A propósito de la “guerra” que acaba de declararle al trasiego ilegal de carbón el ministro de Medio Ambiente, el doctor Francisco Domínguez Brito, hay que decir que es ese el tercer frente de batalla (para continuar con el lenguaje militar) que se abre el funcionario en su sagrada misión de preservar, y sobre todo proteger de sus depredadores, nuestros recursos naturales. Se suponía que velar por el cumplimiento del plazo de 120 días que concedió a los productores asentados en Valle Nuevo, Constanza, para que abandonen ese sobre explotado parque nacional; o asegurarse de que nadie viole la prohibición de extraer agregados de los ríos del país mantendrían tan ocupado al ministro de Medio Ambiente que evitaría, en todo lo posible, echarse más vainas encima, precisamente lo que ha hecho al disponer la incautación de cualquier cargamento de carbón vegetal que no tenga la identificación de las fincas forestales autorizadas para producirlo. Ese anuncio fue acompañado de una expresión que no deja dudas de su determinación de enfrentar esa empresa criminal, que también constituye un mensaje claro y contundente para sus patrocinadores y protectores, que suelen estar del lado de la autoridad cómplice y venal: “el carbón ilegal debe ser perseguido como la cocaína”. En un país donde el principal enemigo de sus recursos naturales es la debilidad de las instituciones responsables de su protección y preservación, es natural preguntarse si Domínguez Brito, que ya ha pasado por la amarga experiencia de ir contra la corriente de su propio gobierno, podrá lidiar con intereses tan poderosos. Por eso es tan importante que no lo dejemos solo, que lo acompañemos hombro con hombro, batalla tras batalla, en una guerra en la que está en juego –por si no se han dado cuenta todavía– nuestra supervivencia, precisamente la razón por la cual no podemos darnos el lujo de perderla.