La frontera: el cáncer de los ingenios

La frontera: el cáncer de los ingenios

“La multiplicación de los ingenios y trapiches hasta llegar a unos 35 en 1548, infló gravemente la población negra de la Hispaniola, donde los negros llegaron a ser unos 12,000 versus los 4,000 blancos que habitaban la isla”.

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Para 1527 ya había en La Hispaniola 19 ingenios y seis trapiches, en las riberas de los ríos Azua, Haina, Nigua, Ocoa, Vía y Yaque del Sur.
La producción azucarera alcanza un ritmo ascendente. En 1510 se producen diez mil arrobas de azúcar y ya para 1580 noventa mil. Africanos Zape, Mandinga, Congo, Biafora, Carabali y Gelafes abonan con su sangre y sudor una industria donde se estima que perecieron, solo en la travesía desde África al Nuevo Mundo, casi cien millones de africanos.
En el siglo 17, se importan 268,200 negros por el incentivo de una Real Cédula de su Majestad, de 1789, concediendo a los colonos la libertad de comerciar con los negros en las islas de Cuba, Puerto Rico y en Caracas.
El comercio triangular. Rejuvenecido por el comercio triangular, entre África, sus colonias del Caribe y Europa, el continente resucitaba de su decline con el marfil y los esclavos del África, con la venta de esclavos a sus colonias en América y el comercio del azúcar, del ron y tabaco. Era una transfusión de sangre a un cuerpo, casi moribundo, por sus guerras internas, supersticiones y plagas.
Empero, era demasiado el botín para que solo España lo disfrutara, y ya en el siglo 16 comenzaron los portugueses, holandeses, ingleses y franceses a disputarle el dominio de los mares, a asaltar los bergantines, y contrabandear con esclavos negros, reses, pieles y licores.
Los holandeses a través de su dominio de Curazao y Aruba. Los ingleses, de Jamaica y Barbados. Los franceses de la parte occidental de la isla, de la isla Tortuga, Cayena, Guadalupe y Martinica. Abundan los decretos reales y licencias. En 1696, Felipe V le concede a una compañía portuguesa el monopolio de Guinea; y en el 1701 le concede la licencia para el dominio de Senegal a una compañía francesa, la cual se comprometió a entregarle cuatro mil ochocientos esclavos durante diez años. En 1714, también autoriza a los ingleses, mediante el Tratado de Utrecht, a la depredación del África.
El florecimiento de las metrópolis. Con la bonanza de la esclavitud florecieron las ciudades europeas y los españoles, llegados de las Indias, transformaron la anatomía de ciudades como Sevilla, con una arquitectura y jardinería exótica que anunciaba al mundo su acumulación de riquezas. En Ayiti, o La Hispaniola, los ingenios azucareros comenzaron a expandirse como un cáncer.
Si la minería había violado las entrañas de la tierra, también había destruido la raíz del árbol sagrado, o Ceiba, llamada Dios Iroko por los africanos, árbol mítico donde habitaban todas las entidades del panteón africano, y los dioses tainos.
En una marcha indetenible, los ingenios comenzaron a desplazar a los agricultores de la tierra y con ellos a los árboles, flores, pájaros y fauna; a expulsarlos de sus colinas, valles y planicies. “En 1520 ya los encomenderos habían construido seis molinos, tres de los cuales se encontraban produciendo azúcar”.
La solicitud de los colonos de un permiso para importar negros bozales del África, que fue aceptada por el rey Carlos V, provocó la masiva importación de esclavos negros a la isla, los cuales fueron poblando la región sur de la isla, a un ritmo de 4,000 esclavos por año.
El temor de la población blanca a esta negrada provocó la emigración de la gente blanca en 1528, a pesar de la prohibición con la pena de muerte de la salida de gente española de la isla, aterrorizada por una rebelión de negros que había ocurrido en 1522, en los ingenios del Almirante Diego Colón.
“La multiplicación de los ingenios y trapiches hasta llegar a unos 35 en 1548, infló gravemente la población negra de la Hispaniola, donde los negros llegaron a ser unos 12,000 versus los 4,000 blancos que habitaban la isla”. Más unos 3,000 negros se alzaron en la región comprendida entre San Juan y Nagua.
Al aumento de la población negra había contribuido la autorización de la Corona, de 1526, de que un tercio de los negros importados a La española fueran hembras que se aparearían con los hombres para ayudar a su multiplicación.
La quema de terrenos dedicados a la caña de azúcar. Para construir los ingenios, primero se procedía a la quema de los terrenos, y el azul del cielo de Ayiti se oscureció con el humo, con la ceniza de lo que antes era vivo y palpitante.
La hojarasca, que antes nutría al suelo, también se quemaba y una y otra vez las hojas secas y la paja calcinada despojaban a la tierra del nitrógeno, exterminando sus microorganismos y material orgánico, transformando al Edén de Ayiti en un desierto de hombres enfermos que apenas podían respirar.
El deterioro de la calidad de vida, el hambre, las enfermedades, la contaminación del aire, comenzó a exterminar a los africanos, ya agotados por jornadas de 18 y veinte horas de trabajo, sin respiro y sin descanso. El promedio de vida de cada esclavo era apenas de cinco años.
Gradualmente la sinfonía de los pájaros: palomas de cuatro especies, gallinas de Guinea, tórtolas y patos, garzas, cucharetas y yaguasas, faisanes y flamencos, que habían huido en masa, el croar de las ranas, o el cricri de los grillos y los insectos, fue cediendo paso al lamento de los esclavos.
Indetenibles, los ingenios continuaban su marcha, destruyendo la fauna y la flora, interrumpiendo los ciclos vitales, calentando la tierra, provocando la pérdida de la fertilidad del suelo por la destrucción de su materia orgánica y esterilizándola. El agua utilizada en el lavado de la caña, del carbón animal, en el suministro de las calderas, y el lavado de los filtros, era vertida a los ríos, arroyos y lagos, provocando su contaminación y la de las comunidades aledañas al ingenio.
El agotamiento del oxígeno del agua comenzó a alterar el ecosistema, a intoxicar la flora y fauna. Los condensados del vapor elevaron la temperatura de las aguas matando peces y microorganismos. La vinaza, o desecho de las destilerías, comenzó a transformar los suelos de los campos fértiles en cal.
Y así, los africanos negros se transformaron en esclavos blancos, cubiertos con las cenizas convertidas en cal de los ríos donde se bañaban.
Empero no solo crecieron los ingenios y bateyes, sino también el latifundio. Vastas extensiones de tierra donde los colonos se dedicaron a la crianza del ganado, cuya carne y pieles se convirtieron en el otro gran negocio de la isla.
En 1563, el pirata inglés John Hawkins intercambió esclavos en Puerto Plata por la carne y pieles de las reses, creando las bases para un comercio de contrabando a expensas de España, entre piratas de Inglaterra, Francia, Holanda, Portugal y terratenientes isleños.

La división de la isla: sus inicios. Poco a poco la isla comenzó a dividirse en dos subsistemas ecológicos (vía la explotación francesa de los caobales en las montañas de Haití, cuya madera se consigna en altares y monumentos de Europa), y económicos. Uno situado en el occidente de la isla (Ayití), que se sustentaba en el contrabando de madera, cuero, pieles y otros productos de la ganadería, y otro en Oriente, La Hispaniola, basado en la producción de azúcar, tabaco y jengibre.

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