La Parcela erótica de Mateo Morrison

La Parcela erótica de Mateo Morrison

A partir de Visones del transeúnte, 1983; Si la casa se llena de sombras, 1986; A propósito de imágenes, 1991, libro inspirado en la pintura de Dionisio Blanco; Visiones del amoroso ente, 1991; Pasajero del aire, 2010, entre otros, Morrison ha venido desarrollando un decir poético vertiginoso y fecundo.
Con la publicación de Territorio de Eros. Líquidas formas del gozo, en el año 2017, Morrison ha dado un nuevo giro hacia una escritura más exuberante y simbólica. En este nuevo libro, el autor despliega una escritura deseante, vinculada al cuerpo. Pasión y placer más allá de la ausencia de vida consumiendo la huella de la existencia humana. Pasión del lenguaje y, a la vez, lenguaje de la pasión.
La concepción erótica de Morrison se debate entre dos extremos; uno, proveniente de su intelectualización del verso, el hombre como ente verbal; el otro, que proviene de la sensualidad innata del poeta, el hombre como ser erótico. En la oposición de los dos polos se produce la extraordinaria riqueza de pensamiento y la complejidad y pluralidad de su erotismo. Deseo por el placer y, a la vez, deseo por la poesía. Subrayo algo que me parece esencial: en la escritura de Morrison no hay un erotismo sino que cohabitan diferentes erotismos: el masculino, el alquímico, el lingüístico, el corporal y otros que quizás se me escapen en la celeridad de estos apuntes.
En materia de sexualidad y erotismo ocurre que entran a jugar un sinnúmero de factores, desde el peso a veces imperceptible pero omnisciente de la tradición judeo-cristiana de Occidente, nuestros propios códigos morales, la familia, la cultura y la educación, hasta nuestras experiencias personales, o sea, las respuestas que el medio ha brindado a cada cual en este terreno.
Abarcar todo esto con la palabra intensa, concisa y exacta es casi imposible, pero es lo que hace la poesía. Es lo que ha hecho Catulo, también Petrarca. Propercio, y también Neruda y Paz. El poema de amor procura entrar en el lugar donde cada uno guarda sus infiernos, donde el sexo forma parte de un envenenamiento que conduce a las aparatosas pérdidas de la senectud.
Ontológicamente hablando, y mucho más de toda referencia a la sexualidad, en estos poemas hay un deseo del otro. O, más bien, existe un deseo de sí mismo por sí mismo a través del otro. En otras palabras: lo mismo se concibe, se busca y se moldea solamente en la mediación de lo otro. Y es que, en efecto, la alteridad—aunque sea la del objeto simple—se presenta, en estos versos, como existencia independiente y como exterioridad radical del sujeto. De entrada, es aquello por lo cual la libertad del yo se experimenta como limitada. En la confrontación con el objeto, en Territorio de Eros. Líquidas formas del gozo, el yo hace consigo mismo la prueba de la carencia; en otras palabras, se revela a sí mismo como carencia de deseos, como aquello por lo cual se origina y se despliega el deseo sobre un fondo de “deficiencia” y en términos que a veces evocan un desgarramiento, como en estos versos: “Abisales manías (…). Debilitado (…) , mi erótica pulsión envenenada (…), no hay una estrella que dé lumbre a esta herida”.
En Morrison, el proceso del deseo encuentra el objeto-otro como obstáculo a la libertad que debe ser superada, en otras palabras, dialécticamente negada, puesto que la supresión de la alteridad deviene constitutiva de la identidad. También por eso, la explicitación del deseo y la destrucción dialéctica del otro son procesos entendidos por Morrison como verdaderamente correlativos: Así, la consciencia del sí está segura de sí misma solamente por la supresión de ese Otro que se presenta a ella como vida independiente; ella es deseo. Sin embargo, en tanto que la figura de lo Otro tome la forma del simple viviente, su resistencia a la libertad no tiene más que la forma “pasiva” de la naturaleza inmediata. En ella, el Yo no podría encontrar más que una satisfacción puntual e ilusoria, pues lo que quiere es hacer la prueba de su libertad en toda la extensión de su poder. Es por tanto ineluctable que el momento negativo del deseo, en estos versos, se dirija no hacia el objeto simple, sino hacia el objeto-otro en tanto que libertad. Solo el encuentro con la libertad-otra puede asegurar al Yo el momento decisivo de su prueba.
Estos poemas de amor necesitan más profunda misión de vida, y la culpa. Entender el misterioso castigo de Onán. Entender porque la vacuidad posterior al orgasmo debe llevarse con palabras que conduzcan hacia el simbolismo de lo erótico y de la desesperación. Para escribir estos poemas de amor-erótico debe comprenderse el sentimiento que lleva a esforzarse en la continuación angustiosa de una cotidianeidad feroz hecha de refugio y miedo. Todo puede pertenecer a un poema de amor: la intimidad del cuerpo, la dependencia que el desamparo tiene de estas pequeñas zonas calientes y erógenas del amor—“el lugar del excremento” de Yeats–, la fuerza de la posesión que no quiere compartir estas zonas con nadie, y las roturas de todos esos insoportables equilibrios.

Es muy difícil decir lo que significa la presencia del cuerpo femenino, en nuestro poeta. Por lo menos esto: es ahí donde se representa, y muy especialmente a sí mismo, donde se escapa en la elipse de las formas y del movimiento, en la danza, donde escapa a su inercia, en el gesto, donde se desata, en el aura de la mirada, donde se convierte en alusión y ausencia; en suma, donde se ofrece como seducción: “Husmeo sus sentidos entre mares (…)”. “Oteo sus intenciones y me refugio en teclas de música fúnebre como los telarones sin ofertas creíbles”.

Estos poemas llevan a menudo a algún paraíso personal perdido y sin ningún tipo de pretensiones. La trascendencia aparece cuando, en el preciso momento que leemos estos versos (y, sobre todo, si le añadimos su dulce y sencilla música), ponemos en movimiento significados que las palabras “no sabían” que tenían. Entonces las amamos, y las palabras amadas ya no son las mismas, han perdido su objetividad. No hay optimismo ni pesimismo en estos poemas. Todos ellos van a favor de la vida, incluso los que han sido escritos a partir de la muerte o en torno a ella. Pero no hay que olvidar que estos poemas enmascaran alguna crueldad desde el momento que están dispuestos a revelar algún tipo de dolor, imaginación y deseo.

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