Jorge Romero en el jardín de la memoria

Jorge Romero en el jardín de la memoria

Una vital actitud de autocuestionamiento, experimentación, ruptura y honestidad, designa de manera constante la príctica creadora de este artista polifacético, nacido en Ponce, Puerto Rico, en 1950. Hacia 1967 68, cuando estudiaba en la Rhode Island Art and Design School de Nueva York, Romero admite su interés por la pintura y la escultura. En esta etapa formativa trabaja publicidad, diseño, tapicería y ejecuta sus primeros cuadros abstractos.

Tras su retorno desde los Estados Unidos, Jorge Romero es seducido por las dulces añagazas del mercado y junto con pintores como Wichie Torres, Epifanio Irrizarri e Iván Moura, se convierte en uno de los más solicitados representantes del costumbrismo y del paisajismo bucólico tradicional en Puerto Rico.

Sin embargo, a principios de la década de los 80, Romero ya no estará tan convencido de la validez de sus acuarelas o de su reclamada producción paisajística: “En mis paisajes yo quería representar algo más allá de la tercera dimensión. Eso era lo que me interesaba realmente en mis juegos de planos y distancias. Con el paisaje es que yo llego a dominar todo el funcionamiento del color, la estructura, la energía, la vibración, las reacciones del color y la ciencia del paisaje. Me interesaba también la respuesta de los espectadores. Pero aun cuando lo practicaba con más éxito del que esperaba, yo sabía la situación en la que me encontraba. Yo sabía que estaba desfasado. Yo sabía que estaba quedado en 1800 y pico. Ahora bien, yo no era ni podría ser Gauguin. Tenía una familia y tuve que sacrificar unos cuantos años de trabajo para llegar a hacer lo que estoy haciendo ahora”.

Hacia finales de los 90, Jorge Romero inicia una nueva etapa en su prometeica trayectoria productiva. Con su exposición Develando lo Oculto, presentada en la Galería Viota en 1998, rompe abiertamente con la representatividad. Asimila y transmuta de manera personal los vestigios del posdadá, del neosurrealismo, del pop art, del povera, de la neofiguración y del neoconceptulismo, articulando un lenguaje totalmente libre de cánones, dogmas y ataduras estéticas o temáticas convencionales. En esta etapa profundiza la ruptura hasta la radicalidad, facturando una serie de collage, ensamblajes o reacciones simbólicas polivalentes cargadas de ironía, poesía y reflexión a través de las cuales alcanza a plasmar una de las más apretadas síntesis expresivas que hayamos registrado en el contexto de la posmodernidad artística puertorriqueña. En esta serie destacan algunas “construcciones” o esculturas críticas de significativo vuelo poético y depurado nivel imaginativo, tales como las tituladas “Gallos de pelea”, Joseph Cornell lives here!”, “Como una constante”, “Fuente de agua de Rose Sélary” y “St Peter M.D.”.

Pero estos hallazgos sorprendentes solo definen una nueva fracción creativa en el intenso proceso de elaboración simbólica de la memoria que Jorge Romero viene desarrollando desde hace más de tres décadas. El Jardín Sagrado de las Libélulas (West Gallery, Mayagüez, Puerto Rico, diciembre, 2003 enero, 2004) es el título de la penúltima serie de sus trabajos pictóricos. El origen tiene que ver con una experiencia sumamente íntima frente a la manifestación del enigma de la biodiversidad, de la energía de la Naturaleza. El encuentro casual con un “nido” de libélulas se le revela al artista en una fuente inagotable de imágenes donde convergen los signos de la realidad, de la magia elemental y de las fuerzas telúricas.

[b]En esta serie destacan obras capitales[/b]

“En estas obras le doy importancia a algo que todo el mundo le pasa por delante o por el lado y no lo ve. Hablo de la Naturaleza. Yo estoy tratando de la inmortalidad de la energía de la Naturaleza”. De esta manera, Jorge Romero se vale de la abstracción lírica para plasmar una estética plástica sumamente atractiva a través de la cual él busca expresar unos ideales y unos sentimientos en los que nos advierte sobre la condición permanente de la energía vital, sobre las manifestaciones invisibles del poder de la Naturaleza.

En esta estética se advierte un viraje definitivo en la forma y en la esencia. Aquí se desvanece el reino de las formas. Ya no hay síntesis, sólo deslumbramiento, jardín de la memoria, transparencias del ser, incondicionalidad, discurrir del gesto jamás interrumpido, imagen preexistiendo en su proceso de invención. Cada gesto, cada pincelada, cada color, cada “sonoridad” visual, cada imagen, activas nuevas e inquietantes sensaciones y percepciones en la conciencia del espectador. Para Romero, la fuerza expresiva del color es la fuerza de convicción del color. En sus pinturas recientes la energía del color luz se transforma de manera enigmática en energía vital de quien crea y de quien observa.

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