La actriz Carlota Carretero, inmensa en “El último instante”, eterno

La actriz Carlota Carretero, inmensa en “El último instante”, eterno

Una vez, al salir del teatro, a un dramaturgo, luego de ver una de sus obras en escena, le fue preguntado qué le había parecido, a lo que él respondió, “no sé quién la escribió, pero lo que vi me gustó”.

Algo parecido pudo haberle sucedido a Franklin Domínguez luego de ver su monólogo, “El último instante” en la sala Ravelo.

A través de los años hemos tenido la oportunidad de ver este emblemático unipersonal, desde su estreno -hace más de cuarenta años-, interpretado por la legendaria actriz Monina Solá, dirigida por el propio autor; también a Cecilia García, conducida por Rubén Echavarría; luego a Mayra Santiago dirigida por Boris Stoicheff, merecedora por su actuación de numerosos premios, lo que la motivaron a llevar el monólogo a Chile, siendo la primera obra dominicana presentada en aquel país, y más adelante vimos -llevada de la mano de Enrique Chao-, a Robmariel Olea convertirse en la “Noemí” de Franklin Domínguez.

Esta múltiple experiencia nos ha permitido conocer la pieza a profundidad y su potencial dramático, valorar la actuación de las actrices, en la que cada una ha dejado su impronta, y aquilatar el particular enfoque de la puesta en escena de cada director, y su capacidad para transponer la escritura dramática del texto y convertirla en escritura escénica.

En esta pieza, Domínguez nos presenta a una mujer –Noemí– ya entrada en años, presa de una depresión mayor, a la que le ha llevado una existencia infeliz, traumática.

Ha sido víctima del amor y el desamor, de la crueldad del padre, que le ha quitado su hijo, al que no volverá a ver jamás, de una sociedad castrante que le rechaza, abandonada por sus amigas y familiares… solo le queda su dolor. Ante tanta adversidad Noemí se convierte en una mujer de la calle, prostituida y alcoholizada.
La obra, pletórica de simbolismos, convierte el deambular, el eterno caminar, en una búsqueda constante, y confunde el arrebato del hijo, con el auto “que se lo ha llevado”.

En su puesta en escena, el director Guillermo Cordero, al colocar a Noemí en un sanatorio psiquiátrico, la saca de su hábitat natural, que es la calle. Dentro de la pequeña estancia, en un ir y venir constante, queda presa de sus delirios. Pero el éxito de la obra, de la puesta en escena, controversial o no, finalmente dependerá de un elemento: la actriz y su capacidad interpretativa. Carlota Carretero explora todas las posibilidades que le ofrece este demandante personaje, con voz afectada, ya no por el alcohol, sino por la medicación, nos envuelve en su mundo de tinieblas, una y otra vez nos conmueve en cada transición, la pluralidad gestual se convierte en metáfora de dolor que trasciende a un público absorto ante tanta elocuencia, pero además, hay un espacio para la ternura, cuando alucina y cree tener en brazos al hijo amado, el instante se torna sublimemente dramático.

El final inesperado cae en el absurdo, cuando tras un brevísimo silencio Noemí declara que ha matado a su hijo, al que nunca conoció, aunque todo es posible dentro su psiquis enajenada; entonces nos preguntamos ¿qué pasó con Noemí? Este realmente no es el final de la obra, es el del director, convertido en dramaturgista, que ha modificado el texto, el verdadero final, “el último instante” es el suicidio de Noemí, cansada de esperar en un eterno caminar, caminar y caminar… de una u otra forma el final es sobrecogedor y Carlota se crece aun más, si es posible.

La escenografía de Yeimy Díaz, minimalista y práctica a la vez, es apropiada al concepto, resaltada con las luces diseñadas por Bienvenido Miranda. La música original de Samuel Barber es un punto a destacar. Saludamos el regreso de Cordero al mundo del espectáculo, debutando como director de la mano de Noemí, quien vivirá por siempre para el teatro dominicano.

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