Inmutable miseria penal

Inmutable miseria penal

Sube, baja. Ofrece y pacta. Suma, resta, negocia. Ningún escenario puede ser mejor. Ella no baila sola, pero parece. Detrás hay más. Otros que esperan, deciden, reparten, actúan. Otros que llaman, visitan, esconden. Se burlan o desconocen los discursos píos. Ignoran las clarinadas por las reformas pasadas y el entusiasmo por las que vendrán. Es la reedición de lo mismo con ropa nueva, tecnología, cotización y descaro. Ahí mismo, en el lugar de los hechos, a ojos vista. Ahí, donde recala el pasante de la oficina prestante, mandadero de la deshonra. Ahí, donde se pervierte la ilusión que deslumbró al bachiller cuando escuchaba al profesor pontificar, que es el mismo profesional que lo conmina a delinquir.
Porque la pretensión de cambio, el desiderátum de transformación del aparato represivo del Estado se ha hecho de espaldas a los hechos. Los palotes reformadores fueron redactados y seguirán redactándose desde la asepsia. Son estrofas que desconocen la mugre judicial, párrafos que no evalúan las ocurrencias cotidianas en Palacios de Justicia provinciales, en los furgones que calcinan víctimas y victimarios y confunden el sudor de policías, fiscales y togados. Es la doctrina sin amenaza de fiscales y jueces, más cerca de caporales que de servidores judiciales, con todo y estatutos y notas buenas, con todo y diplomado, viajes a la capital, a España o a EUA. Con intercambio y asistencia de organismos internacionales que validan proyectos, conscientes de la fantasía y el engaño. Los fondos hay que usarlos, aunque sepan cómo aprovechan la estada académica los escogidos. Farsa que a nada conduce, ratifica y agrava la situación. Porque las demandas de reforma ahora son de contra reforma. El experimento falla. Luego de la fanfarria que presidió la llegada del Código Procesal Penal-CPP- que tras bastidores le llaman el código de los narcos, su aplicación no ha sido plena menos satisfactoria. Doce años después se estrena, por ejemplo, el artículo 226 y se difunde como primicia el uso de localizadores electrónicos. No evitó el “tránquenlo”, uno de los argumentos recurrentes cuando se quería vender el texto como oro y resultó espejito. Tampoco ha desocupado cárceles, ni disminuido reincidencia. “Me agarran hoy, salgo mañana”, resume el aspecto cuestionable de un CPP que no satisfizo expectativas pero colmó la vanidad de muchos.
Para conjurar el “tránquenlo” existía un sistema, dependía de la voluntad y el empeño de los protagonistas del proceso penal. Como ahora. Sin apología del experimento que procura uniformar el derecho en la región. Y ahí está ella, con su blusa blanca, ofreciendo, sin venda en los ojos, porque no es Temis, soluciones rápidas para cualquier urgido. Como pregón de feria. Y vuelve la memoria al inventario para la comparación. Cambian nombres, lugares y estilos, pero el método es el mismo. Doce años después, no hay soborno para colocar el expediente en el escritorio adecuado y permitir que el caso se conozca pronto, el dinero es para conseguir la “digitalización”. Se conjuga en los rincones: yo digitalizo, él digitaliza y tú pagas. Ya no es Leo, el amable y apreciado policía que manejaba las listas de presos y de su presteza y la del preboste, dependía que el autobús los transportara o no. Es esa bróker, con asiento en el Palacio de la Policía del DN, que entra y sale de todas las oficinas y ofrece un combo que incluye: paso a las oficinas del DICRIM, traslado a la fiscalía, digitalización y garantiza, si se logra la negociación, un lugar seguro en cualquier centro penitenciario. Agrega preservación de la integridad física, porque sino “te violan desde que llegues” luego de la proclama: “carne fresca”, propia de la nomenclatura carcelaria.
Es imperativo que la reforma trascienda la publicación especializada, el taller y la conferencia. El alarde innecesario de erudición. Tiene que partir de la realidad monda y lironda. Esa que conocen aquellos que claman, e inventan un nuevo mundo, mientras se lucran gracias a la inmutable miseria penal.

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