La campaña de alfabetización

La campaña de alfabetización

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Es motivo de honda preocupación las dramáticas características del problema del analfabetismo en la República Dominicana. Según datos aportados por la Oficina Nacional de Estadística, cerca de un millón de dominicanos adultos (plural genérico) no saben ni leer ni escribir. Dicho enigma se torna más grave aún en algunas regiones del país donde una alta proporción de sus pobladores no disfrutan de la oportunidad de recibir una educación formal ni de los beneficios de la modernidad. Se trata de lugares habitados por gentes viviendo en condiciones de extrema pobreza en un ambiente sembrado de males y desengaños.

El presente de sitios como esos es el mismo de La Española de hace más de quinientos años cuando sus primitivos habitantes vivían en casas pequeñas (bohío) dedicados a la caza y a la siembra de habichuelas, maíz, batata y yautía. También, a la pesca con instrumentos rudimentarios y en pequeñas embarcaciones llamadas canoas.

Si observamos el problema del analfabetismo desde el punto de vista económico y social advertiríamos la extraordinaria gravedad del mismo. Mirándolo así, podríamos percatarnos de la correlación existente entre el analfabetismo y el estado de pobreza en que viven miles de nuestros conciudadanos. Los adultos que no saben ni leer ni escribir se ven imposibilitados de contribuir al progreso de sus naciones y, por vía de consecuencia, de disfrutar del bienestar que el mismo genera.

Se cuentan por miles los dominicanos jóvenes que ni estudian ni trabajan. Los servicios de educación que se ofrecen en las escuelas públicas y en muchos colegios privados son de una calidad muy cuestionada; y es, cada vez mayor el abismo cultural que media entre los que viven sin sobresaltos y los que sobreviven gracias a las manos de Dios.

Quienes ejercen el oficio de maestro deben preguntarse si formulan sus planes y programas de estudio en abono a una mejor educación o, por el contrario, lo hacen como un simple ejercicio intelectual sujeto a especulaciones sin que el producto de su esfuerzo tenga nada o poco que ver con las urgencias y con las crecientes necesidades del país. Intuimos que en el ambiente en que nuestros docentes se desenvuelven predomina una mezcla de embaucamiento y de exasperación de lo negativo dirigida a los sectores desfavorecidos con el nefasto propósito de instarlos a que renuncien a la idea de formar parte de cualquier proyecto de acción social que los libere de la miseria, de la ignorancia y de la incultura.

Además de alfabetizar miles de personas adultas, debemos de solucionar otros problemas tan acuciantes como ése, por ejemplo, el de un número considerable de niños y adolescentes que permanecen fuera de las aulas porque sus padres se ven en la necesidad de insertarlos a edad temprana en el mercado informal, o porque no encuentran lugares en los que satisfacer sus incipientes deseos de saber y de llegar a ser alguien en la vida.

En la actualidad, cientos de maestros recién egresados de universidades se encuentran sin empleos, lo mismo le ocurre a jóvenes profesionales, muchos de ellos con estudios de postgrado cursados en instituciones de educación superior nacionales y extranjeras. Esas cifras son como para aterrorizar a cualquiera. ¿Cómo y de qué manera el Gobierno de Danilo Medina encara o habrá de encarar problemas tan graves como esos? La propuesta de un Pacto para la Reforma de la Educación de parte del su administración, unida al aumento de las partidas presupuestarias destinadas a ese sector, ha hecho que entre nosotros vuelvan a renacer las esperanzas de que lleguemos a disponer, de aquí a unos cuantos años, de un sistema de instrucción pública de calidad al cual todos tengan acceso.

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