La cultura cimarrona

La cultura cimarrona

–Ustedes, los periodistas, deberían redactar un libro antípoda de Carlos Darwin: “La involución de la especie humana”. Nos han enseñado en la escuela que el hombre actual es “resultado de la evolución natural”. Los antropólogos evolucionistas sostienen que procedemos de algún piteco que logró desplazarse erecto, el cual experimentó la transformación de la mandíbula, del cerebro anterior, de la laringe; y por todo ello, hemos podido pensar, hablar, fabricar herramientas. Pero ahora asistimos a la involución del hombre, al tránsito hacia su conversión en puerco cimarrón o en perro realengo. La degradación del último heredero del mono es visible en el orden intelectual; pero también ha disminuido su sensibilidad artística; ha sufrido, incluso, embotamiento de los sentimientos morales.
–¿Y por que tienen los periodistas que escribir un libro de esa clase? –En primer lugar, porque reciben, directamente, el flujo de las noticias de esa degradación de lo humano. La documentación y las estadísticas disponibles, pasan por sus manos a través de los periódicos. Además, los periodistas son seres que parecen escritores; podrían ofrecer “testimonios” acerca de ese descenso antropológico, que ha afectado las costumbres, la convivencia política, la transmisión del conocimiento. Mientras el perro doméstico alcanzó el ladrido y la sociabilidad, el hombre urbano ha perdido gran parte del entendimiento y toda la vergüenza; ya no estima los viejos valores morales.
–Usted debería pasar unos días en la isla Beata, dedicado a rezar y pensar en un reportaje de este tipo. –Pero en la isla Beata apenas hay unos pocos habitantes. –Precisamente, la soledad ayuda el pensamiento creativo. Usted vive en medio de peloteras y aglomeraciones humanas, viendo reyertas de partido, oyendo argumentos políticos estrafalarios, rodeado de mentiras por todas partes. En la Beata no lo importunarán vendedores, ni rateros. Podría quedar sin señal en el teléfono.
–En las Antillas, el calor convierte los pensamientos en humo, en vapor de nostalgia. Hace que lo discursivo se vuelva eruptivo. El fuerte oleaje de la Beata empuja una gratísima brisa refrescante. Allí no le ocurrirá como al poeta peruano César Vallejo, quien consignó: “Quiero escribir, pero me sale espuma./ Quiero decir muchísimo y me atollo,/” ¡Cuente lo que vea a su alrededor como si levantara un acta!

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