La odisea de un cadáver

La odisea de un cadáver

No pretendo ser un Homero, tampoco mi héroe es un Ulises. Lo que voy a escribir pretende ser una especie de desagravio a la comunidad dominicana de Chicago por el ultraje, la desconsideración, la irracionalidad y el sacrificio financiero a que fue sometida, por parte del Consulado Dominicano, una humilde y trabajadora familia puertoplateña cuando diligenciaba el traslado de un deudo a su morada final.

Mi relación con el muerto arranca en la década de los setenta del siglo pasado. En el año 1976 regresé a la ciudad de los vientos con la encomienda de organizar el Partido de la Liberación Dominicana en esa demarcación. A la llegada hice contacto con el recordado colega y amigo Dr. Ramón García Camilo, cariñosamente llamado Minino. Este último me recomendó a su barbero, quien le habría manifestado su simpatía por Juan Bosch.

De inmediato procedí a visitar la peluquería propiedad de un afable puertorriqueño. Allí conocí por primera vez a Alberto Martínez, cantante, músico y líder comunitario natural. Le hablé del proyecto y de inmediato se puso a nuestra disposición. Con ejemplares del periódico Vanguardia del Pueblo visitábamos las casas donde vivían familias dominicanas.

Ese compañero se entregó en cuerpo y alma a reclutar lectores de Vanguardia y a captar simpatizantes. Creamos el primer Círculo de Estudio del PLD en Chicago, del cual nacería el Núcleo de Trabajo Pedro Albizu Campos. Organizábamos giras, bailes, rifas, conferencias y otros tipos de eventos, a fin de recabar fondos para enviar al presidente del Partido, a través de la Seccional de Nueva York, dirigida por el inolvidable compañero Jaime Vargas.

Alberto lo dio todo a cambio de nada. Estaba disponible las 24 horas y los siete días de la semana. Religiosamente repartía su cuota de periódicos y era quien más lectores y cooperadores tenía. Al juramentarse como ciudadano norteamericano el juez le ofreció la oportunidad de cambiar su nombre de pila que era Ciriaco Martínez y así pudo legalmente llamarse Alberto Martínez, que es como todos le conocíamos.

Últimamente padecía de insuficiencia renal que requería diálisis, en tanto hacía turno para trasplante de riñón. Bajo esas circunstancias le sorprende la muerte el 17 de marzo de 2015. Es cuando empieza la Odisea del difunto. El hoy occiso había expresado el deseo de que sus restos descansaran junto a los de su madre sepultada en Puerto Plata.

Las autoridades consulares se negaban rotundamente a permitir el traslado del fallecido bajo el alegato del nombre cambiado, a pesar de que el certificado de ciudadanía establece que Alberto Martínez nació en República Dominicana e indica su fecha de nacimiento. Con ese documento viajaba sin nunca ser cuestionado por Migración. La humilde familia se vio obligada a pagar 9 días de servicio funeral, amén de pasar por la pena de regresar al país sin el fenecido. No fue sino el miércoles 25 de marzo cuando se produjo el arribo al suelo nativo del cadáver en proceso de descomposición.

Las amistades de Los Cocos, allegados, familiares, y sus compañeros fundadores del Partido en Chicago: Miguel Ángel, Teresa, Idalia, Inocencia, Rafelón y un servidor nos dimos cita allí para decir: Presentes todos compalero Alberto.

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