ISLAS EN VERSOS: ¿LA HISTORIA SE REPITE?

ISLAS EN VERSOS:  ¿LA HISTORIA SE REPITE?

Una antología se reconoce no en uno sino en varios lenguajes, lo que se explica, entre otros rasgos, por su carácter de selección de los principales textos y poemas. En lo que se refiere a la reconstrucción de su genealogía, una antología se define a partir de los criterios de selección, es decir, de las visiones temáticas y lingüísticas que definen sus concepciones teóricas.
“Isla escrita. Antología de la poesía de Cuba, Puerto Rico y República Dominicana”(Madrid, 2018), editada por el escritor y poeta dominicano, radicado en Toronto, Canadá, Néstor E. Rodríguez, bajo el sello editorial español Amargord, dirigido por el escritor y promotor cultural José María de la Quintana (Chema), quien desde el año 2014 ha venido publicando varios autores dominicanos de diversas generaciones, géneros y estilos; abre un nuevo espacio de reflexiones en torno a la experiencia poética de las islas de las Antillas Mayores del Caribe.
Tales movimientos y estilos suponen por fuerzas lenguajes muy diferentes y la comunicación entre ellos no suele ser directa, pero, para “el lector tipo Caos”, como dice Antonio Benítez Rojo, siempre se abrirán pasadizos inesperados que permitirán el tránsito entre un punto y otro de las islas.
En esta antología se intenta analizar ciertos aspectos verbales y expresivos imbuidos de una nueva actitud, cuya finalidad no es hallar resultados sino procesos, dinámicas y ritmos que se manifiestan dentro de lo marginal, lo residual, lo incoherente, lo heterogéneo o, si se quiere, lo impredecible que coexiste con nosotros en el mundo de cada día.
La experiencia de esta exploración a cargo de Néstor E. Rodríguez ha sido aleccionadora a la vez que sorprendente, pletórica de hallazgos sintácticos y rítmicos, pues dentro de la fluidez verbal de la poesía del Caribe, dentro de su turbulencia historiográfica y su ruido etnológico y lingüístico, dentro de su generalizada inestabilidad de vértigo y huracán, pueden percibirse matices y colores de una nueva sensibilidad.
La transitoriedad de los modelos de leer y de las valoraciones culturales se hace patente en estos poetas, no en vano favorecidos por el día siguiente de la normatividad, como ha dicho Julio Ortega. Libres, incluso, del mandarinismo y de la reciente obsesión teorizante. En el actual período posteórico, de mayor pluralidad y tolerancia, los poetas aquí seleccionados no requieren adherirse a un solo modelo de lectura, a una estética dominante, y mucho menos a una opción monológica excluyente. Estas operaciones, muchas veces planteadas con distanciamiento irónico, constituyen el espacio más convulso y rebelde de las fantasías y deseos del artista errante y desgarrado.
En época de tribulaciones, la poesía se presenta al espíritu como un desagravio. La realidad del poema, evanescente y sin consistencia física, nos parece una refutación de la realidad incoherente que vivimos, hechas de palabras rotas y pensamientos dispersos; saber que pertenecemos a un mundo más vasto, rico y hondo que el cotidiano, nos ayuda a soportar con un poco de entereza los descalabros.
Esta afirmación que—en relación con el modernismo—podría parecer contradictoria con la vanguardia de los poetas compendiados, me parece que afianza la pertinencia del compendio, según la cual los poetas seleccionados responden a un giro poético que va desde el “intimismo analítico”, pasando de lo antipoético, irónico y coloquial a la “pulsión barroca” de un estilo radical y hermético. Verbigracia, Reina María Rodríguez, Damaris Calderón y Pedro Marqués de Cuba; Joserramón Melendes, Jocelyn Pimentel Rodríguez y Noel Luna, de Puerto Rico; Alexis Gómez Rosa, José Mármol, León Félix Batista y Alejandro González, de República Dominicana, entre otros.

“Más allá del mérito literario de los textos y de la parcialidad de mi gusto personal, dice Néstor E. Rodríguez, este compendio procura remarcar las coordenadas más notables de esa dicción tal como se revelan en la obra de poetas que no pocas veces aparentan ser coetáneos en sus modos de interpelación. Como el Peregrino del maestro puertorriqueño Rafael Trelles que ilustra la portada de esta “Isla escrita”, el sujeto de la poesía del Caribe inscribe su tránsito por un territorio invariablemente ajeno a la voz que lo nombra. La contingencia de ese desplazamiento lega un archivo de indiscutible vitalidad para identificar los hilos de la tramoya en el horizonte de la discordante modernidad de las islas”.
Los textos seleccionados penetran en la historia haciéndose cargo de esta dualidad que constituye su núcleo más complejo y elemental; sus códigos le permiten determinarse en las ambigüedades, recorrerlas perezosamente y hasta logra amplificarlas como si fueran la forma misma de la realidad. Estos textos muestran sus sitios secretos, sus ámbitos virginales, aquellas zonas que habían escapado al abrazo del oso de la razón historicista. En estos poetas, el mundo de lo real se desplaza hacia regiones donde la ambigüedad lírica se entroniza y define los confines de lo permitido, quebrantando, en ese movimiento consustancial, la artesanía de la ficción, los límites de la discursividad lógica que proyectó sus determinaciones sobre esa misma realidad que ahora se expande en el juego especulativo-creador de la escritura.
Quien escribe descifra, se acerca como escritor-lector al código secreto del lenguaje, busca esas tenues pistas que le hagan más inteligible, y quizás más habitable, el universo. Aunque también es la sospecha lacerante de una imposibilidad que paradójicamente incita a rebelarse contra ella, a escapar, o más bien a intentar hacerlo, de la prisión gramatical en la que mora el ser. Una visión que determina nuestra percepción de la realidad, que codifica nuestras lecturas interiores, que le pone palabras huidizas a nuestras incertidumbres. Estos poetas se sumergen en un universo que desespera frente a la posibilidad del naufragio, la derrota y el engaño.
La ciudad persiste como espacio privilegiado del decir poético en el contexto del Caribe insular, ha dicho Néstor E. Rodríguez, “aunque ya no para el canto de una épica, sino como escenario proteico de un sujeto igualmente cambiante que asume la seña de la Historia con ironía y en ocasiones con total indiferencia”.
La sociedad moderna no puede perdonar a la poesía su naturaleza: le parece sacrílega. Y aunque esta se disfrace, acepte comulgar en el mismo altar común y luego justifique con toda clase de razones su embriaguez, la conciencia social la reprobará siempre como un extravío y una locura peligrosa. El poeta tiende a participar en lo absoluto, como el místico; y tiende a expresarlo, como la liturgia y la fiesta religiosa. Esta pretensión lo convierte en un ser peligroso, pues su actividad no beneficia a la sociedad; verdadero parásito, en lugar de atraer para ella fuerzas desconocidas que la religión organiza y reparte, las dispersa en una empresa estéril y antisocial, ha dicho Octavio Paz.

La magia del decir poético subyuga al ser, lo transporta y le ofrece el mundo como fábula, hace posible que la imaginación se desplace más allá de las fronteras, descubriendo nuevos territorios. La realidad se entrelaza con lo maravilloso y el lenguaje de la ficción, el que va abriendo los surcos de un mundo construido con el arte de la palabra el cual define los principales rasgos de los poetas aquí seleccionados.

Néstor E. Rodríguez se aleja de la afirmación de Louis Aragon, para quien toda antología es un acto de conciliación. El profesor y crítico dominicano apuesta a la heterodoxia de la colección, al tiempo que desiste de su carácter engañosamente objetivo, aproximándose a un giro sugestivo y arbitrario del gusto y receptividad del lector.

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