Jan Neruda y los días tranquilos en Malá Strana

Jan Neruda y los días tranquilos en Malá Strana<BR>

La literatura, ocupación solitaria y excluyente, conoce historias de pequeños hurtos y de préstamos afortunados. Pablo Neruda, el gran poeta chileno, cuyo verdadero nombre era Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, tomó prestado su apellido literario de un escritor y poeta checo del siglo XIX: Jan Neruda. Curiosamente, el destino le ha deparado mayor celebridad al deudor que al acreedor.

Jan Neruda nació en Praga en 1834 y murió allí en 1891. Fue redactor y director de varios órganos periodísticos. Estuvo ligado a las luchas políticas del llamado “resurgimiento checo”, que fue un gran movimiento intelectual y artístico de reafirmación de la identidad y los valores nacionales del pueblo checo frente a la dominación extranjera (durante siglos, el territorio de Bohemia estuvo sometido a la monarquía austrohúngara).

Como Pablo, Jan Neruda fue también poeta, pero su principal aporte a la literatura está en la narrativa breve. Escribió con lirismo y suave acento local hermosos cuentos sobre la vida praguense en el siglo XIX. Se le considera precursor de su compatriota Franz Kafka. Su obra maestra y más conocida es “Cuentos de la  Malá Strana” (en checo “Malostransképovídky”), de 1878.

Malá Strana es uno de los barrios más antiguos y hermosos de Praga. Junto con Staré Mesto (Ciudad Vieja), forma parte del casco histórico de la ciudad, y su arquitectura resalta por la belleza singular y la quieta armonía. Allí se yergue la barroca iglesia de san Nicolás. La calle donde nació Neruda, que hoy lleva su nombre (Nerudova Ulice), es una hermosa calle empinada, empedrada de adoquines, con faroles y casas típicas de rojizos tejados y chimeneas. Caminando cuesta arriba se llega al Hradcanyo Castillo de Praga, sede de los antiguos reyes checos y del presidente de la república.

“Cuentos de la Malá Strana” es una colección de once cuentos ambientados en el barrio natal de Neruda. La mayoría de los cuentos son relatos breves, salvo tres de ellos: “La misa de San Wenceslao”, “¿Cómo fue que el 20 de agosto de 1849, a las doce y media de la tarde, no se derrumbó Austria?” y “Figuritas”, el cuento más largo, que es el embrión de una novela corta.

Los relatos son episodios de sus recuerdos de infancia y adolescencia en aquella Malá Strana que le vio nacer y en cuyas calles creció y descubrió su vocación de escritor. Están narrados en primera persona, por un personaje omnisciente, niño o adolescente.

Pero el verdadero protagonista del libro es el barrio: la Malá Strana, con su aroma de blancas lilas y de nata sabrosa –como la recuerda Neruda-, con sus personajes pintorescos y extravagantes, con sus tranquilas calles y su atmósfera única. Todo el libro es un homenaje al barrio, celebración y elogio de esa Malá Strana, poética y apacible, parte vital de aquella Praga dorada que fascina al visitante. En todos sus cuentos, Neruda recrea los lugares recurrentes de su infancia: la iglesia de san Nicolás, la calle de Ujezd, la puerta de Strahov, el parque de Waldstein, la colina de Petrin, la plaza de Loreto, el Hradcany, la catedral de san Vito, las fondas y tabernas de su tiempo.

Neruda es el historiador y cronista de la Malá Strana. Pero no es el historiador académico, objetivo y riguroso, sino el “otro” historiador; el escritor de vivencias, de pequeñas historias simples y cotidianas, el cronista del barrio y sus tradiciones, de la vida y suerte de tantos seres inolvidables, entrañables, que poblaron su infancia y se fijaron para siempre en su memoria y su obra.

El cuento que abre el libro, por ejemplo, “El señor Rysanek y el señor Schlegl”, es un relato antológico. Es la historia de una vieja enemistad que termina en reconciliación. Dos señores mayores, Rysanek y Schlegl, frecuentan durante años la misma taberna. Sin dirigirse la palabra se sientan en los extremos opuestos de la misma mesa ante una jarra de cerveza. Son metódicos y puntuales, y realizan su visita diaria como si se tratase de un rito. Ambos se odian profundamente. Se puede adivinar el motivo de ese odio: una mujer, que se interpuso entre estos hombres y los enemistó. La mujer, esposa de uno de ellos, hace años que ha muerto, pero el rencor mutuo persiste. Neruda relata esta historia con honda humanidad.

Otro cuento, “¿Cómo fue que el 20 de agosto de 1849, a las doce y media de la tarde, no se derrumbó Austria?”, relata una aventura de infancia. Un pequeño grupo de niños praguenses sueña con derrumbar el viejo imperio austriaco, que por entonces dominaba al país checo. Planean tomar por asalto las fortalezas y matar a sus soldados. Para tal fin necesitan comprar pólvora y confían este encargo a un vendedor. Un sentimiento de candor infantil recorre todo el relato.

En los “Cuentos…” desfila una pequeña galería de figuras estrafalarias que son también tipos universales: el honrado mendigo caído en desgracia, la solterona, la plañidera, el misántropo, el viejo excéntrico que guarda un “secreto tesoro”, el vendedor ambulante, los estudiantes bohemios…Neruda no premia ni castiga a sus personajes. Al igual que Chejov, simplemente los retrata como son, o mejor, como los recuerda.

El estilo de Neruda es directo y sencillo. En sus “Cuentos…” no hay rupturas sintácticas o morfológicas. Los relatos tienen una estructura tradicional y carecen de grandes pretensiones formales. Y, sin embargo, hay en ellos limpieza de lenguaje y pleno conocimiento del oficio de narrador.

Neruda es un escritor romántico que intenta recuperar por obra del lenguaje poético la memoria de un tiempo feliz: el tiempo de la infancia, su infancia. Recrea episodios de una Praga decimonónica de la que apenas queda ya rastro, inmovilizada en la ficción. Al leer los “Cuentos” uno no puede impedirse pensar por momentos en una obra posterior: “Dublineses”, de James Joyce. Creo que podría hallarse notables semejanzas entre ambos textos, tanto por la temática como por el estilo. En ambos hay un color local, nunca excesivo, y un tono personal, autobiográfico, siempre grácil y jovial, jocoso a ratos. En cierto modo, Neruda viene a ser el Joyce de los praguenses.

Los “Cuentos” están escritos con pulcritud, gracia y elegancia, con mucho amor, con mucho humor, pero sobre todo con romántica ingenuidad. He leído y releído estos “Cuentos de la Malá Strana” con placer y amor inmensos por Praga y por su escritor Jan Neruda, y no he podido impedirme el grato recuerdo de aquellos rincones de la Malá Strana que durante años frecuenté hasta la fatiga en largas noches de invierno y cálidas tardes de verano.

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