La duda hace la ciencia económica

La duda hace la ciencia económica

Muchos siglos han pasado desde que aquel primer hombre moderno, René Descartes, legó a la humanidad un poderoso instrumento: el método científico. Aquel cuestionamiento metódico que enseñaba a dudar de las propias percepciones, fue y sigue siendo el instrumento más poderoso que tiene el ser humano a su disposición para la construcción del pensamiento científico. Su innegable avance trajo consigo un increíble desarrollo de la tecnología y del bienestar material de la humanidad. Sin embargo, en el último siglo, trajo también un prejuicio tan basado en una superchería como cualquier talismán creado por un alquimista de la Edad Media: el de pensar que la tecnología es más que la ciencia. La duda metódica dejó de estar de moda.

La ciencia misma dejó de estar de moda, y hay una perfecta tranquilidad con esa idea. Hoy estamos más al tanto del avance tecnológico que de las conjeturas científicas. Y de esa moda no se escapan las ciencias sociales, ni siquiera la única – llevada al rango de ciencia exacta – premiada con el Premio Nobel: la Economía. Desde los años ochenta, y en lo adelante, predomina una lectura de las teorías económicas, fundamentado en un supuesto, la racionalidad de los agentes económicos.

Ante esa realidad, el reducto académico, ligado a la acción política de ideología izquierdista, o al keynesianismo (erróneamente ligado a los desequilibrios económicos) languideció y vivía de la añoranza, la denuncia o la autoreferencia. Era natural, la humanidad había abrazado el cinismo; es decir, hacía que creía, pero actuaba sin creer… y lo peor, aunque parezca paradójico, sin dudar; dejando a las sociedades sin acceso a la investigación científica y llevando al rango de héroes a aquellos capaces de convertir el conocimiento económico en éxito financiero. Así, también la economía caía en la superchería, incluso en el mundo académico crítico, en el que se tiene razón a priori.

El capitalismo fundamentado en la visión neoclásica de la economía había triunfado sobre la mayoría de los modelos alternativos. El colapso del socialismo no es algo que podría ponerse en duda. Sin embargo, las sucesivas crisis a partir de los 90 y los muy discutibles avances en la lucha mundial contra la pobreza, nacidas de la lógica de la desregulación, la incapacidad general de predecirlo y la imperante idea de que economía y finanzas son la misma cosa, demuestran que el éxito del capitalismo, tal como lo conocemos, es pírrico, cuando no cuestionable.

La cuestión es que las grandes escuelas enfrentadas podrían argumentar algunos éxitos, pero también una buena cantidad de fracasos; de lo contrario, va siendo hora de volver, no sólo al humanismo en las academias, sino también a la colaboración proactiva de conocimiento de otras ramas y más, a una idea simple, general, antigua: dudemos primero, después todo paradigma es un límite y todo límite una camisa de fuerza. Dudar primero del propio hallazgo, investigar y aprender de los éxitos y fracasos. No fallan los modelos y los sistemas, fallan quienes creen en ellos como alquimistas. Hay que volver al método científico, y dudar.

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