“Juan Mientras la ciudad crecía”, una novela urbana

“Juan Mientras la ciudad crecía”, una novela urbana

La vida de la clase media dominicana en los años veinte, su inclusión en la vida política luego de la desocupación de las tropas interventoras estadounidenses en 1924, el interregno de seis años antes de tomar Trujillo el poder son los temas y el escenario de “Juan mientras la ciudad crecía” (1960), de Carlos Federico Pérez.
Esta obra poco leída en nuestra cultura tiene como cronotopo y actante a la ciudad de Santo Domingo, mientras, como dice el título, crecía y tomaba otro perfil. No entenderá el lector, hasta adentrarse en la lectura, el carácter eminentemente político de la novela. Ella reescribe el relato de la ciudad letrada dominicana preocupada por la acción de las ínsulas interiores, el saneamiento de la acción política y la construcción de un Estado con un Gobierno democrático.

Contar los problemas de la construcción nacional es un tema de la novelística dominicana desde “Baní o Engracia y Antoñita” (1892), de Francisco G. Billini; de “Rufinito” (1908), “Alma dominicana” (1911) y “Guanuma” (1914), de García Godoy. A las que tenemos que agregar “La Mañosa” (1935), de Juan Bosch.

Escrita de forma lenta y detenida por más de una década, la novela de Pérez parece ya el corolario de esas preocupaciones que dieron origen a una narrativa realizada por una ciudad letrada preocupada por los derroteros de la política que condujo al país a la pérdida de la Segunda República y a la intervención estadounidense de 1916-1924. A la medida que el lector se adentra en la lectura de este texto encontrará la idea de que nos encontramos en la etapa final del caudillismo y que ya las ínsulas interiores no pueden determinar el futuro de la ciudad política que se asienta al sur de la Isla. Estas pretensiones estaban acompañadas de la esperanza que se cifraba en que un gobierno de los hostosianos pudiera cambiar las prácticas políticas y conducir al país por las sendas del progreso y la modernización. Como sabrá de seguro todo lector de nuestra historia, los seis años que pasaron luego de la desocupación pueden conformar el itinerario de ascenso del coronel Trujillo en su camino al capitolio.

La ciudad de Santo Domingo como escenario no deja de ser importante dentro de esta lectura en la medida en que ella recupera el título de capital política y el cetro del mando como la ciudad desde donde se piensa y se conforma la comunidad soñada dominicana. Es decir, el periodo de las montoneras que las novelas anteriores narraran estuvo dominado por una competencia entre distintas clases debido a la peculiar formación social dominicana, y esa competencia que se daba en el dominio económico tuvo distintas ciudades como escenario. A partir de la modernidad impuesta por la intervención, la ciudad de Santo Domingo no sería más sitiada por los ejércitos de las ínsulas interiores. En ella se establecerá el gobierno que centralizaría el poder y la ciudad tomaría otros derroteros en torno a la modernización y al progreso. Ella será la metáfora de la modernización anhelada.

Con un estilo muy sobrio, con una exposición correcta y con una forma muy tradicional de la novela, Carlos Federico Pérez parece realizar dos crónicas a la vez: la crónica de la juventud política que trató de proponer cambios en la sociedad dominicana a principios de siglo, como los que se nuclearon en El Palladium, y la crónica del desarrollo de la ciudad en el momento en que se dirigía a cambios sustanciales. Este período queda muy bien descrito porque en la obra se narra la muerte de la sociedad tradicional dominicana, tan inamovible durante varios siglos, y el sacudión modernizante que le vino encima al comenzar el siglo XX.

Como lo hace Moscoso Puello en “Navarijo” (1956), Pérez nos muestra por las formas del comercio, la situación de las calles, el cambio que se va presentando en la ciudad y cómo algunos comerciantes van cambiando sus prácticas de negocios a la vez que se van construyendo quintas de varios pisos tanto en El Conde como en la Ciudad Nueva o en Gascue, puede uno imaginar, aunque el autor es muy tímido en presentar nombre y lugares que pudieran comprometerle.

“Juan Mientras la ciudad crecía” es un ‘Bildungsroman’, una novela en que el personaje se va desarrollando, vive la experiencia de los mayores y construye su propio espacio en la vida social. Mientras que el niño de la “La mañosa” de Juan Bosch, escucha las historias de las montoneras, en forma paralela Juan oye y vive el final de ese periodo y se inscribe en un nuevo escenario que niega las aspiraciones del grupo letrado que, como los Henríquez o los Vázquez, fueron la expresión política de una doctrina social y pedagógica de Hostos, que se convirtió en una filosofía muy particular de las élites dominicanas.

La ciudad como cronotopo, espacio de las acciones que se relatan en esta obra, queda desdibujada en su ambiente provinciano de los primeros años de Juan y luego pasa a su transformación modernizante, dejando atrás sus prácticas centenarias. Los espacios más referidos son la catedral, las murallas, las nuevas urbanizaciones, el malecón (El placer de los estudios) su miraba hacia el mar, el muelle y la puerta del Conde. Pero Carlos Federico Pérez no tiene mucho interés en hacer una obra que abarque las costumbres o el abigarramiento de la cultura. Por esto no encontramos los referentes que marcan la dominicanidad como aparece en “La sangre” y en “Ciudad romántica” de Tulio M. Cestero. Parece más interesado en una novela de talante universalista influido por la poética de La Poesía Sorprendida, como se puede ver en “Los cuentos que Nueva York no sabe”, de Ángel Rafael Lamarche.

A pesar de la difusión de ideas socialistas en este periodo, esa obra muestra el interés de una clase pequeñoburguesa en el tema del desarrollo desde una perspectiva democrática, cuyas aspiraciones no iban más allá de crear un Estado que hiciera funcionar la República, en ella se ve un cambio de paradigma político con la influencia estadounidense; la pedagogía política de la forma moderna de gobierno en el norte. La juventud quiere una renovación y no una revolución. La palabra revolución caía muy mal entonces. Ella remitía a las montoneras que era la práctica política por vencer. Las aspiraciones juveniles no eran más que la continuación del nacionalismo liberal fundacional de los trinitarios.

Sin embargo, en la práctica política dominicana no había posibilidad de un escenario utópico. La modernización que se iniciaba se daba dentro de la su propia dinámica secular: El doctor Lima sirve de preceptor político de Juan, le dice que la ‘renovación’ no es lo único, no se debe dejar llevar de una palabra: “se refiere sin dudas a que la ciudad crece, a que el automóvil pone un toque de ruidoso dinamismo en el ambiente, a que nos empeñamos en estar al día de las novedades y se realizan algunas obras. Pero se vive para el momento; se administra como si para mañana no existiera ninguna responsabilidad” (76).

Publicaciones Relacionadas

Más leídas