La insoportable levedad urbana

La insoportable levedad urbana

El futuro será urbano, de hecho, ya lo es. El primer censo dominicano, realizado en 1920 por el general Snowden, reveló que en el país había menos de un millón de personas. Para 1935 había 1.5 millones, donde el 55% de las viviendas se catalogaron como ‘bohíos’. Para 1950 los 2 millones de dominicanos se concentraban en la provincia de Santiago, aunque con poca ventaja sobre Ciudad Trujillo, La Vega, Azua y El Seibo, de manera que la población y economía se encontraban geográficamente distribuidas.
Esto cambió rápidamente, para 1960 Ciudad Trujillo doblaba a Santiago y con San Cristóbal acumulaba casi un cuarto de los 3 millones de pobladores. Hoy, 74% de la población es urbana y solo el Gran Santo Domingo concentra 40% de nuestros 10 millones. Este fenómeno es global.
Según el Banco Mundial, los procesos conjuntos de desarrollo económico y urbanización presentan una asociación positiva.
La proximidad de personas y empresas con menores costos de transporte fomenta sinergias que facilitan la producción, la innovación y el comercio. Pero las urbes también concentran la pobreza y la violencia fruto de aglomeraciones en entornos poco servidos por las fuerzas del orden, ‘la trampa del barrio’ de Alemán.
La condición de proximidad implica que el modo de desplazamiento primario debe ser pedáneo. Las ciudades no resisten el mantra de un vehículo, una persona.
En este sentido, celebramos la reciente ampliación del Metro, que por su limpieza, organización y supervisión propicia un comportamiento cívico ejemplar que desaparece tan pronto se emerge a las aceras estrechas o ausentes víctimas de la avidez desmedida de la industria de construcción.
Como resultado, se ha producido un hacinamiento urbano donde hasta edificios suntuosos se erigen al ras de las calles. Esto ocurre poco en Israel, país semidesértico en un área comparable al Cibao donde abundan islotes arboleados, carriles de bicicletas, residencias con cuatro metros de jardín frente a aceras de 10 pasos de ancho y rascacielos rodeados de jardinería y rotondas plenas de palmeras y dátiles.
Tampoco en Brasilia, donde los complejos habitacionales se diseñaron con altura tope de 6 pisos, la distancia máxima a la cual una madre puede reconocer a su hijo. La ley estadounidense exige aceras con un ancho e inclinación que permita circular una silla de ruedas.
Todas las ciudades están sujetas a las fuerzas opuestas de aglomeración y congestión, pero su productividad económica y estabilidad social dependerá del efecto neto que propicie su gestión.
La migración rural y la presión habitacional continuará. Diseñar y hacer respetar políticas de planeamiento urbano es crucial para evitar que nuestra urbe cumpla la descripción dada por Alemán: “un conglomerado social carente de estructuras, acogedora de una riada avasalladora de emigrantes carentes de bienes y de normas válidas de convivencia”. El lujo del futuro será un metro de verde.

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