La autobiografía poética de Soledad Álvarez

La autobiografía poética de Soledad Álvarez

Vuelo no por el aire del mundo sino por el río de la vida onírica. Poesía escrita desde el paisaje espejeante de la sensualidad. Fresco conversacional, la poesía de Soledad Álvarez revela el paisaje interior de la experiencia estética del cuerpo, en su discurso, el cual alcanza su máxima potencia sensible, el lenguaje estético del cuerpo, en su sentido sensorial, amatorio y erótico. Su escritura poética es la expresión de un espectáculo circense, con los riesgos mortales que implican los azares de la vida. Sus versos semejan lances de dados que operan como imanes, en sus itinerarios: estallan en la página al son de encabalgamientos y ritmos versales.

La poesía de Soledad Álvarez siempre está marcada por su vida: es la obra de su autobiografía, la que escribe en duelo con el silencio. Así pues, sus palabras dibujan un mapa sentimental, en un desarraigo mortal, entre la memoria histórica y el olvido, la infancia y la madurez; sus palabras expresan, en consecuencia, el conjuro de sus miedos y el deseo de olvidar y callar; pero su destino es hablar en clave lírica. Su poesía no está escrita -o dicha- con los ojos cerrados, sino con los ojos abiertos. Las suyas son miradas en soledad, pero en un estado ontológico y festivo, y desde la celebración del cuerpo y la alegría del placer de viajar, que es también su ética de vivir. Purgación de la memoria visual, este poemario -Autobiografía en el agua- es la manifestación de sus percepciones del deseo, en un rapto de recuerdos.

La obra poética de Soledad Álvarez -que comprende tres libros- no es un escape hacia abajo sino hacia arriba; representa una pasión estética encarnada que refleja “un incendio sin llamas ni cenizas” -como nos dice en su primer poemario, Vuelo posible.Su poesía tiene un tono imperativo y, a veces, desemboca en un monólogo con su yo interior, que se abisma en el aire o cae al vacío de la gracia y del milagro. Poesía que toca el límite de la muerte, el borde del sin sentido y el filo de la vida. La poética de la autora de Las estaciones íntimas está ebria de sentidos, tiene sed de eternidad, está escrita en trance sinestésico, en estado de vigilia del ser; no en estado de melancolía sino de deseo eufórico y sangrante. Poesía labrada para los sentidos -y con los sentidos- desde la órbita de la cotidianidad. Álvarez ha sabido tener conciencia poética de esculpir una obra lírica en difícil equilibrio, entre el pensamiento plástico y la sensorialidad plena. No hay sinuosidades barrocas, ni elucubraciones filosóficas; hay, en cambio, una mesura helénica entre las trampas de lo ordinario y el laberinto de la oscuridad expresiva, tan cara a ciertas poéticas barrocas. Su poesía postula no ideas sino imágenes visuales, vitales y empíricas que nos iluminan, y, lejos de enceguecernos, nos hacen abrir los ojos para ver más clara la realidad y comprender que existimos. Podríamos decirlo con los versos de Ungaretti: “Me ilumino de inmensidad”.

La experiencia poética es así resultado de la percepción empírica de Soledad Álvarez, que es transparente como el agua de su biografía, esa agua que vuela a cielo abierto.En su mundo poético no hay noche sino día: soles y “estaciones íntimas”, días eternos, y un sol perpetuo que sostiene las miradas de su ser poético; una poesía que nos hace abrir los ojos no para callar o hacer silencio, sino para cantarle a la soledad del mundo. Es poesía que se alimenta de miradas, de la contemplación lúdica, en que la realidad se hace memoria del deseo, reminiscencias de los placeres sensoriales. Canto de inocencia y de experiencia, entre juego de máscaras e identidades, pendulan los ecos de la desnudez y el paraíso perdido de la presencia. Elogio de los amantes y celebración de la potencia sensual del cuerpo, su poesía refleja un horror al envejecimiento y a la muerte. De ahí que su obra merodea entre los avatares de la angustia por perseverar en su ser vital, donde el cuerpo se consume con la eternidad.

Soledad siempre ha escrito poesía desde la ebriedad de la realidad, nunca desde el dolor del mundo; más bien, escribe desde la celebración de la dicha del ser femenino.Sus poemas, en efecto, nos hacen ver y oír con los ojos y los oídos bien abiertos para percibir las intuiciones del tiempo y los latidos del espíritu. Su obra es, así, un viaje del misterio a la carnalidad, en una estrategia lírica que se nutre de evocaciones y presencias. Tránsito y transformación del cuerpo, desarraigo espiritual de los sentidos: el ser se resiste a sus metamorfosis materiales. La imagen poética vagabundea, entre la nostalgia que taladra el sentido de la vida, y martilla las ilusiones perdidas, en la fugacidad de los instantes rotos. Ante la muerte y la escatología del ser, el placer actúa como ente catalizador del miedo, pero ese placer, que es un mecanismo de defensa contra el dolor, también se transfigura en evasión y religión del cuerpo.

La anécdota constituye la piedra angular en el universo poético de Soledad Álvarez; es la semilla de donde brotan no pocas fuentes originarias de muchos de sus poemas, y que logra trascender con el vuelo de la metáfora. Asimismo, se percibe la descripción de visiones cotidianas de una memoria a priori, que relata y canta, en claves metonímicas, las intuiciones poéticas de los instantes vividos.

Desde Vuelo posible (1994), pasando por Las estaciones íntimas (Premio Nacional de Poesía, 2006) hasta Autobiografía en el agua (2015), la poética de Soledad Álvarez ha girado en torno al imperio de la pasión, y creado un universo verbal donde gobiernan los sentidos, o más bien, la memoria de los sentidos. Toda su órbita poética posee una constelación de signos, en la que el cuerpo erótico es el protagonista de su canto y de su memoria histórica personal. Sus poemas se mueven mediante un ritmo musical de estaciones, en un elogio a la desnudez, que le confiere sentido a la estética del mundo.

Ese ritmo, en tanto organizador del sentido poético, encierra un tono creativo, versátil, lúdico y dinámico, diferente y autónomo en cada poema, por lo que su concepto del ritmo verbal revela una conciencia estética definida. Ese concepto rítmico no es una búsqueda de estilo sino una meta y un destino. La suya es una escritura contra la muerte y una afirmación del ansia de vivir, de la voluntad de ser, y de ahí que el amor y el erotismo funcionan, en su poética personal, como receptáculos de placer contra el dolor y la finitud. Triunfo de Eros y derrota de Tanatos, su obra lírica se mueve en una galaxia de símbolos, en su espacio sensible y su temporalidad terrestre.

Su universo poético es un constante diálogo con su cuerpo, una autobiografía íntima, desnuda, despojada de miedo y desbordante de pasión y gracia de vivir. Con Autobiografía en el agua, Soledad Álvarez le canta a su vida pasada y presente, y a la vida de su generación, y continúa así su impronta sostenida y osada, lúdica y corpórea, con la que ha conquistado un espacio en nuestra tradición literaria.

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