La invención letrada de la Calle de Las Damas

La invención letrada de la Calle de Las Damas

La ciudad vive en nosotros como una serie de recuerdos. No sólo de los lugares vividos, sino de aquellos que han habitado en los otros. Ese es lo que nos queda de las vivencias compartidas, que sólo la lectura nos puede dar como parte de la coexistencia y de lo que Gadamer llama la lingüisticidad. He recordado una vista que ocurre en la novela “La sangre”, de Tulio María Cestero. Tal vez me pareció inédita una fiesta de sociedad como la que él narra, pero sus imágenes me regresan cuando pienso la obra y cuando me refiero a la ciudad. Aunque es en “Ciudad Romántica” donde el escritor, de regia prosa modernista, nos describe el ambiente de la capital y nos cuenta la ciudad en sus inicios inventando a las damas que trajo a América el hijo de Colón, don Diego.
Las Damas no es solamente la calle. También fue un toponímico de un pueblo que fue nombrado en la ideología republicana con el nombre de familia del héroe Antonio Duvergé (Larrazábal Banco, “Otras consideraciones”, en Antología, 296). Pero tiene otras calles hermanas en varios pueblos de España. Y en La Habana Vieja también va desde la calle Luz a la Avenida del Puerto y en un tiempo se llamó calle del Dormitorio. Todas parecen tener un origen que nos conduce a la creación de lo femenino.

Es la primera calle de la ciudad de Santo Domingo emplazada durante el traslado de la villa de la ribera este del Ozama al lugar donde queda ahora. En su origen era un sembrado de yuca, según cuenta María Ugarte. Allí se emplaza la fortaleza que lleva el nombre del río, y la que en un tiempo le dio nombre como Calle de la Fortaleza o de la Fuerza. Allí vivieron don Diego y Nicolás de Ovando, el martirizador de los indios y de Anacaona. La calle que también habitó Colón fue asiento de la iglesia de Los Remedios y de un pequeño mercado. Allí estuvo la sede del poder militar y político.

La Torre fue una cárcel no sólo para los que violaron la seguridad del Estado como dice Balaguer en su novela Los carpinteros (1984), sino para los que fueron injustamente apresados cuando los del Estado tenían miedo. Desde Juan Pablo Duarte y sus compañeros que en el muelle vieron a sus familiares cuando eran expatriados a extranjeras playas.

En esta calle, que también se llamó Colón, nació un negro cocolo que fuera un digno miembro de la ciudad científica, el Dr. Heriberto Pieter, quien se graduó en París y fue fundador de la Alianza Francesa. En sus memorias cuenta los juegos y el ambiente de la época en ese punto, en el parque Colón y en el palacio de Borgellá.

Cerca de la iglesia de Los Remedios, en la casa de los Dávila, funcionaba un hospital evangélico en la década de 1920, según Arturo Damirón Ricart (“Mis bodas de oro con la medicina”).

El convento de los jesuitas, donde hoy está el Panteón Nacional cayó en ruinas luego de que fueran confiscados los bienes de la Compañía de Jesús. Era un espacio dejado al azar de los vagabundos de la ciudad.

Las imágenes festivas y del boato colonial de los acompañantes del virrey Diego Colón lo describe Manuel de Jesús Galván en la obra “Enriquillo”. Dice el famoso novelista: “los virreyes por su parte, jóvenes recién casados y ricos, habían hecho las más ostentosas previsiones para instalarse en el decoro de su rango en la opulenta colonia. Las damas de su séquito, ‘aunque más ricas de belleza que de bienes de fortuna’, según la expresión de los historiadores de aquel tiempo, se ataviaban con todo el esmero y bizarría de sus altas aspiraciones y los ilustres apellidos que llevaban exigen de ellas; y los caballeros lucían análogamente los más de ellos ricos trajes que el año anterior se habían hecho en Italia, cuando regresaron a España acompañando al Gran capitán Gonzalo de Córdoba, que se retiraba cubierto de gloria de su virreinato de Nápoles”(72). Damas de la corte que castas eran y se las rifaban en duelo los señores como Diego Velázquez y el malvado Pedro de Mojica. Damas que según decían los cursos de la ciudad se molestaban con las negras asistentas por ser altas y guapas y por el caderamen que balanceaban por las calles… Las bellas damas pretendidas de una colonia que era más sueño que realidad. En esa calle fincaba Diego Colón cuando se alzaron los negros de su ingenio, creando el cimarronaje. Salieron los pretendientes junto a su jauría a la caza de los africanos en huida.

Las damas están en la construcción romántica de Galván porque más adelante se refiere a ellas como las que rodeaban a Enrique; ese indio que se había convertido en el otro y que todas querían hablarle. Todas querían saber de su fortuna al casarse con Mencía. Allí estaba la andaluza Elvira Pimentel, la de la gaviota. El narrador recuerda la casa de los Garay, donde primero vivieron los virreyes en la primogénita vía de la ciudad.

Allí la virreina elogia a las mujeres de Azúa que son a su parecer hermosas como soles (197). Pero no todo el mundo veía a esas damas con los mismos ojos. Ante la falta de mujeres en la colonia, parece que llegaron hombres de los pueblos fundados en 1507 y 1509. Luego del largo camino recorrido, se dieron cuenta que, las mujeres venidas de España, eran muy esquivas y melindrosas (Ibid.). Tal vez en un contraste amargo, el alcaide de la Fortaleza, don Gonzalo Fernández de Oviedo, diría de las indias de Borinquen que eran “amicisimas de los cristianos” (Oviedo, “Historia natural y general de Indias”).

La calle, unida a los festejos de San Andrés, a las fiestas en las que se cortejaba a las mujeres, aparece en “Las devastaciones” (1979) de Carlos Esteban Deive. Era ya el siglo XVII y la noticia corría por calles y tejados. Había que despoblar la banda norte. Ese espacio de la memoria que se ha convertido en el punto de arranque de una dominicanidad originada en las ruinas de la colonia que no es menos que las ruinas del imperio (55). La crónica carnavalesca no puede dejar de llevarnos a la vida cotidiana, el baile de blanco que muestra en sociedad la reminiscencia de una élite perdida en las ruinas de una ciudad, contada luego por las crónicas de viaje de los franceses, como un pueblo fantasma.

En síntesis, la calle de Las Damas es una invención, tal vez tardía de una grandeza perdida. El virreinato. La presencia de María de Toledo. Los arreglos en corte para que se reconocieran los derechos de los Colón inscritos en las capitulaciones de Santa Fe. En ella quedaron grabadas las políticas originarias de inicio del asentamiento europeo en América. A través de ella se inventa un espacio de la memoria, de la primogenitura. La literatura de fin de siglo XIX, la inventó, tal vez como copia de otras Damas o de la calle cubana para encontrar un espacio en la ciudad en donde reinventar la ausencia de un pasado que se quiso recuperar en la ideología del romanticismo indigenista.

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