La borrachera de Hugo Chávez

La borrachera de Hugo Chávez

Lo que sigue es un artículo de mi autoría publicado el 26 de abril de 1999 en la revista Rumbo. Ha circulado recientemente en las redes y, como ha envejecido bien, lo republico en esta columna. Le he dejado el mismo título aunque, en verdad, debería ahora intitularse “la resaca de Hugo Chávez”, pues la tragedia que vive la hermana república de Venezuela es consecuencia de lo que comenzó a gestarse hace más de 15 años. La gran lección venezolana para toda nuestra América es no creer los cantos de sirena de los adanistas y buenistas que quieren refundar las repúblicas por encima de los partidos supuestamente “podridos”, para luego entregarnos, mansos como ovejas, en brazos de un mesías siempre dispuesto y presto a casarse con la gloria, eso sí al costo de nuestros derechos. La gran suerte de los venezolanos es que, tarde o temprano, el día que entierren el chavomadurismo, todos, habiendo sufrido los estragos de un gobierno como el que dirige Nicolás Maduro, no volverán a inventar con regímenes políticos, como el “bolivariano” que, en su afán de construir un paraíso en la tierra, están dispuestos a sacrificar las libertades de los ciudadanos].
Dice un adagio que cada pueblo tiene el gobierno que merece. Creo que eso no es cierto pero es la mejor justificación de los gobiernos autoritarios, uno de los mitos que permite establecer una colaboración entre la víctima y el agresor, una especie de síndrome de Estocolmo, en el que los pueblos oprimidos por sus gobernantes justifican su opresión en supuestos agravios o inacciones cometidos por éstos.
Observando la situación de Venezuela he pensado mucho en esto. Venezuela fue uno de los primeros países latinoamericanos en transitar del autoritarismo a la democracia y con una enorme riqueza petrolera tuvo la oportunidad perdida de abandonar el Tercer Mundo. Hoy, sin embargo, la democracia venezolana está en crisis y la pobreza ha aumentado a niveles impensables cuando el país bailaba la danza de los millones producidos por el oro negro de sus entrañas.
La crisis de la democracia venezolana se manifiesta en la desconfianza de la gente hacia los partidos tradicionales que condujo al poder al actual presidente Hugo Chávez. Las esperanzas de los venezolanos están depositadas en este hombre de quien se espera que logre enrumbar al país por los senderos del progreso socio-económico, al tiempo de propiciar a través de la reforma constitucional una refundación del sistema político.
Estas esperanzas estuviesen bien fundadas si Chávez se visualizase como un pitcher taponero, como el líder político que permitirá a Venezuela reencontrarse con la democracia, como una especie de De Gaulle caribeño o como su compatriota Betancourt que erigió las bases institucionales de la democracia venezolana. Pero no. Chávez, al igual que Mussolini, Hitler, Franco y Trujillo, entiende que los partidos políticos son, por esencia y naturaleza malos, porque son corruptos, porque dividen la voluntad popular. Por ello, el instrumento que utiliza Chávez para llegar al poder, aunque es formalmente un partido, es denominado “movimiento”, lo cual recuerda la falange española y otros movimientos populistas y fascistas.
En el fondo, y sin saberlo, Chávez admira a Rousseau: por ello adora la voluntad popular y abomina de toda opinión contraria a esa voluntad popular. Pero, como buen roussoniano, Chávez sabe que la voluntad popular no es la mera suma de lo que los individuos desean sino que, en realidad, es aquello que las personas deben querer. Esto conduce, en ausencia de partidos, a que la voluntad popular es finalmente lo que quiere el líder del pueblo, lo que quiere Chávez. Ello explica el tono personal de las comunicaciones oficiales de Chávez: yo quiero, yo deseo, yo entiendo…
Esa necesidad de configurar la voluntad personal de Chávez como la voluntad popular de Venezuela es lo que lleva al presidente venezolano a enfrentar al Congreso y el poder Judicial, que tienen las taras y deficiencias de sus homólogos hemisféricos, incluyendo a los Estados Unidos. Chávez necesita arrasar con todos los poderes constituidos e imponer su voluntad como si surgiese de un poder constituyente originario. Es para evitar la tierra institucional arrasada de Chávez que la Corte Suprema de Venezuela extirpa la palabra “originaria” de la convocatoria a la constituyente: para preservar las instituciones mientras el país se dota de un nuevo marco institucional. De lo contrario, al eliminarse los poderes constituidos y mientras se establecía el nuevo orden constitucional, hubiese quedado Chávez como el único poder constituido constitucional.

De todos modos, ya el presidente venezolano tiene plenos poderes para implementar su programa económico, si es que lo tiene. Veremos entonces qué piensa el pueblo de su política y de qué poderes demiúrgicos disfruta Chávez que le permiten resolver lo que dos partidos como Acción Democrática y el COPEI no pudieron antes solucionar. Del mismo modo, veamos si la manipulación del texto constitucional de Venezuela resuelve como por arte de magia los problemas políticos e institucionales de la hermana república latinoamericana.

Pienso, sin embargo, que Chávez es simplemente otro demagogo más de esos que han poblado nuestra historia y que el gran pecado de los venezolanos es seguir la tradición latinoamericana de poner en las manos de una persona los destinos de una nación, pasando por alto que un país lo construyen todos los ciudadanos no un líder iluminado. Ojala que la resaca que seguirá a la borrachera del gobierno de Chávez convenza a los venezolanos que la democracia con partidos es mejor que la supuesta democracia sin partidos donde solo se impone la voluntad de una persona. Si es que esa resaca llega y la borrachera no dura lo que tiene Castro o duró Juan Vicente Gómez en el poder.

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