La indignación de la clase media

La indignación de la clase media

Cierta izquierda, una que en nuestro patio y en el exterior ha sido denominada indistintamente “exquisita”, “divina”, “gourmet”, “picnic”, “camping”, “caviar”, “light”, ha descubierto de la noche a la mañana a la clase media y a su importantísimo rol en la historia y en los cambios políticos, sociales y económicos. El dato, a primera vista, resulta curioso pues nuestra izquierda ha sido criada en los dogmas de la vulgata marxista según la cual la media es una clase social al borde de un ataque de nervios pues teme su inminente proletarización. Compuesta por oportunistas y trepadores sociales, esa clase media, en palabras del poeta Mario Beneddetii, “media rica, medio culta” que “desde el medio mira medio mal a los negritos, a los ricos, a los sabios a los locos, a los pobres”, “vive –como postularía Juan Bosch- sin un presente estable, no tiene fe en su destino, no cree en él y por tanto su vida como grupo social no tiene finalidad. Vive perdida en un mar de tribulaciones. Como consecuencia de esa actitud los dominicanos medios no han establecido una escala de valores morales, no tienen lealtad a nada, ni a un amigo ni a un partido ni a un principio ni a una idea ni a un gobierno. El único valor importante es el dinero porque con él pueden vivir en el nivel que les pertenece desde el punto de vista social y cultural, y para ganar dinero se desconocen las lealtades”.
¿Qué explica este “salto dialéctico” de cierta izquierda -esa que Juan Isidro Jiménez Grullón con tanto tino bautizó como nuestra “falsa izquierda”- que, después de décadas perdidas estudiando los sindicatos y los viejos y nuevos movimientos sociales sin apenas molestarse en estudiar y aproximarse a una clase social crucial en los procesos políticos y sociales de los últimos 25 años, ahora defiende el rol histórico-social de la clase media? La respuesta no puede ser otra que la moda: hoy, desde un pensador de la izquierda como Slavoj Zizek hasta un intelectual liberal como Francis Fukuyama resaltan el rol crucial de la clase media como motor de los cambios y de la indignación global. Se viene así a reconocer lo que muchos, incluyendo a este columnista, tenemos años diciendo en contra del credo tradicional marxista: ha sido la clase media dominicana la que ha luchado contra las dictaduras, la que ha combatido contra la intervención militar extranjera, la que defendió las elecciones como el mecanismo de formar gobiernos democráticos, la que luchó por la transparencia electoral, la que propició las reformas constitucionales, políticas e institucionales como salida al trauma electoral de 1994 -entre ellas la reforma judicial y de las principales leyes del Estado- y la que luchó por el 4% para la educación.
¿Por qué protesta la clase media? La visión tradicional marxista supone, como bien afirma Zizek, que las protestas globales “no son protestas proletarias, sino protestas contra la amenaza de ser reducidos a proletarios”, asumiendo así que la indignación de la llamada pequeña burguesía es motivada por intereses económicos. Como sostienen Negri y Hardt, las protestas son llevadas a cabo “por la ‘burguesía asalariada’ empujada por el miedo a perder sus privilegios”. En esta visión, el pequeño burgués se indigna pues, como diría Andrés L. Mateo en uno de sus artículos dedicados al tema, “cada vez más resbala hacia la fosa sin fin de la depauperación”. Pero lo cierto es que, mientras mejor se encuentra económicamente un pueblo, más descontento se muestra respecto a las injusticias, la corrupción y la ineficiencia de los servicios públicos. Así, por ejemplo, como demuestra James Surowiecki, en Estados Unidos, a principios del siglo XX, una clase media frustrada con la corrupción, la ineficiencia y el clientelismo, motorizó la reforma electoral, la promulgación de leyes anti monopolio, el sufragio femenino y la elección directa de los senadores. En la República Dominicana, gracias a las políticas desplegadas por el gobierno del presidente Danilo Medina –que siempre ha trabajado por “un país de clase media, que salga de la pobreza”, “donde la gente tenga poder de compra”- entre septiembre del 2012 y marzo de 2015, la clase media creció de un 20.7 a un 28.9 por ciento, casi nueve puntos, incrementándose en 915,879 personas y superando la clase media a los pobres, que constituyen apenas el 25.9 por ciento de la población (Informe “Evolución de la población de la República Dominicana por estratos de ingreso 2000-2015”). Es evidente entonces que nuestra clase media protesta ahora no porque esté inconforme con su situación socio-económica sino porque tiene los suficientes recursos económicos y el necesario potencial moral para asumir las causas universales del pueblo, recaudando y aportando recursos y movilizándose por su cuenta en defensa de las causas asumidas.

Pero… ¿basta la movilización de la clase media indignada para operar los cambios políticos que consoliden un sistema político más transparente y responsivo como aboga el movimiento verde? En esta misma columna he dicho tres veces que no -“Teoría política de la indignación” (22 de mayo de 2015),) “La insoportable levedad de la indignación” (13 de enero de 2017) y “Teoría política de la esperanza” (20 de enero de 2017)-, por lo que finalizo recordando, de la mano de Daniel Innerarity, que lo que “necesitamos para transitar hacia un mundo mejor no es una mayor exageración dramática de nuestro descontento” sino “una buena teoría que nos permita comprender lo que está pasando en el mundo sin caer en la cómoda tentación de escamotear su complejidad” (ver mi “Tiempo de pensar”, 6 de enero de 2017) y partidos capaces de asumir las reformas. Y es que el futuro se construye no solo con gente enfadada.

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