La culpa fue de Primitivo y Camboy

La culpa fue de Primitivo y Camboy

POR MANUEL EDUARDO SOTO
Mucha gente me pregunta que por qué un periodista chileno como yo terminó viviendo en República Dominicana, país cuya idiosincracia es tan distinta a la del país que me vio nacer.

Y siempre mi respuesta es que lo hice por el cariño que le tengo a este país desde que tuve mi primer contacto con el merengue, nada menos que en la ciudad de Washington, la bellísima capital de Estados Unidos.

Hasta principios de la década del 70, para mí la República Dominicana era un término abstracto porque no sabía mucho sobre ella, aparte de que había tenido un diplomático que hizo estragos entre las mujeres más bellas y sensuales de su época, y que su protector había sido paradójicamente el sangriento dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Pero cuando me radiqué en Washington, mi primer trabajo fue el de disc-jockey de la única radioemisora hispana de la ciudad, WFAN. Y como tal, me tocó presentar en un baile a la orquesta de Primitivo Santos, cuyo cantante era un muchacho de nombre Camboy Estévez, que todavía no pasaba a la galería de las estrellas de la música dominicana. Hoy es un nombre legendario entre los dominicanos por su magistral interpretación de «Mi calle triste», ese sentido bolero que le eriza la piel a todo el que la escucha.

Así que cuando escuché esos cadenciosos acordes del merengue en el cuartel de bomberos del barrio universitario de Georgetown, a orillas del río Potomac, supe de inmediato que el merengue y yo nos íbamos a llevar de maravilla. Y así fue.

Ese primer contacto abrió la compuerta que más tarde me llevaría a darle difusión en agencias internacionales de noticias al ritmo típico de la República Dominicana, destacando el talento de figuras como Wilfrido Vargas, Johnny Ventura, Yuly Mateo («Rasputín»), Jochy Hernández, Jossie Esteban y la Patrulla 15, Juan Luis Guerra y 4.40, sólo para mencionar algunos.

La figura de Primitivo y Camboy me vino recientemente a la memoria, cuando volví a ver por enésima vez esa excelente película de terror titulada «El exorcista», cuya trama transcurre justamente en el barrio washingtoniano de Georgetown. En las primeras escenas de la cinta protagonizada por Linda Blair –quien es poseída por el demonio– la cámara enfoca el cuartel de bomberos donde bailé el primer merengue de mi vida con una alta, espigada y sensual morena de largas piernas, situado junto a la pronunciada escalera de cemento donde el satánico personaje de Blair lanzaba rodando a sus víctimas.

Hoy en día, la escalera es un atractivo turístico y los visitantes llegan en masa al lugar para tomarse fotografías y decir que estuvieron en la fatídica escalera. Ellos no saben que en el cuartel de bomberos contiguo yo di mis primeros pasos de merengue.

Tenía la duda si Camboy había estado cantando esa noche de un domingo, en una presentación organizada por el empresario dominicano Daniel Bueno, por lo que lo llamé recientemente a su casa, y el cantante me confirmó que, en realidad, la relación artística entre él y Primitivo se remontaba a algunos años antes de ese baile.

*El autor es periodista chileno.

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