¿De qué va la economía, va de aliada del capital o va aliada de los pobres? ¿Va de observadora de las fuerzas invisibles o va de rectora de la moral humana? ¿Va de neutrales descripciones o de herramienta ideológica? No hay un consenso en las respuestas, que son tan diversas como economistas hay.
Al ser la economía -probablemente- la ciencia social que más ha abrazado las matemáticas, las reflexiones deontológicas y el cuestionamiento de su raíz no resultan populares en ninguna de las escuelas. Así, es fácil olvidamos que el objeto de la ciencia económica es la asignación eficiente de los recursos escasos, y más fácil es olvidar que esa asignación eficiente se debe a los seres humanos en sociedad, antes que a una comprensión de un fenómeno que naturalmente, como si lo hacen la física, la biología o la química. La ciencia económica, en ese mismo contexto social, procura entender la creación de la riqueza, definida no como mero fenómeno monetario, si no como creación de valor (Adam Smith, D. Ricardo, C. Marx).
Desde que Thomas Piketty lanzó su libro: El Capital en el Siglo XXI, el debate en el mundo académico y político se ha vigorizado a unos niveles que no se veían desde que se le otorgara a Amartya Sen el premio Nobel de Economía. Ha habido voces a favor y en contra de su tesis principal de que la tasa de crecimiento del capital es mayor que el de la distribución de la riqueza, dando nuevos argumentos a las posiciones ideológicas que buscan una distribución más equitativa.
En sus detractores hay básicamente dos posiciones, los que señalan que la investigación tiene fallas en la data seleccionada, aunque no de manera muy convincente; y, por otra parte, los que, al valorar las conclusiones, validándolas, aunque sea parcialmente, defienden que la desigualdad no es tan importante como parece sugerir Piketty. La semana pasada en Diario Libre el economista Pedro Silverio citó a la economista Deirdre McCloskey que plantea la tesis de que lo que debería preocuparnos es la pobreza absoluta y no la desigualdad en la distribución de la riqueza.
El tomar partido por una de estas posiciones corresponde, más que al ámbito normativo, al espacio ideológico, ese marco en el cual privilegiamos el a priori que la evidencia científica. Valdría la pena preguntarse, antes de ejercer nuestro derecho de decantarnos ideológicamente por una tesis u otra, si hay realmente una contradicción entre el hecho que parece ser cierto de que la concentración de riqueza es creciente y la urgencia moral de atender la pobreza absoluta.
Igualmente, debemos alentar que la academia y los investigadores profundicen y afinen la data local y mundialmente, sin a priori, porque no parece ser muy obvio que la riqueza (o la pobreza) sean fenómenos naturales ni que estén respondiendo a una reasignación eficiente de los recursos escasos, ni tan poco parece obvio que un bando tenga razón, sólo por su ideología. Data dura y pensamiento profundo. Lo necesitamos.