Japanese Prime Minister Shinzo Abe puts a red paper rose on the name of a Liberal Democratic Party candidate who won the upper house elections at the LDP headquarters in Tokyo Sunday, July 29, 2007. Projections indicated the LDP would fall far short of the 64 seats it needs to maintain a majority in the upper chamber, allowing the main opposition Democratic Party of Japan to greatly boost its standing. (AP Photo/Itsuo Inouye)
Japón es un país que ha sufrido grandes cambios desde la era Meiji y la segunda guerra mundial. Ha perdido, sin duda, esa arrogancia de economía de burbuja que otrora aterrorizaba a los directores ejecutivos occidentales, pero ello no quiere decir que la tercera economía del mundo haya devenido en una especie de distopía económica estilo Mad Max.
Japón sigue siendo un país rico, con algunas de las mejores infraestructuras y trenes bala, líder en la industria automotriz y la robótica, y con una de las tasas de esperanza de vida más altas. Es una superpotencia financiera, el mayor país acreedor y proveedor de inversiones y ahorros, con activos netos externos de casi tres billones de dólares.
Además, sus megabancos son los principales prestamistas en Asia aparte de los de China.
En este momento, Japón parece una isla de estabilidad entre las naciones desarrolladas divididas por debates respecto a los flujos de capital sin restricciones, el libre comercio y las fronteras abiertas. Los japoneses comunes no están desgarrados por los conflictos culturales y la desigualdad de ingresos a escala estadounidense, tampoco enfrentan un descarrilamiento como el Brexit ni las protestas a la francesa de los chalecos amarillos en las calles de Tokio.
La era Heisei fue tan accidentada y confusa por la convergencia de desafíos desconcertantes (la vertiginosa automatización, el rápido envejecimiento de la población, el estancamiento de la demanda, la persistente deuda) que se presentaron muy temprano en la evolución económica de Japón. Estas furias preocuparán a Estados Unidos, Europa Occidental y China en diversos grados durante las próximas décadas. Así que Japón aún tiene mucho que enseñar al resto del mundo.
De hecho, sin pretenderlo, Japón se ha convertido en un campo de pruebas para algunas políticas económicas bastante radicales. ¿Tasas de interés cero? El Banco de Japón lo hizo hace veinte años y luego introdujo al vocabulario global la “flexibilización cuantitativa”, cuando comenzó un programa de compras de activos (bonos, y al cabo del tiempo acciones y bienes raíces) para inyectar yenes al sistema bancario. Los bancos centrales de otros países emprenderían esas aventuras cuando, en 2008, la Reserva Federal estadounidense y el Banco Central Europeo siguieron su ejemplo para evitar un colapso financiero global en cascada. Ahora que la Reserva Federal ha detenido las alzas de tasas y el BCE las mantiene en mínimos, Estados Unidos y la zona euro se han acomodado a las tasas de interés históricamente bajas y a los hinchados balances de los bancos centrales, replicando un camino inaugurado por Japón.
Vida de los japoneses. La desigualdad de ingresos ha aumentado en los últimos años, pero no se parece en nada a la de Estados Unidos. Aquí los directores ejecutivos no ganan 271 veces la paga del trabajador promedio como ocurre en América. Las familias japonesas de clase media (el ingreso familiar promedio es de alrededor de 46 mil dólares anuales) tienen acceso a atención médica universal asequible, excelentes escuelas primarias y universidades públicas de calidad (Japón tiene más ganadores del Premio Nobel que cualquier otro país asiático) donde la matrícula suele ser de 7 mil dólares por año. Japón tiene el mercado laboral más ajustado en décadas, con una tasa de desempleo del 2.5 por ciento. Es cierto, muchos trabajadores jóvenes están expuestos a un empleo a tiempo parcial y de baja remuneración. Pero, por otra parte, no cargan con una deuda estudiantil aplastante.
La perspectiva económica para los japoneses más jóvenes dependerá de la manera en que el primer ministro Shinzo Abe y los futuros gobiernos lidien con uno de los mayores colapsos demográficos naturales en la historia de la humanidad. La población de Japón, que en 2018 se redujo en 448 mil personas, está en camino de caer por debajo de los cien millones (un descenso del 21 por ciento de los niveles actuales) para mediados del siglo. Es una nación envejecida, más de una cuarta parte de los japoneses superan los 65 años. Todo esto repercute negativamente en la productividad, el PIB potencial y el crecimiento de los ingresos.
Sin embargo, mientras la inteligencia artificial y la penetración de las máquinas inquietan a sindicatos y políticos en Occidente, en Japón son bien recibidas. Japón ya es una de las economías que cuenta con una de las mayores integraciones de robots y personas.
Migración
A partir de abril, Japón comenzará a emitir por primera vez visas para trabajadores extranjeros no cualificados con la esperanza de atraer a más de 345 mil trabajadores invitados adicionales para 2024. La nación requerirá de una combinación de mayor automatización e inmigración para impulsar sus cifras de productividad, rezagadas con respecto a las de Estados Unidos y Alemania en las últimas dos décadas, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos..