La promesa del Espíritu Santo

La promesa del Espíritu Santo

No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.
Juan 14:18
Cuando Jesús estuvo en la tierra, le hizo una promesa a sus discípulos, válida para todos los creyentes, y es que no estarían solos; no estaríamos huérfanos. El evangelio de Juan nos habla de que Jesús vendrá; pero el evangelio de Mateo, lo pone en presente, y dice: y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. (Mateo 28:20). Jesús se fue al cielo, pero mora en el corazón de cada creyente.
En el momento que le tocó ascender al cielo, luego de ser resucitado, Jesús se separo de sus discípulos, y dice la Biblia que ellos venían dando señales de gozo, que estaban siempre en el templo adorando y alabando a Dios. (Juan 24:50-53). Y por qué? Pero si Jesús se había ido, debían estar tristes? Pero sin embargo están llenos de gozo.
La explicación es que cumplía la promesa que él les había hecho: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. (Juan 16:7). Jesús iba a preparar un lugar para que donde él esté, sus discípulos estén, y nosotros, los creyentes, también podamos estar; y él vendrá otra vez y os tomaré a mí mismo (Juan 14:3). En otras palabras, para entender ese asunto de que se fue, pero vendrá es simple: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús se fue a estar en la presencia del Padre, a interceder por cada uno de nosotros; pero envió el Espíritu Santo, su Santo Espíritu, el Espíritu de Cristo, para que todo aquel que en él cree no esté solo en la tierra; que sepa que el Dios Padre, por medio del Espíritu Santo, mora en cada corazón que cree y acepta a Jesús, su Hijo, como su Señor y Salvador. Y la presencia de Dios, de Cristo, del Espíritu Santo, nos da gozo, en lugar de tristeza. Y podemos sentir a Dios cada vez que nos humillamos y pedimos perdón por nuestras faltas. Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. (Salmos 27:10).
La promesa del Espíritu Santo no es solo eso; es una realidad para el creyente que ama a Dios; su presencia da fuerzas y fortalezas para vencer las adversidades mientras estemos en la tierra; pero más importante: el sello del Espíritu Santo, el andar en amor, el creer en Jesucristo, (Efesios 1:13) es la garantía de que un día estaremos cara a cara delante delante de Jesús, de Dios, en el reino de los cielos. (1 Juan 3:2).

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