¿Izquierdas contra la cuota de género?

¿Izquierdas contra la cuota de género?

Algunos grupos de Whatsapp ─pensados algo así como “peñas digitales”─ constituyen un excelente espacio para experimentar un tipo de diversidad que difícilmente se verificaría en encuentros presenciales con fechas definidas.

Estos grupos digitales llegan a ser integrados conjuntamente por técnicos, intelectuales, miembros de varios partidos (aliados y opuestos), legisladores, empresarios y representantes de diversos sectores sociales, lo que produce no solo diferencias de intereses y opinión, sino que anima al reto de una comunicación entre personas que independientemente si están vinculadas o no a la academia, llevan interiorizadas tan disímiles tradiciones del análisis sociopolítico y económico que recuerdan a la Torre de Babel. Ese reto de comunicación es un buen ejercicio.

A la vez, es dentro de estos grupos que me he percatado aún más de la conveniente casuística con que algunos políticos dominicanos se auto ubican ─cuando lo hacen─ en ciertas ideologías, sirviendo muy bien al caso el tema de la discriminación positiva a favor de la mujer.

En una reciente conversación vi con sorpresa que las modalidades de cuotas de géneros y de paridad con alternancia eran atacadas con mayor intensidad por algunos que se autodefinen de izquierdas, específicamente de la izquierda que, a fuerza de romanticismo, celebró con muchos posts la conmemoración de los 100 años de la Revolución Bolchevique el mes pasado.

Izquierda que defiende el régimen de Maduro, que rechazan no solo el libre mercado sino todo planteamiento que utilice el mercado como herramienta teórica y para quienes el “imperialismo yanqui” siempre será el responsable de todo lo malo. En la conversación dicha izquierda argumentaba que la cuota de género era indeseable porque se dan todas o una de las siguientes razones: 1) representa una indignidad a la mujer que tiene que “mendigar” lo que les corresponde, 2) sería una confesión de incapacidad de parte de las mujeres, 3) es una violación a la libertad de elección y 4) atenta contra la meritocracia.

Con una dosis elevada de ironía, les invité a hacer una aproximación con juicios de valor a lo que sería una reducción al absurdo (Reductio ad absurdum), en el que se asimilará su posición respecto a la cuota de género con la parte económica. Pero antes les señalé ─si bien con otras palabras─ que las concepciones sobre el par igualdad y libertad constituyen la línea que separa una buena parte de la izquierda de los defensores, más a la derecha, del modelo de democracia de los países capitalistas ─es decir, olvidándonos de los grados y de otras dimensiones por fines expositivos.

Mientras para los primeros se trata de igualdad de resultados o material, para los segundos se trata de igualdad de oportunidades o formal; mientras para los primeros sin igualdad material toda libertad es ilusoria, para los segundos ─como afirmaba Friedman─ una sociedad que antepone la igualdad a la libertad termina sin ambas, mientras aquella que pone la libertad primero obtiene mayores grados de las dos.

Mi reducción al absurdo, desde una perspectiva de izquierda, se orientaba a señalar que si se cree todo lo anteriormente señalado respecto a la cuota de género, entonces debe, consecuentemente, creerse que: 1) esperar del Estado medidas económicas redistributivas es una indignidad, 2) dado que todos tenemos que contender como iguales en la feroz competencia del mercado, independientemente de las precondiciones estructurales, 3) no salir de la pobreza es una incapacidad inherente al pobre y no impuesta por las estructuras y 4) altos gravámenes impositivos a los sectores más ricos violan el derecho a decidir.

Obviamente mis “izquierdistas” interlocutores jamás suscribirían en todos o ningunos de tales asertos ─pero tampoco los más liberales del grupo, estos normalmente aluden no a juicios de valor sino que cuestionan relaciones medio-fin y proponen otras─. Por tal razón, me vi precisado a señalarles que auto ubicarse en aquella izquierda romántica (y de tendencias dogmáticas) y atacar la cuota apelando a razones de “deber ser” era entrar en franca contradicción.

Yo, que al proclamarme de otro tipo de izquierda, normalmente recibo las más graciosas etiquetas, esperaba respuestas contundentes. Pero no las hubo. Luego, recordé que el diario vivir de muchos no es decir lo que se cree, sino creer o decir lo que conviene particularmente. El problema es que independientemente de la motivación de un discurso, este llega y puede convencer ─no faltaron damas que suscribieron aquella falsa oposición entre acción afirmativa y dignidad o que la cuota era una discriminación peor─. Pero no, no hay nada indigno o negativamente discriminatorio en establecer que en caso de cargos plurinominales las listas no podrán ser compuestas en más de 66.66% por personas del mismo sexo (un sexo no puede duplicar al otro en cantidad), listas por las que el elector finalmente decidirá.

Todo lo contrario, la cuota no pone un tope a la igualdad alcanzable, sino un tope a la desigualdad tolerable, dado que: 1) Si uno de los sexos superara el 33.33% de las candidaturas, la cuota no tiene aplicación (en listas cerradas y desbloqueadas como establece la regulación vigente) y 2) si uno de los sexos duplica al otro en presencia, obviamente hay un fallo estructural que no se puede dejar libremente al “mercado electoral”, inclusive si este fallo es producido por nuestro sistema electoral y sus desproporcionales circunscripciones.

Pero la señalada falsa oposición es solo una de las que permite la “conveniente casuística” de nuestros políticos, falacias en las que no podemos caer quienes deseamos mayores niveles de equidad en sus diferentes ámbitos.

Como nota final, es necesario aclarar que aquí  critiqué el razonamiento de los que atacan la cuota de género basados en ciertas premisas normativas, lo que no quita que la cuota de género ─pese a que creo es una medida correcta y justificable─ pueda ser atacada desde otras perspectivas. También debo señalar que no creo que lo dicho aquí aplique por analogía a la cuota de juventud, empezando porque la diferencia de edad no es una permanente. En todo caso, lo ideal no son cuotas, sino escenarios de competición nivelados donde, por ejemplo, el dinero no sea una barrera de entrada tan infranqueable; pero opino que dadas las barreras culturales, en el caso de la inequidad  de género las cuotas son una medida temporal necesaria para esa nivelación del escenario de competición.

*El autor es abogado y politólogo.

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