Jean Girigor Sobre el estallido

<p>Jean Girigor Sobre el estallido</p>

POR AMABLE LÓPEZ MELÉNDEZ
El estallido: confusión, dispersión, estrépito, batahola, rumor, bullicio, rebullicio. Destellos de la consciencia afrocaribeña en «el diario acontecer» de sus ciudades, barrios, comunidades, hospitales, cuarteles policiales, ghetos, escuelas y espacios creativos alternativos. Golpe vital. Susurros, murmullos. Sonoridad. Pistas de ardientes otredades. Escenario del cuerpo y sus espléndidas imágenes cargadas de poder y de deseo. Rutar del Alma. Trueno antes del relámpago. Tableteo(tris-tras-trastras), punto en fuga de la esquizia colectiva. Resonancia… Eco de la memoria y el puñal. Algarabía. Merengada, bachata y pandemónium.

Dulce y efímero espejismo del Can(ey). Alboroto, vocerío,  griterío popular. Fragor de los mejores días en Puerto Príncipe, Santo Domingo (Ciudad Colonial, Borojol, Gualey, Guachupita, Ensanche Espaillat, Villa Mella, El Hoyo de Chulín, Santiago de los Caballeros, Jarabacoa…), Curazao (Willemstad, Punda, Otrobanda, Santa Rosa, Skarloo, Marchena, West Point…), Kingston, La Habana, San Juan (Puerto Rico), Trinidad, Sao Paulo (Brasil), Saint Maarten, Amsterdam… Tráfago de influencias. Tráfico de existencias en el Batey. Esplendoroso Arco Mágico de Jean Girigori (1948). Excitante espectrología  de la cotidianidad en el Caribe contemporáneo…

La de Jean Girigori podría ser una de las experiencias más intensas y  complejas que haya vivido una artista de la región del Caribe en las últimas tres décadas. Pero, esta misma experiencia le ha llevado a la creación de una pintura cuya autenticidad, fuerza expresiva y riqueza simbólica le ganan significado y trascendencia, no solo en el ámbito de las Antillas Holandesas, donde se ha destacado por su dedicación a la proyección de las diversas manifestaciones culturales de Curazao, manteniendo allí su estudio y trabajando en favor del desarrollo de la sensibilidad artística entre la juventud, sino también en espacios e instituciones culturales de merecido prestigio en  Latinoamérica y Europa.

EL ENCUENTRO Y SUS DEMONIOS

La crítica situación económica y politicosocial que vivía la República Dominicana a principios de la década de los 80 fermentaba el brote de nuevas energías, discursos, gestuales, actitudes vitales y mitologías personales que incidirían de manera determinante en la aparición de una nueva realidad cultural. Los aportes de la llamada Generación del 80 habrán de ser claves para el estudio del vertiginoso proceso de transformación de la cultura visual dominicana en las últimas dos décadas.

Para medir los alcances de tales aportes es preciso proyectar más o menos diez años después(primera mitad de los 90), instante de la «prueba de fuego», de la confrontación definitiva para los registros inminentes de la sensibilidad y de las practicas artísticas autenticas o comprometidas con la ruptura y la reflexión en Santo Domingo.

En aquellos años, al mismo tiempo que trabajaba como corrector de estilo en el Nuevo Diario, publicaba una sección semanal titulada «pre-textos» en la que, gracias a la gentileza de Ramón Colombo y Pedro Caro, externaba mis «des-prejuicios» o insolentes graffitis en honda de periodismo cultural. En algunas de aquellas «notas» me tomaba la libertad de «viajar» desde El Vaticano hasta Nueva Guinea, sugerirle una nueva bolita de cristal a Walter Mercado; divertirme acechando las supersticiones abdominales de algunos de los «tribunos oficiales de la palabra grave»; aupar al «Behíque de los pies ligeros» en sus terribles e inolvidables conciertos para tres gatos en Casa de Teatro; asimismo,  sazonar la antigua lucha a muerte o «máscara contra cabellera» entre Jack Veneno,  Relámpago Hernández, El Monje Loco y Vampiro Kao, admirar la estoica legión de los pitrincheros del Parque Braulio Álvarez y hasta despotricar contra los poetas que jamás se suicidaban.

Siguiendo las pistas de mis «pre-textos» me instalaba en la «Pulga» los domingos y de lunes a lunes tenia una oficina «antimetapoética» en el «Palacio de la Esquizofrenia». No se exactamente como sucedió todo lo que sigue, pero bebiéndome el jugo apocalíptico de los días de La Pulga, la Cafetería del Conde, El Club de Etnología, El Nuevo Diario o los conciertos de Luís Días en Casa de Teatro,  sobrevivo el encuentro con Miguel D. Mena, Tony de Moya, Carlos Goico, Berti Cepeda, Anamaría Velázquez, Wendy Cepeda, Sandy García, Zoyla Abreu, Juan Luís Pimentel, José Rodríguez, Hugo Pérez, Heli Heiliger, Martha Rivera, Tanya Valette, Rafo Castillo, José Duluc, Francisco-Paco-Rodríguez, Grace de los Santos, Ramón Tejada Holguín, Rene Rodríguez Soriano, Pedro Terreiro, Leonardo Durán, Hilario Olivo, José Ramón Medina, Geo Ripley, Nelson Ceballos, Raúl Recio, Eduardo Fiallo, las exposiciones, los artistas, sus talleres… toda la bohemia, la desesperanza (y la desesperación de los 80) en la Ciudad Colonial.

Precisamente, una mañana de mediados de diciembre de 1985, mi frater Carlos Goico llega a El Nuevo Diario acompañado por Jean Girigori. «La Pintora de Curazao»-, me dice- y  de una vez suelta su risotada de Fauno deslumbrado. Como aquel que hubiera previsto en los dominios del delirio las vitales implicaciones de un instante incontrastable.

Maravilloso, enigmático y revelador primer encuentro con Jean Girigori hacia una amistad perdurable más allá de sus absurdas e inefables implicaciones. Más allá de nuestro dialogo fraterno(sostenido sobre sus certezas definitivas y sus inesperadas contradicciones,). Más allá del respeto y la admiración que me conectan con sus preciosas utopías del amor, la belleza, la verdad, la ética y la libertad. Con su vida personal y pasional. Con su obra, su trayectoria artística y su gran sueño de justicia y recuperación espiritual para todos los pueblos del Caribe, Latinoamérica, Africa…toda la humanidad…

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