La posverdad no tiene ideología

La posverdad no tiene ideología

La posverdad no tiene ideología. Su uso no es exclusivo de la derecha, tampoco de la izquierda, aunque es preferida por los populistas. Tampoco es de uso exclusivo de los gobiernos, ni de los partidos. El uso de las reglas de la comunicación y la proliferación de medios por el cual se pueden transmitir eficientemente los mensajes está a la mano de todos.
La “posverdad” es un neologismo. Su uso se ha ido extendiendo en la medida que el fenómeno que describe se va convirtiendo en norma. El auge de las redes sociales y el relativo deterioro de los medios tradicionales ha debilitado la veracidad de los hechos. Hoy importa más el mensaje corto, rápido, repetido, que la larga explicación, la verificación de los hechos y su evolución.
No hay tiempo para muchas explicaciones. Una frase sustituye a la otra. Si el mensaje se posiciona, no es porque se razone, es porque se repite, se hace viral. Si el mensaje se posiciona no es porque se verificó, digirió o se asimiló, sino porque fue de alguna manera atractivo. El desmentido, cuando llega, será otro momento, y seguirá la misma regla: ser corto, rápido, repetido para poder sobrevivir los quince minutos que tienen de vida las noticias de hoy.
Las noticias siempre han sido efímeras, no hay discusión al respecto. Se cuenta que alguien preocupado por el titular adverso al gobierno del Doctor Balaguer le demandaba al presidente instrucciones para contrarrestar dicha información. La ansiedad era notoria. El presidente, que hizo de su a veces cínica tranquilidad, respondió: ¿Usted se acuerda cuál fue el titular del día de ayer? La anécdota refleja la muy breve vida que suelen tener los titulares. En tiempos de las redes, aún más, las noticias que duran un día son cada vez más raras, a lo sumo duran algunas pocas horas.
La posverdad, en ese escenario, se convirtió en concepto, bajo un principio antiguo: miente y exagera que algo queda. Y en ello, desde lo comercial sin dejar de tocar la industria del entrenamiento hasta lo social sin dejar de tocar causas o partidismos, se ha hecho práctica para todo aquel que necesite atención para sus fines. Y como en los tiempos de guerra una víctima segura es la verdad.
La posverdad es difusa: no es mentira, y lo es; no es verdad, porque no importa la veracidad, ni tendremos tiempo (ni dedicación) para verificaciones. Sin embargo, sus efectos bien que pueden ser devastadores, de una reputación, de una estabilidad cambiaria, de un sentimiento social. Y bien que en su efímero acontecer sus efectos, además, pueden ser duraderos. Brexit, por ejemplo.
Sin embargo, lo preocupante, lo verdaderamente preocupante, es el poder cada vez más corrosivo que tiene sobre el consenso racional de las sociedades. El escepticismo pasivo que va provocando incluso en los más cínicos manipuladores, por no decir lo obvio: el que provoca en la gran población, mientras menos formada, menos informada y más vulnerable. En la posverdad, muere la verdad y muere la razón. Se usa como instrumento… y no tiene ideología, todos pueden usarla, y de hecho lo hacen.

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