La “quiebra” de Daniel Ortega

La “quiebra” de Daniel Ortega

Hace años que Sergio Ramírez describió todas las trapisondas politiqueras que degradaron esa inmensa ilusión, capaz de hacer del 19 de julio de 1979 el segundo referente de redención revolucionaria en América Latina. Con el paso del tiempo, los sandinistas emularon a sus verdugos: se hicieron ricos, desdeñaron los procedimientos democráticos, caricaturizaron las instituciones y pretenden perpetuarse en el poder.
Lo tituló, Adiós Muchachos. Un texto insigne que retrata lo que toda la franja progresista no puede defender ante un proceso electoral pautado para noviembre que tiene de singularidad un candidato “imbatible” y la decisión de la Corte Suprema, imposibilitando que Luis Callejas compita contra Daniel Ortega. Como intelectual y verdadera conciencia cuestionadora, Sergio Ramírez desmantela las rupturas, golpes bajos y advertía los peligros en toda sociedad donde un partido controle los resortes institucionales. No le hicieron caso, mal presumiendo que el otrora compañero de ruta revolucionaria, desde la “ira y resentimiento” no adivinaba la peligrosidad de lo que llegaría.
En Nicaragua la orquestación institucional reviste de legalidad un modelo autoritario y dictatorial. Hoy validan lo que antes denunciaban como acciones oprobiosas de la dinastía Somoza. Y Daniel Ortega es ese retrato que eterniza a un hombre como el centro de la sociedad. Es jefe del FSLN, ha sido candidato presidencial de esa organización desde 1985, controla la Asamblea Nacional, posee la mayoría de los jueces y la sucesión política tiene nombre y apellido: Rosario Murillo, su esposa. La política “real” derrotó la ilusión revolucionaria. Atrás quedaron las jornadas de solidaridad, los riesgos de Nora Astorga y Edén Pastora, los desafíos de Ernesto Cardenal y hasta la riqueza poética hecha canción por Silvio Rodríguez, en su “Urgente por Nicaragua”: se ha prendido la yerba dentro del continente/ las fronteras se besan y se ponen ardientes/ me recuerdo de un hombre que por eso moría/ y que viendo este día/ como espectro del monte/ jubiloso reía. Aquello es historia!
Lo de Daniel Ortega es una tragedia porque expresa la profunda quiebra de valores democráticos. Además, reitera la falta de nobleza de la dirigencia política en todo el continente que no termina de superar esas manías insanas, debido al discurso hipócrita e irresponsable de reproducir en el poder todas las aberraciones criticables a sus adversarios. Y en el caso nicaragüense, la época en que la administración Reagan azotaba el país mediante procedimientos vulgares no pueden utilizarse en la actualidad. Por el contrario, la estadía de Ortega en el poder desde 2006 no sufre de acciones de acoso y derribo como antes.
Cómo es posible que, en casi 36 años de ascenso al poder, el sandinismo no tenga la capacidad de promover una nueva generación para sustituir al eterno candidato. Acaso, el mismo Daniel Ortega no se repensó, pasando del traje verde olivo a los pactos con la jerarquía católica y estimulando la inversión extranjera y llegada de capitales frescos. Esa ruta gatopardiana de aparentar que las cosas cambien para que todo siga igual ha sido la fuente de grandes traumas y materia prima para el triste final de dirigentes con poco respeto por el juicio de la historia.
Faltan cinco meses para las elecciones en Nicaragua, y el principal partido de la Coalición Nacional por la Democracia, el Liberal Independiente, ha sido despojado de su derecho a participar bajo la falsa argumentación de que “las estructuras de la organización son ilegales”.
Podrá ganar las elecciones, pero Ortega terminará sus días con los niveles de impugnación de todo hombre con vocación.

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