La atomización de los liberales

La atomización de los liberales

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La doctora M. A. Sang Beng tituló de Utopía Inconclusa uno de los trabajos de mayor profundidad sobre el drama de las fuerzas liberales en el contexto de nuestra historia y las vicisitudes a la hora de articular un proyecto de poder a largo plazo. Ahora que la encuesta Barómetro establece las tendencias conservadoras en el seno de la sociedad, resulta lógico entender cómo la fragmentación de ese bloque de fuerzas sociales, políticas y económicas adversas a la corriente de mayor dominio no termina de penetrar en el corazón de un altísimo porcentaje de ciudadanos.

Con la salvedad del patricio Juan Pablo Duarte, Ulises Francisco Espaillat, las ideas de Eugenio María de Hostos, los principios del Partido Azul, la carga arielista en el pensamiento de Santiago Guzmán, el desenfreno intelectual de Américo Lugo, el gesto irreverente de Gregorio Urbano Gilbert, las ideas marxistas del MPD y PSP en un tramo de la dictadura trujillista, la grandeza de las invasiones de 1949 y 1959, la dimensión de Manolo y su inmolación en las escarpadas montañas, la llegada del PRD y su triunfo electoral en 1962, la carga social en los conceptos de Juan Bosch, Francisco Alberto Caamaño, el componente emocional que identificó a los sectores populares con Peña Gómez, el peso específico de la dirigencia de izquierda diezmada durante el régimen de Balaguer y los aportes de dos administraciones del PRD de 1978 hasta 1986. Ahí se expresa una parte esencial de la contribución liberal a la vida política.

Dos huellas caracterizan la conducta liberal, desde el inicio de la fundación de la república: su naturaleza fragmentaria y los distanciamientos basados en discrepancias personales de sus líderes.

La incapacidad de articularse expresando los aspectos coincidentes a la hora de unificar voluntades en un proyecto de poder generó un efecto contrario en la franja conservadora que, apelando a su sed por preservar o conseguir la distribución del presupuesto nacional, no pierde tiempo en identificar lo principal que en el orden práctico es el néctar que los mueve y unifica. Y para los conservadores, el disfrute del gobierno es lo esencial.

No quiero incurrir en los maniqueísmos propios de una época, afortunadamente superada, donde los liberales utilizaron vilmente la noción de lo ético y moral. No me refiero a eso. Lo que debo reconocer es que ningún sector posee el monopolio de la decencia porque no existe un ejercicio público correcto por ser de derecha o izquierda. Admito que una buena parte del liderazgo democrático en todo su espectro sucumbió a un variopinto de miserias personales protegidas por su militancia de avanzada.

La gran fatalidad de los liberales se traduce en su naturaleza fragmentaria. Por eso, en todos los ciclos de la vida política se hace indispensable realizar una lectura inteligente de los aciertos y errores de un amplio espectro llamado a promover un proyecto no sólo electoral, sino en capacidad de traducirle a la ciudadanía el eje de sus ideas para establecer en la sociedad las marcadas diferencias. Así se avanza con mayor eficacia.

Generan entusiasmo los esfuerzos de Guillermo Moreno, Minou Tavárez y Fidel Santana. Ojalá otros, del mismo litoral se atrevan. Lo preocupante es que, las dificultades en construir una verdadera concertación, abra las compuertas para el éxito de fuerzas que han sido exitosas por la vocación balcánica de los sectores democráticos.

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