La paternidad en desbandada

La paternidad en desbandada

Mañana se celebra en el país una fecha trasnochada, ya que la misma hace unas cinco semanas que se celebró en la mayoría de los países de Occidente, y con especial énfasis en agradar a los progenitores en momentos en que la institución, de la cual eran la cabeza, la familia, está en proceso de desintegración.

Es una ocasión, esta víspera de la celebración, para darnos cuenta de cómo los dominicanos, al ser tan influenciables por el modo de vida y costumbres de otras sociedades, en especial la norteamericana, hemos ido perdiendo los valores tradicionales que una vez nos daban certeza de nuestro orgullo como integrantes de un núcleo familiar sólido y estar orgullosos, que pese a la pobreza reinante y ancestral, era una vida digna y modelo de confraternidad y de solidaridad.

La celebración del Día de los Padres, durante una de las presidencias del doctor Balaguer, se llevó al último domingo de julio con el fin expedito de estimular el comercio durante este mes, quizás el más flojo del año, y estimular un flujo económico hacia el sector comercial ya resentido por sus bajas en las ventas después del boom del Día de las Madres, con una poca demanda, fruto desde tiempos inmemoriales de una recesión crónica de la economía familiar que nunca, según ellos, hay tiempo buenos, solo calamidades y estrecheces.

Entonces, la celebración del Día de los Padres el último domingo de julio, fue una maniobra política del doctor Balaguer para complacer a los comerciantes, ya que antes era el último domingo de junio y todavía se estaba muy lejos de la apertura de clases, época en que el comercio se estimula notablemente por las ventas de libros, útiles escolares y telas para los diversos modelos de uniformes utilizados en las escuelas.

El significado moral y familiar de la figura del padre se ha ido esfumando en el sentir propio de tal condición por la destrucción paulatina y constante de la familia, cuyo mejor ejemplo y a todos los niveles sociales y culturales, es un aumento de la agresividad y del desconocimiento de la autoridad que antes emanaba con tantas fuerzas de la figura paterna.

No es de extrañar que los índices de violencia, que a todos atemoriza y nos recluye en los hogares para resguardarnos de la violencia en las calles, pero que ya en los senos de los pocos hogares que perduran como tales no están exentos del surgimiento de conflictos, muchas veces con fatales consecuencias para algún miembro de la familia, en donde siempre la mujer lleva la peor parte por el aumento de la tasa de feminicidios que se registra cotidianamente en todos los pueblos del país; ya se considera como un suceso normal dentro del esquema social distorsionado de las fuentes de conflicto consustanciales a la educación del dominicano del siglo XXI, de que la agresividad entre los dominicanos se considera como algo normal y hay que vivir con esa lacra de la pérdida de educación doméstica, que ya no se recibe en los hogares y mucho menos en las escuelas.

En mi artículo del jueves, al hacerme eco de las palabras de los obispos, destacaba el sendero de disolución moral que había emprendido el pueblo dominicano, en que nuestras defensas morales y cívicas, se están tornando débiles para hacerle frente a la agresión que desde el exterior e internamente nos ataca de querer imponernos una fusión con los haitianos, lo cual podría ocurrir si cada vez tenemos menos valores morales en reserva, cosa que hoy en día se observa cómo el derrumbe va afectando todos los estamentos sociales estimulados por ese afán de lucro y bienestar que incentiva el capitalismo salvaje de nuestras sociedades de la libre empresa.

 

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