JCE: desafío y patología política

JCE: desafío y patología política

José Miguel Gómez

El comportamiento político electoral dominicano es predecible, recurrente, inequitativo e injusto, y de práctica alejado de la ética. No así de la ley. Los procedimientos de cumplir el mandato en la distribución del dinero público a los partidos pudieran ser sostenibles desde el espíritu de la ley, pero desde la ética aplicada no. El concepto filosófico que indaga por la constitución moral de las acciones y pensamientos del hombre, en discriminar lo correcto y lo justo, la beneficencia y la no maleficencia en las acciones, para determinar si son justas, racionales, objetivas y sanas, para el bien común, es otra cosa. Los miembros de la actual junta son inteligentes, decentes y moralmente correctos. Pudiera decir que en lo público y lo privado son personas correctas y sanas. Es más, pienso que poseen el olfato social y político para saber intuir lo que va a pasar en términos políticos-electorales, en cuanto al comportamiento del bipartidismo, del arreglo, componendas, reparticiones, acuerdos, ventas y alquiler de partidos, y el traslado hacia los grandes, para conservar su legalidad, sus porcientos y asegurar la cuota o botín del dinero de los contribuyentes. Puede ser legal el proceso, debido a que la ley lo obliga, pero todos sabemos que la práctica es perversa, patológica, de enseñanza dañina, incorrecta e injusta, que se presta a que unos vivos, de forma recurrente vivan y acumulen riqueza amparados en procedimientos de espíritu no ético. Reflexiono que los actores y miembros de la JCE no están solamente para administrar el proceso electoral, de que sea limpio, transparente y seguro; también deben de producir o generar diálogos, que impongan contexto o escenario que sean éticos en la praxis política tradicional, en no repetir las mismas acciones, sin sistemas de consecuencias, donde siempre se comprometen los partidos en trasparentar los fondos entregados. Repito, el rumor público, la sociedad civil y los propios honorables miembros de la JCE saben que la participación política van a terminar alquilando membresía, para la cultura de favores y mantener el estatus partidario y social.
Literalmente, es anti-democrático, propio de los países que no desean democracias fuertes, poner límites, desestimular la corrupción, cuidar el bien común, pero sobre todo, enseñar a las futuras generaciones a practicar acciones correctas en la vida partidaria. Los indicadores causales partidarios hablan y predicen los riesgos y circunstancias en que van a entrar los partidos políticos, en las nuevas coyunturas y con los mismos patrones, amparados en los viejos hábitos, que se van a volver a repetir en la “viabilidad democrática”. Sería practicar los procedimientos y las conductas que no se corresponden con los procedimientos éticos, pero sí visibilizados en la ley a la cultura dominicana.
Desde la Primera República se nos ha imposibilitado el proyecto de nación; tampoco hemos sido capaces de establecer instituciones fuertes, creíbles, respectadas, con normativas que no dejen entre líneas, las acciones maquiavélicas, que todas terminan en hacer lo que les conviene, o lo que proporcionan mejores resultados, sin importar la ética, los valores y el espíritu moral y social. Evidentemente, eso no es ser inteligente, o contar con habilidades y destreza, eso, desde la psiquiatría, es perversidad, patología, trastorno o disfuncionalidad.
El escenario parece el de siempre, a mí como ciudadano con derechos y deberes, me preocupa el aprendizaje injusto de permitir la entrega del dinero público a partidos y grupos que se alquilan en cada proceso. Aunque ustedes organicen procesos transparentes y seguros, electoralmente hablando, permitir eso cuestionaría la inteligencia y la sabiduría. Como decía Marco Aurelio: “Dios mío, dame fuerza para aceptar lo que no puedo cambiar, y la voluntad de cambiar lo que puedo cambiar, y la sabiduría de saber distinguir lo uno de lo otro”. Esa es la sabiduría estoica.
La negación de la realidad implica lo opuesto a la sabiduría, a la madurez y a la beneficencia colectiva. Los procesos democráticos necesitan de buenas personas que, sus acciones no estén por encima de lo aprendido como técnicos, profesionales y académicos. La política necesita de personas sanas, pero en lo que llega todo eso, necesitamos de la voluntad de cambiar lo que debemos cambiar. Los países que han alcanzado desarrollo social, estructural e institucional, han puesto a funcionar instituciones fuertes, respetadas, creíbles, en valores y éticamente incuestionables, para que sus ciudadanos cumplan, obedezcan y aprendan a creer en la ley.

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