Juan Pablo Duarte VIVE EN EL CENTRO LEÓN

Juan Pablo Duarte VIVE EN EL CENTRO LEÓN

Ha transcurrido tiempo suficiente para estampar un estilo particular de hacer las cosas con pasión y excelencia”, expresó don José León en el acto de celebración del décimo aniversario del Centro León. Estas palabras del presidente de la Fundación Eduardo León Jimenes enuncian los valores –“pasión y excelencia”– que han definido, motivado, acompañado a un centro excepcional de arte, educación y cultura, dirigido por Rafael Emilio Yunén.

Hemos oído varias veces, de nacionales y extranjeros, que aquellos logros y funcionamiento “no parecen dominicanos”. Justamente lo son, y a orgullo, dando un ejemplo de lo que se puede alcanzar aquí, cuando liderazgo y trabajo de equipo, generosidad y firmeza, rigor y tolerancia, nutren una práctica diaria.

Resultados admirables y niveles insospechados –tanto de convocatoria como de ofertas–, diez años de programas y de hechos, han ido extendiendo el aura de la cultura dominicana en la región, en el país, en el Caribe… y más allá. ¡Son ya las dimensiones reconocidas del Centro León!

La preocupación por una identidad criolla y una simbología nacional indiscutible, lógicamente debían regir la manifestación central del aniversario, y es en este contexto enaltecedor de la dominicanidad que se inscribe la exposición dedicada a Juan Pablo Duarte, “Visiones colectivas en espacios vinculados”.

Los 200 años del nacimiento del máximo patricio y gestor de la Independencia eran circunstancia para un tributo, a la vez individual y colectivo, que, por cierto, ninguna institución le había rendido en el campo de las artes visuales.

Una iniciativa particularmente difícil para no caer en la repetición rimbombante de la loanza obligada y la tediosa reproducción naturalista, pero el Centro León realizó esa hazaña de la originalidad y el homenaje aunados.
La exposición. El folleto entregado a cada visitante, con un texto ilustrativo de Esteban Álvarez, comenta el proceso y curaduría diferente que ha llevado a la selección de 24 artistas dominicanos, noveles, emergentes, confirmados, pero magistral ninguno, lo que explica el frescor y la fantasía –contenida– de la exposición. Nos limitaremos a decir que cohabitan creadores, dominicanos ausentes de Nueva York y dominicanos presentes –de hecho los invitados–.
Se trata de una opción excelente, pues a (casi) todo nacional expatriado le duelen el lar natal y sus héroes. En el caso de Juan Pablo Duarte, el tema pesa mucho, cargado de mito y de mística, de ideología y de emoción, que el exilio –aun feliz– fortalece. Son obras comprometidas, con estilos y lenguajes formales variados, alternando pintura, dibujo, gráfica, fotografía, radiografía (¡!), instalación, técnicas mixtas.

Los autores no se han encerrado en la exposición política y laudatoria, han ampliado su interpretación, han diversificado sus referentes, aunque siempre manteniendo el respeto y la conciencia.

La connotación pasado-presente y la reivindicación correspondiente no faltan, aunque la ubicación por subtemas y vinculaciones nos parece relativamente secundaria en comparación con las características dominantes. Hay inteligencia, vitalidad, apertura.

Como bien lo dijo María Amalia León, Duarte fue “un hombre”, “sin límites ni épocas”, “un ser humano”, sencillo e inmenso. Así mismo lo sintieron los artistas, cada uno según su transcripción y su personalidad.

Lógicamente, se notan, dentro de la unidad temática, diferencias cualitativas, y, tal vez por la misma inmensidad del personaje, unos pocos se inhibieron y se concentraron en una aproximación al retrato, aunque, lo repetimos, nunca con una semblanza de máscara histórica.

El resultado culmina en una muestra, más que simpática, reveladora a cada obra, destacando (buen) humor y/o poesía, investigación y… hallazgos, en fin múltiples facetas desde la concepción hasta la formulación real-imaginaria. Cada espectador se despojará necesariamente de prejuicios e ideas prefabricadas, pero tendrá sus preferencias.

En ausencia de un arte público dominicano decente, el grafiti y los “taggers” animan los exteriores urbanos: aquí Feegz (Carlos Martínez), ¡que también sabe hablar!, nos impacta con un “arte povera” riquísimo y el discurso plural de una obra totalizante para un Duarte contemporáneo.

Ernesto Rodríguez –¿que habrá roto con la cerámica?– propone un díptico “radiográfico”, a la vez lúdico y cuestionador, un homenaje implícito a ensayos de Soucy de Pellerano de hace muchos años.

Descubrimos igualmente un nuevo enfoque de Wali Vidal que dinamiza y fragmenta el espacio con líneas de tres conocidos rostros duartianos… pero la distancia construye una cara compacta. Con un humor serio, Reynaldo García distribuye sus funditas duartianas para los políticos de hoy, ¡y ojalá les importe! Por cierto, sería una opción extraordinaria para una exposición internacional, el único peso de las obras siendo el talento.

En la entrada, Elvin Díaz recrea cinéticamente la bandera de la nacionalidad, una muy buena acogida después de leer la composición gráfica identificadora de la exposición. Juan Gutiérrez ofrece una lectura múltiple, conceptual e inteligente, de la “Sustracción”, desde el pasado que se borra hasta los elementos que se sustraen… En cuanto a Ramón Veras, hace tiempo que no habíamos visto a una interpretación de la niñez tan encantadora: una oportunidad a aprovechar para el libro infantil dominicano, tan escaso.

Nuestro comentario ha sido muy parcial, y nada sustituye el contacto directo con las obras. Para completar y concretarlo, es indispensable visitar esta muy importante exposición, cuyo contenido se suma al palmarés expositivo del Centro León.

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