Intervenciones, educación y cultura

Intervenciones,  educación y cultura

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Con el apoyo político y económico de los gobiernos estadunidenses, y contando con la colaboración de las clases dominantes y de los ejércitos criollos, en los años sesenta y setenta del pasado siglo 20, ocurrieron en la América española y el Caribe una serie de golpes de Estados que azotaron la región. En esos tormentosos años, más de veinte gobernantes latinoamericanos y caribeños fueron forzados a abandonar la presidencia de sus respectivos países antes de completarse el período para el cual resultaron electos. Era que cuando los mandatarios de cierta aceptación popular ganaban espacios de representación y se constituían en una opción real de cambio, los imperialistas y sus aliados nativos no vacilaban en recurrir a la técnica de golpe de Estado para deponerlos. Tiempos aquellos empañados por represiones de los derechos y las libertades públicas. Generaciones enteras fueron víctimas de esas asonadas. Cientos de hombres y mujeres fueron asesinados, encarcelados, o forzados a abandonar la tierra que los vio nacer. Así sucedió en República Dominicana, Haití, Venezuela, Colombia, Guatemala, Honduras, Chile, Argentina, Uruguay, y en otros países de la región. Los gobernantes estadounidenses se sentían (¿todavía se sienten?) tocados por la mano de Dios para mantener el control político y militar de todo el continente americano. Siglos atrás, los grandes libertadores de América habían visualizado el peligro que representaba ese control hegemónico en manos de los Estados Unidos. A Simón Bolívar se le atribuye la frase: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad” Y a José Martí esta otra: “Los pueblos de América son más libres a medida que se apartan de Estados Unidos. Ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia”

La estrategia “divide y vencerás” fue empleada por los imperialistas norteamericanos, ingleses y franceses para evitar la emergencia de un continente latinoamericano poderoso y soberano. En efecto, , en los años treinta del siglo 19, la República Federal de Centro América fue desmantelada por las oligarquías locales dando lugar al nacimiento de cinco Estados: Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador y Costa Rica, lo mismo ocurrió con el Virreinato de Nueva Granada. En 1829, se produjo la desintegración de la Gran Colombia, dando lugar al nacimiento de Ecuador, Colombia y Venezuela. Del Virreinato del Perú, a finales del siglo 18, emergió el Virreinato del Río de la Plata, hasta dar lugar a la formación en el siglo 19 de Chile, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay. Las clases dominantes se convirtieron en instrumentos de dominación externa manifestando una total obediencia al orden mundial. Esa condición de dependencia quedó sellada con la intervención y ocupación militar yanqui de estos países, desde principios del siglo 20 hasta nuestros días: Cuba lo fue desde 1898 a 1903; República Dominicana durante los años transcurridos de 1916 a 1924, y durante 1965 a 1966; Haití desde 1915 hasta 1934, y desde 1998 hasta la fecha. Y de intervenciones, ni hablar. ¿Cuándo no? Las guerras de independencia cedieron lugar a las batallas intestinas para controlar el Estado. Francisco Morazán, Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, entre otros, habrían arado en el mar. Esos hechos históricos responden al por qué las batallas que libraron las naciones latinoamericanas y caribeñas por su emancipación política se hayan trasformado en luchas antiimperialistas y anti-oligárquicas.

¿Qué nos impide soñar con una República Dominicana libre e independiente como la tuvimos el 27 de abril de 1965 en ocasión de la derrota de las tropas de San Isidro en el Puente Duarte y de la toma de la Fortaleza Ozama? No más que el intento de una minoría privilegiada de consolidar una cultura autoritaria y de hacernos creer que la democracia es un modo de convivencia no apta para nuestro pueblo.

 

 

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