Inspección bateyana

<p>Inspección bateyana</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
¿Qué buscará el grupo de congresistas de Estados Unidos de Norteamérica en el interior de los bateyes cañeros de la República Dominicana? Porque el anuncio de esa inspección, conforme nos enseña el síndrome de la paranoia, no resulta del deseo de vacacionar. Cuando en 1991 Jean Bertrand Aristide denunció que esclavizábamos a sus coterráneos, en discurso pronunciado en la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se anunció la misma visita.

Como he dicho alguna vez, de por medio andaba el vehículo de un funcionario de la embajada de Haití en nuestro país. Pero el resultado final fue un nuevo texto para el Código de Trabajo. Antes de que éste se aprobase y fuera promulgado debimos escuchar que la “ayuda económica” habría de suspenderse como represalia por la esclavización de haitianos. La monserga, pues, rindió sus frutos. De ahí mi pregunta: ¿qué buscarán estos congresistas en nuestros bateyes cañeros?

El ideal, quimérico e imposible, sería disponer que congresistas dominicanos formasen comisión para inspeccionar la forma de vida de labriegos hispanoamericanos en campos hortícolas estadounidenses. Pero no hay base para expresarnos con lenguaje extorsionador. La amenaza más fuerte sería la de interrumpir el suministro de lo que sin duda es una entretención para ellos, la de sustancias estupefacientes. Pero confieso que el resto de Abraham que aún lucha en la humanidad de nuestros días, sentiría satisfacción por ello.

Y parte de ese resto vive en el territorio de donde procederán los inspectores bateyanos. De manera que nada lograremos. La otra amenaza sería la del petróleo. Pero Hugo Chávez, por mucho que grite, no llegará a tanto. Después de todo, la fiesta de los dólares no se monta todos los días, y, como de bateyes se trata, hay que aprovechar la zafra.

El gran problema de países como el nuestro es no tanto la impotencia que resulta del tamaño poblacional y territorial, sino de la dimensión mental. La enanidad conceptual que deriva de esta otra dimensión ofrece ocasión a las amenazas de cuantos nos toman de banquito de picar. Y esa minusculinidad comienza con las pésimas administraciones del erario de que disfrutamos. Porque cuando nos obligamos a sufragar el gasto público con empréstitos foráneos, nos empequeñecemos.

A los congresistas autoconvertidos en inspectores bateyanos hay que decirles que los haitianos viven en los bateyes en las mismas condiciones que los dominicanos de los barrios marginados. Y a veces, estos últimos viven bajo peores condiciones. Porque, para poner el mejor ejemplo, un batey del Central Romana tiene energía eléctrica permanente. Y disfrutan, asimismo, de otros servicios básicos indispensables para elevar la calidad de vida.

Mi hermana menor, Ramona María de las Nieves, que es médico, lo fue de los servicios asistenciales de este ingenio. En una ocasión, al hacer una visita a Guaymate, me dijo un amigo que ella estaba en el batey Santa Rosa. El viaje se armó en un instante, para ver a Ramonita con su clínica ambulante. Ante sí, con la asistencia de paramédicos y enfermeras hembras y varones, tenía una fila de labriegos. Pequeños y grandes. Jóvenes y ancianos. Mujeres y hombres.

 Ante mí tenía una clínica móvil que ya quisiéramos como hospital público en muchas comunidades. Y nos contaba Ramonita, que desde hace años vive en tierra estadounidense, que la administración hospitalaria, dependencia del central, los proveía de todo. En aquel sistema ambulante no se hablaba por aquellos años, de que no habían curitas o de que se acabó la gasa. Pero además, andaban con medicinas y suplementos alimenticios en forma de patentizados, para ofrecer a los que los requerían.

Por supuesto, no es, como no era, la situación en bateyes de otros ingenios públicos o privados. Como tampoco los servicios hospitalarios del sector público le daban por los talones a estos hospitales ambulantes. Justamente por ello, hemos de recalcar que aquí tratamos por igual a todos los que penetran y viven en nuestra tierra. Quienes desean estigmatizarnos alegan que a los prietos procuramos tenerlos de lejito. ¡Cómo si no tuviéramos al negro delante de la oreja!

El meollo del problema no anda, empero, por las orejas. Por tanto, a los congresistas arios de los Estados Unidos de Norteamérica, debemos preguntarles, ¿cómo tratan a sus morenos? Para muestra basta un botón. Pero cuando nos visiten, hemos de mostrarles miles de sus botones sobre este particular. Sobre todo, sonsacarles las persecuciones a que someten a nuestros latinos, y la discriminación de que son víctimas en sus vidas. Y en un arrebato de vanidad, debíamos decirles que les vamos a cortar la ayuda.

Aunque, admitámoslo, mendingando a las puertas de ellos nos encontramos nosotros. Por eso designan con tanta ligereza inspectores bateyanos.

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