la gran paleta de accesos que ofrece la postmodernidad, los dominicanos hemos escogido aquella que tiende a la descafeinización y el culto al fat free o a los cerebros ligths.

El Gobierno de la mañana seguirá tomando cuerpo. Ese es su derecho e incluso su función. El otro derecho, el de aquellos que reclaman mas palabras que orienten y menos gritos que retumben –que es mi opción-, también debe ser justipreciado, en la consitución de una sociedad abierta, transparente y democrática.

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