Juan Rulfo y el barroco latinoamericano

Juan Rulfo  y el barroco latinoamericano

Con el propósito de conectar la obra de Juan Rulfo al Caribe y de pensar cómo las distintas literaturas nacionales se imbrican formando el amplio manto de la literatura hispanoamericana, me detengo a escribir estas apuntaciones sobre la obra singular del escritor mexicano.
Sabido es ya que Rulfo es autor de dos obras breves que son grandemente significativas paras las letras de América. Sencillas en su expresión lingüística y complicadas en su estructura, ellas pueden ser leídas desde la teoría de Alejo Carpentier sobre la existencia de un barroco latinoamericano. Reiteradamente se ha hablado en América de un neobarroco, como una forma de imitación o una extensión del espíritu decadentista de la España de Felipe III y los reyes que le siguieron.
Sin embargo, vamos a tomar la aplicación que hace a la cultura latinoamericana el escritor cubano Alejo Carpentier de la teoría muy particular de Eugenio D’Ors al definir al barroco no sólo como un estilo artístico y literario, sino como un estado al que la humanidad recurre en cierto momento. Me parece una teoría que se complementa con la del Eterno retorno que Nietzsche expusiera en “El origen de la tragedia”.
Según Eugenio D’Ors, el barroco recurre y es propio de todas las culturas. No es solamente un estilo producto de la decadencia del imperio, a lo que agrega Carpentier, que el barroco existía en América a la llegada de los españoles, aserto que ejemplifica con la arquitectura maya, y llega a afirmar que existía el barroco en otros espacios como en las culturas orientales.
Sépase que se llama barroco a cierto “movimiento” en la música que nos remite a Johannes Sebastian Bach, a la catedral de Notre Dame de París, a la arquitectura gótica europea y a ciertas formas del plateresco que llega a América con el periodo de la conquista. El barroco lo encontramos en la arquitectura española del churrigueresco, que es un buen ejemplo del trabajo de llenar el vacío, del “horror vacui”, que satura los espacios de figuras en la ornamentación de edificios.
También vemos el barroco en la pintura de Zurbarán, en el manierismo de el Greco y Caravaggio, y en este aspecto se ha considerado el manierismo como una forma inicial del barroco en pintura. El barroco comprende entonces, la cultura española desde “La Celestina”, que muestra el relajamiento de las costumbres, “El lazarillo de Tormes” y hasta el mismo “Don Quijote”, pasando por las obras de Velázquez y Goya y su pintura negra. En él existe una visión de lo difícil (como la poesía de Góngora y el conceptismo de Quevedo) el claroscuro, la realidad que se mira en un espejo, como en “Las meninas” de Velázquez o la bacía del Mandrino en la visión de Alonso Quijano de un yelmo de oro, en la obra de Cervantes.
En Rulfo hay muchos elementos que nos remiten al estado espiritual e histórico del barroco español. Resalta en su obra la visión de la tierra y del mundo de sus personajes como un infierno, localizado en unas lejanías en las que el camino y los arrieros nos acompañan. Son muchos los lamentos, en una travesía en la que el hombre debe penar o pagar sus culpas. En Rulfo no sólo el infierno son los otros. La religiosidad de los personajes es un telón en el que se ven todos los pecados. Muy vívido en el cuento “Anacleto Morones”, para no hablar del padre Renterías (de “Pedro Páramo”) o de los justicieros cristeros. La visión de la tierra como lejanía abre un horizonte de desolación, hay que ir lejos a buscar la cura, pero en el camino se pena y se encuentra la muerte, una forma de limpiar los pecados. La mirada a la religiosidad es la de unas gentes buenas sufridas, perdidas. El viento mueve y la luna alumbra estos predios que sólo pertenecen a la gente como las tumbas.
El asesinato, el rapto, la venganza y el rencor recorren estos paisajes. Y las gentes son como almas en pena, como ecos que siguen existiendo más allá de la muerte. El telurismo de Rulfo también planea una forma inversa del barroco. No está la representación del cuadro como una esfera dividida en dos en cuya mitad de arriba está el mundo celestial y en la de abajo el mundo terrenal. Es que en la tierra está el submundo infernal en que vive la gente. Y lucha en un mundo sin esperanza.
Ejemplos del cielo y la tierra en “El llano en llamas”. El cielo y la tierra son dos horizontes en la escritura de Rulfo, como en los cuadros del Greco, el primero apela a la divinidad y el otro al pecado, al rencor y al sufrimiento. Dice el hombre, luego de demandar una cerveza más: “Nunca verá usted un cielo azul en Luvina. Allí todo el horizonte está desteñido; nublado siempre por una mancha caliginosa que no se borra nunca. Todo el lomerío pelón, sin un árbol, sin una cosa verde para descansar los ojos; todo envuelto en el calín ceniciento. Usted verá eso: aquellos cerros apagados como si estuvieran muertos y a Luvina en el más alto, coronándolo con su blanco caserío como si fuera una corona de muerto…” (Luvina, 190).

En el primer cuento de “El llano en llamas”, “Macario”, nombre de un personaje de abajo, por más señas, un orate que come ranas y que siempre tiene hambre. Ese tema en el frontis del libro es, sin lugar a dudas, un envío a la estética de lo grotesco, a lo barroco, como encarnación de una otredad de nuestro tiempo; pero que comulga con otros tiempos. Los personajes deformes de Goya; la gente de a pie, la comida para el Lazarillo. El juego de la luz y la sombra, la atmósfera conventual, la presencia de la religión católica en este contexto: “El camino de las cosas buenas está llena de luz. El camino de las cosas malas es oscuro”, dice el cura y recuerda Macario.

La idea del espacio y el tiempo aparecen cruzadas. El espacio es el valle o el llano, más allá quedan las montañas que generalmente son de otros. Es detrás de las colinas en la distancia donde hay que buscar algo, o esperar a quien. El horizonte lejano entre el camino, las voces y los arrieros está gobernado por el cielo, la brisa, las estrellas. Pero el tiempo es el regreso a la memoria. Muchos de los cuentos de Rulfo son homodiegéticos, en ellos los personajes realizan la autodiégesis, es decir, narran su propia historia. Y, muchas veces, cuando conversan lo hacen desde el monólogo interior como el caso de Macario y, también, refieren las conversaciones y recuerdos de otros personajes.

Finalmente, hay un aspecto que liga la narrativa de Rulfo a una estética barroca: es el tema de la muerte. Postulo que la muerte ha dejado de tener su ritual, no viene como algazara; no es una muerte carnavalesca, no es una representación medieval, ni tan siquiera es la muerte en Rulfo una alegoría. La muerte es cotidiana, es lo que se espera o no, es lo que ocurre como algo normal; como si no pudiera ser de otra manera. Creo que es lo más real maravilloso de Rulfo, pero también de la cultura mexicana. La muerte como un acontecimiento cotidiano. El asesinato como algo inevitable, persistente. Como una acción obligatoria.

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