La acumulación original o el origen del capital

La acumulación original o el origen del capital

JOSÉ LUIS ALEMÁN, S.J.
Enigma económico es la creación del capital tomado como factor de producción distinto del trabajo y de los recursos naturales. Los economistas distinguimos dos tipos de acumulación: la inicial, «original» en lenguaje marxista, aunque se haya elegido el calificativo en expresa referencia al pecado «original»; y la actual, la ahora.

La acumulación actual, más conocida como crecimiento del capital en una economía en desarrollo, ha sido mucho más estudiada desde el mismo Marx y por supuesto desde Schumpeter. Simplificando, diríamos que esta acumulación depende del uso de las ganancias para nueva inversión y menor consumo (Marx) de los empresarios y de la introducción de nuevas combinaciones de factores de producción que permitan ventajas apreciables sobre otros productores (Schumpeter).

Esta acumulación, sin embargo, presupone ya el funcionamiento de una economía en desarrollo, dando por conocido el capital inicial. Marx (El Capital, I, c. 24) busca una explicación de este dinamismo que no sea la del mercado ni la del empresario frugal. El fenómeno inicial no es explicable sin recurso a una acumulación de índole violenta que él llama original: «Esta acumulación original (¡no originaria como reza la traducción!) juega el mismo papel en la Economía que el pecado original en la Teología».

La distinción es mucho más que un ingenioso juego de palabras. A una teoría económica independiente de la realidad histórica válida para sólo unas generaciones, hay que anteponer hechos históricos que expliquen la razón suficiente de ese comportamiento.

1. El pecado original, según John Stuart Mill

John Stuart Mill aparece en los textos de historia de las ideas económicas como el economista clásico que, durante medio siglo, desde Ricardo hasta Marshall, sintetizó la teoría económica. En realidad fue, en oposición a Bakunin y Marx, uno de los voceros socialistas del siglo XIX. Marx defendía el socialismo «científico», Bakunin el anarquismo, o antiautoritarismo y Mill una economía política o política económica reformista dentro de las instituciones dominantes. En el lenguaje del tiempo los tres fueron socialistas porque los tres peregrinaban en pos de una sociedad más igualitaria. Los tres se combatieron mutuamente porque seguían estrategias distintas y tenían «egos» de dimensiones superlativas. Los tres lucharon por el control de la «Internacional Socialista».

En nada estaba Mill satisfecho con la economía de su tiempo, pero como hombre pragmático aceptaba las instituciones, arreglos y acuerdos sociales más o menos explícitos que guían la convivencia social. Su estrategia era la de buscar modificaciones de esas instituciones a favor de los más débiles, disminuyendo los privilegios de los poderosos.

El pecado original de la economía inglesa estaba en el origen de la propiedad privada: «El principio de la propiedad privada nunca y en ningún pueblo ha sido sometido a justo juicio; quizás menos en este país que en otros. Los acuerdos sociales de la moderna Europa comienzan en una distribución de la propiedad, que fue resultado no de una división equitativa o del trabajo, sino de la conquista y de la violencia: y a pesar de los esfuerzos de muchos siglos por modificar su carácter violento, el sistema todavía retiene muchos y grandes rasgos de su origen… Nunca se han ajustado las leyes de la propiedad privada a los principios que la justificarían. Han hecho propiedad de cosas que nunca debieron serlo y propiedad absoluta donde sólo debería existir una propiedad calificada. Las leyes no han mantenido un equilibrio proporcionado entre los seres humanos, han apilado impedimentos a algunos y ventajas a otros; han nutrido a propósito desigualdades e impedido que todos arranquen la carrera en igualdad» (Principles of Political Economy, 8. ed., 1. II, c. I. 3).

Pero Mill, sin embargo, a diferencia de Marx o de Bakunin, acepta que una situación inicial injusta puede convertirse en ley por prescripción, o sea por su aceptación implícita después de un período razonable de larga duración: «De acuerdo a la idea fundante de la propiedad… nada debe ser tratado como tal que haya sido adquirido por fuerza o engaño, o disfrutado en ignorancia de otros títulos concedidos a otras personas; es necesario sin embargo que, cuando haya transcurrido un período de tiempo en el cual los testigos deben haber perecido o desaparecido y no sea ya posible definir el verdadero carácter de la posesión inicial, se asegure a los poseedores actuales que no serán llevados a los tribunales por cargos de falsa adquisición. La sola posesión no cuestionada durante un moderado número de años debe ser título de propiedad suficiente, tal como prescribe la ley de todos los países. Aun cuando la adquisición haya sido injusta, el desapoderamiento de poseedores probablemente «bona fide» por reactivación de una causa que dormía hace tiempo, sería, pasada una generación, una mayor injusticia y generalmente un mayor perjuicio privado y público, que tolerar sin compensación la injusticia original. Puede parecer duro aceptar que una acción, inicialmente injusta, sea desestimada jurídicamente por el mero pasar del tiempo; pero después de cierto tiempo -aun considerando el caso individual y sin afectar la seguridad general de los poseedores- actuar de manera contraria sería más calamitoso… En acciones humanas, aún en las más sencillas y evidentes, no es lógico hacer algo hoy porque hace sesenta años era lo correcto. Apenas hace falta indicar que las razones para no enmendar injusticias de vieja data no pueden aducirse para instituciones o sistemas sociales; una mala ley, en efecto, no es una acción injusta acaecida en el pasado remoto, sino, mientras la ley tenga vigencia, una repetición continua de acciones injustas» (1. II, ch. II. 2).

He citado tan largamente a Mill porque creo que su opinión es filosófica y jurídicamente sana: una acción injusta, no protestada en sus efectos durante un período sustancial de tiempo, anula intentos jurídicos de corregirla.

Es probable que el pecado original de la acumulación en República Dominicana haya sido el que Mill afirmaba de Inglaterra. Sin ánimo polémico podríamos aducir la apropiación de tierras y de indios (¡se hicieron objeto de propiedad, lo que nunca debiera haberlo sido!) en la Conquista, la fabricación de títulos de propiedad de la tierra cuando comenzó el proceso de titulación del sistema Torrens a raíz de la primera ocupación y del establecimiento de los modernos ingenios azucareros propiedad norteamericana con sus geófagos colonos, y la expropiación disimulada de empresas y tierras por Trujillo. Esta última, sobre todo, permitió el desarrollo del capitalismo criollo. Clásico ejemplo de acumulación original hasta en su versión marxista: la expropiación dejó a miles sin tierras para la agricultura y la ganadería, sus tradicionales medios de subsistencia, obligándolos a migrar a pueblos y ciudades como mano de obra no capacitada, pero condenada a «alquilarse» a las nacientes empresas industriales y comerciales porque la alternativa era morir o robar. Nadie, sin embargo, protestó con eficacia y al cabo de treinta años la prescripción forzada por la costumbre, aunque no por la ley, la hizo irreversible sin lavar la injusticia primera.

Hacía falta, sin embargo, una segunda acumulación «original» para pasar de una economía agro exportadora a otra industrial de carácter más general. Marx nos ofreció un compendio de ella en el capítulo 24 del primer tomo de El Capital.

2. La (segunda) acumulación original: la institucional.

Necesario para el proceso de acumulación industrial fueron varias reformas institucionales: endeudamiento público, creación de bancos centrales, reformas impositivas, proteccionismo y manejo de la opinión pública.

a) Los bancos centrales, a veces simplemente Hacienda, creaban bajo el eufemismo de préstamos al Gobierno o sin él los recursos financieros independientes del proceso real de producción y circulación de bienes y servicios. De este modo se facilitan o posibilitan recursos financieros al Gobierno o a potenciales empresarios públicos y privados incapaces de lograrlos a través de intermediarios financieros.

b) Para facilitar la infraestructura física y subsidios financieros los Gobiernos se endeudan emitiendo bonos de deuda pública o contratando créditos bancarios en el extranjero. Junto con el nacimiento de la deuda pública «aparece a su lado el pecado contra el Espíritu Santo, para el cual no hay perdón, de ruptura de la confianza en la deuda pública» (El Capital, I, 24. 7).

c) La deuda pública se paga o con nuevos préstamos o con el aumento continuo de impuestos. A mediano plazo los impuestos, decía Ricardo, son imprescindibles para amortizar las deudas de un Estado deudor. Los impuestos directos o indirectos suben los precios, bajan el salario real y arruinan a productores agrícolas e informales, aunque liberan recursos para el desarrollo de la industrialización. Frecuentemente los impuestos aduaneros a la exportación terminan haciéndolas irrentables.

c) Un mecanismo más directo para acelerar la acumulación de capital es el proteccionismo de toda clase (préstamos a menor interés y mayor largueza, exenciones fiscales, tipos de cambio favorables) a favor de empresas modernas.

d) En buena parte la legitimación de estas políticas públicas, a pesar de la inflación y de la ruina de productores tradicionales, es ofrecida por los medios de comunicación en base al crecimiento del producto, a la importancia internacional del país y al mismo proceso de modernización.

Hasta aquí el resumen del famoso apartado 7 del capítulo 24 de El Capital. Es sencillamente asombroso el desarrollo a la vez sencillo y penetrante de esta segunda acumulación original, centrada en el papel del Estado. Si uno no supiese que Marx escribió en 1867 -hace ciento trentiocho años-, diría que se trata de un reportaje de lo sucedido en República Dominicana.

CONCLUSIÓN

El violento carácter de la acumulación original no debe cegarnos hasta el punto de negar la eficiencia con la que verdaderos empresarios aprovecharon sus posibilidades económicas, sociales, políticas y culturales. Marx entonó en el Manifiesto su himno a la Burguesía como la clase verdaderamente revolucionaria.

Sería difícil que ese dinamismo se hubiese dado por tanto tiempo sin la apropiación privada de ese capital.

No podemos negar el carácter injusto a veces, discriminatorio otras veces, del origen de la acumulación de capital. Ni siquiera Schumpeter, con su admiración al empresario surgido desde abajo, no al aristócrata, osaría negarlo y tal vez vez ni absolverlo.

Aun así es posible, se ha hecho por Mill, afirmar que su abolición provocaría mayores injusticias. Es este un manjar difícil de tragar para cualquier persona con sentido desarrollado de equidad nacida de la naturaleza de las cosas y no de sus efectos. Si nuestra moral es una de balance entre beneficios y costos sociales, se haría mucho más digerible. En el fondo, esa es la virtud de la prescripción bien entendida, como lo hizo John Stuart Mill.

Finalmente conviene recordar que siempre valdrá la pena cierto reformismo, más radical de lo que algún partido pregonó, del derecho de propiedad privada. Mill aceptaba que esta se basa en el supuesto de ser fruto del trabajo y que incluía el derecho del propietario a disponer en vida como desease dentro de un contexto socio histórico dado. Pero por eso rechazaba el convenio de que los hijos tienen derecho a ella, a no ser que se le conceda en vida del derechohabiente por éste… Lo que aparentemente no es frecuente.

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