La aventura del cuento dominicano en el siglo xx

La aventura del cuento dominicano en el siglo xx

Corresponde a Juan Bosch el jalón de crear el cuento moderno dominicano. Con la publicación del libro “Camino real” (1933) se inició la nueva narrativa breve en Santo Domingo. Los precedentes eran el cuento folclórico, el cuento modernista, representado por Virginia Elena Ortea (“Risas y lágrimas”, 1900) y Fabio Fiallo (“Cuentos frágiles”, 1908 y “Las manzanas de Mefisto”, 1934), y el cuento llamado por Emilio Rodríguez Demorizi de política criolla, con José Ramón López, autor de “Cuentos puertoplateños”, (1912) como la figura más relevante. Este género literario modernista fue exótico; el de política criolla, por su parte, recorre las revoluciones montoneras que afectaron al país luego de la caída del dictador Ulises Heureaux, en 1899, hasta la ocupación estadounidense de 1916.

Con Juan Bosch, el cuento dominicano se inserta en la modernidad literaria de Guy de Maupassant, Horacio Quiroga, Antón Chejov y Edgar Allan Poe. Bosch formula un arte cuya teoría aplicará en sus primeros cuentos y luego expondrá en La Habana y en Caracas, como arte de escribir cuentos. Todos los textos que conforman “Camino real” no logran los mejores aciertos de su teoría en desarrollo, pero uno de ellos se convertirá en un clásico hispanoamericano, “La mujer”. Si lo tomáramos como modelo, la modernidad de Bosch se manifiesta en integración del paisaje a la trama narrativa, planteamiento de un tema interesante, dramático; dosificación de la acción, pocos personajes, unidad de tiempo, espacio y acción, estructura “in media res”, uso artístico de la sucesión temporal y final abierto o sorprendente…El lenguaje de Bosch es preciosista, debido al influjo del modernismo y el neopopularimo lorquiano.

Este autor había viajado a Barcelona en años anteriores, y era lector de los cuentos de Calleja; regresó con una poética que parecía criollista, pero buscaba expresar la vida del hombre del campo. Ya en el cuento “Camino real” se nota una poética social que Bosch desarrollará dentro de una visión de realismo social y un intento de valoración de las formas, de la temática del honor y la honra de los campesinos dominicanos.

Junto a Juan Bosch surgió un grupo de narradores que en la década del treinta y la del cuarenta publicaron obras a su tenor, como Ramón Marrero Aristy (“Balsié”, 1938), José Rijo (“Floreo”, 1978), Néstor Caro (“Cielo Negro”, 1951); así como también Hilma Contreras (“Cuatro cuentos”, 1953), la única mujer del grupo y la que establece una cierta ruptura temática con el cuento de Bosch. Otros narradores, como Tomás Hernández Franco (“Cibao”, 1951), quien había publicado un libro de relatos decadentista y vanguardista en París (“El hombre que había perdido su eje”, 1921), Ramón Lacay Polanco (“Punto sur”, 1958) y José María Sanz Lajara (“El candado”, 1959), realizan un cuento distinto al que impuso Juan Bosch en 1933.

Entonces el cuento siguió, en los cuarenta y cincuenta, siendo una narración de temas rurales, con muy pocas excepciones. Se destaca en el tema urbano el libro “Los cuentos que Nueva York no sabe” (1949) de Ángel Rafael Lamarche, obra poco conocida y menos estudiada, que plantea una poética del hombre universal tal como la enunció el grupo de poetas en torno a la “Revista de La Poesía Sorprendida” (1945), centrada en el hombre y su relación con la cosmopolis. Mientras que Sanz Lajara, embajador de Trujillo, realizó en “El candado” (1959) una escritura extraordinaria en la que se destaca el uso de un lenguaje directo, pero muy expresivo, dándole fuerza a temas como el del doble, el indio hispanoamericano, la vida de los negros; así como el tema de la fidelidad en la pareja, el machismo y del autoritarismo militar. “El candado”, por la variación temática, la construcción de atmósferas, personajes y por la diversidad de espacios, es uno de los mejores libros de cuentos dominicanos, tal como lo definió en el prólogo el escritor barcelonés exiliado en Santo Domingo, Manuel Valldeperes.

Sin embargo, el cuento de los cuarenta y cincuenta con Lacay Polanco y Tomás Hernández Franco retorna a los temas de 1933. Ambos son muy buenos narradores, y sus obras son de gran calidad. Mientras esto seguía ocurriendo en la República Dominicana bajo Trujillo, Juan Bosch, que había salido hacia Puerto Rico en 1938, comienza a proyectar su obra fuera de la República Dominicana; publica en revistas puertorriqueñas y cubanas como “Alma Latina”, “Carteles” y “Bohemia”, y logra tener algunos seguidores en Puerto Rico como José Luis González (“El hombre en la calle”, 1948) y Abelardo Alfaro (“Terrazo”, 1947); también influye en el cuento cubano a través de Jorge Onelio Cardoso (“Taita, diga usted cómo”, 1945). El cuento de Bosch sigue siendo una narración apegada a los temas dominicanos, pero va ganando terreno en la expresión de lo maravilloso, con “Dos pesos de agua” y “La bella alma de don Damián”; también desarrolla Bosch momentos de gran dramatismo con la dosificación de la acción y con el tema del perseguido en textos como “Luis Pie” (ganador del Premio Hernández Catá en La Habana en 1945), “El hombre que lloró” y “El indio Manuel Sicuri”.

La narrativa de Bosch alcanza su mayor proyección con la publicación en 1955 en Chile de “La muchacha de La Guaira” (Nascimiento, 1955), a los elementos dramáticos agrega Bosch una exploración de la psicología de los personajes y un deseo de expresar en cada cuento la cultura de un pueblo, como se puede notar en “Hacia el puerto de origen”, “El indio Manuel Sicuri” y “La mancha indeleble”; en este último esboza el problema de partido único y la negación del individuo. En el cuento “La muchacha de La Guaira” parece acercarse al existencialismo a través de un intento de explicar el porqué en América somos así (la identidad colectiva) como también ocurre en “Una jíbara en Nueva York”, cuento poco conocido.

Al final de la dictadura, surge como una importante figura de la narrativa breve Virgilio Díaz Grullón, quien gana el premio nacional de cuentos con Un día cualquiera (1959). El cuento de Díaz Grullón entra en la ciudad aunque retorna al campo en “Crónica de Alto Cerro” (1966); trabaja este autor los temas del absurdo, del poder, con la relación padre-hijo, y explora tópicos de la literatura clásica con “Edipo”. En los años setenta, Díaz Grullón le da un vuelco a la narrativa breve en Santo Domingo; se ha llegado a comparar a este autor con Juan Bosch.

La figura más importante del cuento dominicano al terminar la dictadura es Marcio Veloz Maggiolo, quien comparte con el ensayo y la novela esta actividad artística. Veloz Maggiolo ha escrito textos de gran valor para la narrativa breve como “La fértil agonía del amor”, “Odiseánica”, “Camino al ministerio”, “El coronel Buenrostro”, “¿Hombre o mujer?”, “El maestro” (de sus casi cuentos), y el maravilloso “La pierna de M. Lavalette”. Otros autores se asomaron al cuento con mucha fuerza, aunque finalmente no terminaron su promisoria carrera como Miguel Alfonseca y René Del Risco y Bermúdez, quienes también hacen de la narrativa breve dominicana parte de las nuevas técnicas del Boom latinoamericano, como lo venía haciendo Díaz Grullón, pero en lugar del absurdo, trabajan un realismo social citadino.

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