La ferocidad natural

La ferocidad natural

Un amigo de la infancia, fallecido hace muchos años, me recomendaba no escuchar música barroca por la mañana, antes de salir a trabajar. Estaba convencido de que oír a Vivaldi o Albinoni a esa hora “incapacitaba para la lucha por la vida”. Si usted sale a la calle con el alma encogida por la belleza del “Adagio”, no tendrá “la energía necesaria para embestir”. Es una cuestión de oportunidad, decía sonriente; a nadie se le ocurre beber un whisky con el desayuno. ¿Quién va “echar una carrera” después del almuerzo? Para enfrentar tantos bandidos como hay en la ciudad debes “conservar intacta tu ferocidad natural”.

Con la Semana Santa ocurre algo parecido a lo que mi amigo afirmaba sobre la música. No es que “Las cuatro estaciones” de Antonio Vivaldi tengan algo que ver con las “estaciones” de Cristo durante su marcha hacia el Calvario. Nada de eso. Pero los efectos sedantes que el violín produce en el cerebro, también los provoca la prédica hacia el amor al prójimo. ¿Cómo pudo el profeta Daniel sobrevivir en un foso lleno de leones? Los expertos del judaísmo nos dicen que el nombre Daniel significa “Dios es mi juez” o “Dios es el defensor de mi derecho”. Todos quisiéramos pasear confiados frente a las fieras.

Pero no todos nos llamamos Daniel, ni somos profetas. Los mortales comunes estamos expuestos continuamente a mordiscos de felinos o picaduras de víboras. Para evitar ambas cosas debemos mantenernos “en estado de alerta”, según aconsejaba mi buen amigo desaparecido. Al abrir los periódicos vemos enseguida que “más de 150,000 familias serán afectadas por el fraude de una sociedad financiera”; otro titular reza: “las autoridades judiciales subastarán bienes incautados a los narcotraficantes”. “Los bienes decomisados a cinco convictos ascienden a 211 mil millones de pesos”.

Esas noticias locales nos llegan acompañadas de algunas que proceden del exterior. “El embajador jordano en Libia fue secuestrado en Trípoli por unos encapuchados”. “Rusia ensaya un nuevo misil balístico intercontinental”. Todo apunta a mostrarnos, una vez más, la difícil convivencia entre lobos y ovejas; un problema planteado ya en el Antiguo Testamento. A pesar de las incitaciones persuasivas de artistas y predicadores, es útil conservar nuestra “ferocidad natural”.

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