En estos tiempos hemos hecho de la vida un tren que nos va llevando a ritmo acelerado, vamos de un lado para otro corriendo, siempre de prisa, la premura nos lleva a la desesperación, deseando que todo lo que queremos sea tipo “microondas». Pudiéramos inclusive denominar estos tiempos como » la era de la prisa o la inmediatez».
Muchas veces esta desesperación o la falta de tiempo por los compromisos cotidianos y la cantidad de responsabilidades asumidas, nos lleva incluso a perder los buenos modales y olvidar la importancia de la cortesía y del trato amable, exhibiendo una actitud pedante o arrogante.
Queremos que nuestras necesidades sean resueltas de manera inmediata, nuestro bajo nivel de tolerancia ante la frustración nos hace ver enemigos en aquellos que no colaboran justo en el momento en que deseamos y en la forma en que queremos.
De allí vienen las palabras groseras a personas con las cuales interactuamos de forma esporádica y espontánea, personas estas que quizás no volvamos a ver en mucho tiempo o nunca más, tales como parqueaderos de carros, recepcionistas, cajeras, o simplemente compañeros de escalera, cualquiera pudiera recibir un trato indelicado a causa de nuestra prisa y desesperación; estos tratos descortés abarcan en muchas ocasiones a nuestras familias y seres queridos, quienes terminan convirtiéndose en victimas de nuestra falta de tiempo.
Es importante reconocer que esta prisa ni siquiera nos lleva a ganar tiempo, si reflexionáramos sobre el particular surgirían en nosotros las siguientes interrogantes: ¿Vale la pena el riesgo que tomamos por ir tan rápido? ¿Es necesario atropellar a quienes nos encontramos en el camino a causa de nuestra prisa? ¿Como puede afectar nuestra salud los niveles de estrés que nos generamos en nuestro día a día?
Advertiríamos que la prisa es estéril, que no nos convierte en exitosos ni nos ayuda a conquistar algo diferente, sino que más bien aleja estas posibilidades y sobre todo la probabilidad de disfrutar lo que hacemos.
La «prontomanía», lo quiero ya y ahora, va cada vez tomando más seguidores, cada día nos encontramos con más personas en las diferentes oficinas de servicios demandando respuestas automáticas e inmediatas a sus necesidades. el efecto “microondas” nos convierte en seres egoístas e insensibles a la presencia y las necesidades de los demás.
Nos convierte en personas mal humoradas, no tenemos tiempo para brindar o disfrutar una sonrisa, esta actitud aleja la alegría de nuestras vidas.
Una sonrisa a quien me encuentre en la escalera, un saludo amable al vendedor de tienda, así como el bienestar personal, pasan a ser un regalo, poco común, e incluso «extraño».
Las personas que andan de prisa suelen hablar rápido, pensar de manera acelerada, sacar conclusiones súbitas y al vapor, actúan con rapidez, y en ocasiones por impulsos, no tienen plena conciencia de sus actos y de las consecuencias de los mismos, sobre todo, siempre creen tener la razón.
Es lamentable, pero sin saberlo muchos buscan romper su propio récord, el de lograr hacer más cosas en el menor tiempo.
También existen quienes simulan la prisa, por entender que esta los hace ver como alguien muy importante, cuyo tiempo merece más atención y respeto que el de los demás; muchas personas incluso piensan que andar de prisa les da prestigio o estatus, al desarrollar una actitud de exclusividad, hasta el punto de sentir que dedicarle unos minutos a escuchar a alguien es un sacrificio o un regalo inusitado que la persona debe reconocer como exclusivo.
Sin embargo, la prisa puede reflejar en realidad, una mala administración del tiempo, y unas aspiraciones poco realistas, al pretender realizar actividades más allá de sus posibilidades.
La mayoría de las personas habituadas a la prisa, han hecho de ésta su estilo de vida, adicionando estrés y ansiedad a su cotidianidad, junto a las connotaciones equívocamente positivas que hemos mencionado.
Sin embargo, estos individuos no disfrutan de un momento distendido o placentero, pues lo tildan de poco productivo y lo perciben como pérdida de tiempo. Incluso, hay una depresión llamada «dominical», que se refiere al estado de ánimo deprimido de personas que no encuentran el sentido de sus vidas durante un tranquilo domingo.
Pero, ¿cuál es el sabor de la prisa? ¿Disfrutamos lo que hacemos cuando andamos acelerados? Muchas veces los frutos de nuestra rapidez consisten en algo que esperamos recibir en el futuro, mientras en el presente somos insensibles a lo que ya tenemos.
Para vencer el mal hábito de la prisa es importante tomar en cuenta las siguientes recomendaciones:
Aprenda a distinguir lo urgente de lo importante, de esto va a depender el valor que le demos a cada cosa; organice, planifique su día según lo que es relevante para usted.
En lugar de resolver muchas cosas que se volvieron urgentes, trate de actuar de modo que pueda prevenir que surjan estas urgencias. Muchas emergencias de hoy, ya avisaban su importancia desde antes, y a veces las dejamos para después, con el resultado de que se convierten en una urgencia que nos inyecta una prisa indeseada.
Establezca un horario con lapsos de tiempo realistas para cada una de sus actividades, poniendo límites a la cantidad de compromisos y responsabilidades asumidas cada día; esto le ayudará a organizar su agenda de forma equilibrada y a establecer prioridades.
Dedique tiempo para usted, para hacer actividades que disfrutes y le relajen, que le ayuden a liberar el estrés, desconéctese del afán y del ajetreo.
Recuerde que no está obligado a contestar todos los mensajes que recibe en las redes sociales y sistemas de mensajería de forma inmediata. Escoja un día sin compromisos, dedíquese a hacer nada, o simplemente a estar tranquilo y a compartir con los suyos.
Abandone el mal hábito de comer frente al escritorio, al mismo tiempo que habla por teléfono, y da instrucciones en el trabajo, deje de lavar la ropa al mismo tiempo que hace la tarea con sus hijos y barre la casa; hacer muchas cosas a la vez puede ser una ventaja, pero hacer de esto un estilo de vida lo convierte en la enfermedad de la prisa.
Cada uno tiene la libertad de elegir el ritmo con el que quiere vivir, pero a pesar de esto es importante reconocer que la prisa no puede ser siempre nuestra compañera en todo lo que realicemos ni en cada proyecto que emprendemos.
Es tiempo de reducir la velocidad, pare, respire y busque la manera de conseguir sus metas, siendo constante, responsable con su tiempo, distribuyendo su agenda y responsabilidades con equilibrio, disminuyendo la velocidad con la que camina por la vida; aprenda a disfrutar la naturaleza, a ver los colores de las mariposas que vuelan a su alrededor.
Haga conciencia de que las aves todavía cantan para usted, saboree otros pequeños detalles asequibles en el día a día, detalles que nada cuestan, detalles que no le harán esperar o hacer largas filas ni correr rápidamente por las escaleras. Sobre todo, recuerde que la vida también pide calma.