La actual rebatiña reformista contrasta con la trayectoria de idóneos dirigentes

La actual rebatiña reformista contrasta con la trayectoria de  idóneos dirigentes

Las luchas intrapartidarias han sido durante décadas una constante en la actividad política nacional y junto al pernicioso “transfuguismo” desgarraron hasta el cansancio y casi la inanición a importantes organizaciones que, dado su historial y trayectoria, estaban llamadas a jugar un rol perdurable y trascendente.
La personalización de la lucha partidaria, conjuntamente con ambiciones desmedidas, pugnas estériles, la falta de una clara visión de unidad y la utilización de los grupos políticos como frentes para satisfacer intereses particulares, figuran entre los factores que han incidido en estos penosos procesos de debilitamiento.
La situación actual del Partido Reformista Social Cristiano, que en los gobiernos del expresidente Joaquín Balaguer le sirvió de plataforma para mantenerse en el poder, es de desgarramiento y atomización, sin que hasta el momento se vislumbre una reunificación que le permita la posibilidad de un buen desempeño en futuras jornadas electorales.
En medio de ese maltrecho panorama reformista y a 13 años de la partida de Jacinto Peynado Garrigosa, su figura es recordada con gran aprecio y respeto por quienes valoran su ejemplo de incansable luchador inspirado en principios y programas concebidos con un claro compromiso hacia el interés general, lo que paradójicamente le granjeó enconos y conspiraciones que terminaron minando su estado de salud.
Si la política y la democracia dominicana sufren un proceso de degradación y de descrédito creciente, incluso cuestionado por sectores empresariales y de la sociedad civil, se debe en gran medida en que muchos acceden a las esferas de poder en la búsqueda de preeminencia personal y para acumular medios económicos, no siempre por vías legítimas.
En medio de ese descrédito y descalificación en la historia política contemporánea, el país contó en su momento con una honrosa excepción, probablemente la única con su nivel y características, porque a diferencia de esta predominante propensión al enriquecimiento desde el Estado, estuvo a punto de perder el patrimonio familiar.
Se trata de un legado aún no suficientemente reconocido, en su justa dimisión, a la vida y la obra de Peynado Garrigosa, quien tuvo una destacada actuación en la vida pública, primero como senador y luego vicepresidente de la Repúblico y candidato presidencial.
Exitoso en negocios y la esfera privada y con grandes proyectos enfocados a modernizar y mejorar las ejecutorias gubernamentales en favor del interés común, vio frustrada sus aspiraciones de llegar a la Presidencia por una conjunción de malas artes en que se articularon con extrema perversidad la deslealtad, la envidia, la mezquindad y la miopía política.
Quizás su grave error consistió – como ha señalado con tanto tino y propiedad el portal Filosofía a través de su cuenta en Twitter – en desconocer la gran verdad sobre la condición y naturaleza humana, que impone aprender “a aceptar que no todas las personas son lo que uno piensa”. Siendo un hombre de gran agudeza y con un desarrollado sentido de sicología natural, incurrió en la ingenuidad de pensar que algunos de sus compañeros de partido eran en verdad sus amigos, cuando en realidad no sólo eran sus adversarios sino más que eso, encubiertos enemigos.
Al igual que el también fallecido líder perredeísta Francisco Peña Gómez, fue un soñador creyendo equivocadamente que otros dirigentes políticos compartían con entereza e integridad sus ideas y proyectos, y de ahí las tantas decepciones y frustraciones que padecieron a lo largo de sus respectivas carreras en la vida partidaria.
Tardíamente vino a descubrir cómo las infidelidades y las inconsecuencias son propias del quehacer político, sobre todo en la forma en que se ejerce en países como la República Dominicana, ya que a pesar de las exaltaciones retóricas que se formulan, en realidad no es un ejercicio de nobleza ni nada parecido, al punto que Napoleón Bonaparte le llamó en una ocasión “la nueva fatalidad”.
Quienes estuvieron cerca de él como colaboradores auténticos y no como falsos aliados, que se prestaban a intrigas y conspiraciones intrapartidarias, hablan de que Peynado estaba auténticamente inspirado en impulsar realizaciones en favor de su país y de manera particular en beneficio de los sectores menos favorecidos por la dicha y la fortuna. Ojalá que su ejemplo pueda servir de orientación a las nuevas generaciones de políticos.

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