La fea que gustaba

La fea que gustaba

Es de baja estatura, cabellera encrespada, cejas copiosas, piernas delgadas, orfandad glútea, ensayo semifallido de bigote, y cuerpo desprovisto de declives.

Pero mi amiga se jacta de que siempre tiene muchos admiradores, y que le da brega poner fin a sus romances, porque los hombres se aferran a ella como sanguijuelas.

Siendo una adolescente un novio con quien rompió las relaciones intentó viajar hacia el otro mundo tragándose un fracatán de sedantes.

Y dos pretendientes, a ninguno de los cuales había correspondido, se entraron a trompadas, disputándosela.

La  visité en su modesto hogar y le pregunté las razones de su indiscutible carisma.

Visiblemente halagada, inició un balanceo de la mecedora que albergaba su escasa anatomía.

– Los espejos me han hecho saber que no soy una estrella de cine, pero Dios suplió mi carencia de belleza física otorgándome inteligencia y dotes de sicóloga empírica- dijo, para luego escudriñar en mi rostro el efecto de su exposición.

-Se habla de la vanidad femenina, pero los hombres no se quedan detrás- continuó-. Y como en este país las mujeres no piropean a los del sexo contrario, cuando aparece una como yo, que les encarama el ego, se ponen como un niño en una repostería, convirtiéndose en presa fácil para una mujer mundana.

Me disponía a opinar, pero a mi interlocutora se le había montado el cambio del entusiasmo, y no hizo pausa en el monólogo.

-Un error que cometen las mujeres criollas es que cuando un hombre las invita a un almuerzo o cena en restaurantes, piden platos y bebidas caros. Eso lleva al acompañante a pensar que es una ambiciosa y explotadora, y después que la goza, alza el vuelo, deja el claro. En esas ocasiones actúo como una persona humilde, considerada, y pido cosas al alcance del bolsillo menos aburguesado.

– No se debe criticar los familiares del enamorado; tampoco ganarle discusiones, mortificarlo con celos, ni soltar malas palabras, hasta después que te mude. ¡Ah, y nada de mostrar los encantos con las faldas cortas ni los escotes que regocijan a los brecheros, porque matan la curiosidad y el misterio!

El embajador de una nación europea se enamoró perdidamente de la sicóloga empírica, y finalizada su misión diplomática en el país, se casó con ella.

Pero en este caso hay que modificar el refrán, y decir que “la suerte de la inteligente fea, la bonita bruta la desea”.

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